Quim Monzó dijo que dejaba La Vanguardia, que estaba harto de escribir y que tenía ganas de jugar a la butifarra. Mil cretins es un recopilatorio de 2007, así que pronto hará veinte años. Lo he releído y he pensado que podría hablaros un poco de él. No como experta en Monzó ni en literatura catalana; no soy ninguna de esas cosas, no del todo. He leído y he escrito en catalán, de forma desordenada, en los últimos años. También he leído a Monzó, por supuesto, y he asistido a los intentos literarios de enterrarlo. Ahora me doy cuenta de que la posmodernidad que le atribuíamos ya ha pasado; la historia pasa, y en su momento no te das cuenta. ¿Se ha acabado, la posmodernidad? Yo creo que sí, pero los cuentos de Monzó, un poco como los de Pere Calders, trascienden el paso del tiempo tanto por la forma como por el contenido.
Radiografía realista de los desamores cotidianos
Empecemos. Un pobre hombre se encuentra por casualidad con su exnovia, se vuelven a ver. Primero un día y luego al siguiente. Esta vez, a diferencia de cinco años atrás, ella no le pide ningún compromiso. Un día él hurga en los cajones y descubre que ella está enferma, y él insiste en que vivan juntos, y se comprometen. Resulta que la mujer se cura, es un milagro, y es gracias a él, que ha acabado casándose por compasión. Me ha recordado una novela que me impactó mucho, una de las tantas que escribió Stefan Zweig, mencionado hasta el aburrimiento a raíz de su novela canónica El mundo de ayer. No. La que os digo que me ha venido a la cabeza se llama La impaciencia del corazón, según la traducción que se encuentre, y es la historia de un hombre convertido en pretendiente, acorralado por una compasión que acaba transformándolo en un monstruo, en la línea del personaje de Monzó. El hombrecillo monzoniano se pregunta cuándo morirá su amada, con quien se ha ido a vivir porque en principio iba a morir —y “no me habría ido a vivir con ella si no fuera porque se estaba muriendo”, él, que es un hombre de principios para quien “el compromiso es algo sagrado y definitivo”. No hay nada más catalán que valorar mucho el compromiso y, en consecuencia, no comprometerse nunca.
Aquí tenemos la pista clave del título del recopilatorio: el mundo es como un geriátrico lleno de personas dementes que ya no saben ni entienden nada
Hay un recurso que Monzó utiliza a menudo: introducir el elemento insólito cuando menos te lo esperas. Un hijo va a ver a su padre a la residencia. El hombre le dice que se quiere morir. Nada que nos sorprenda. Lo que no tiene sentido es que el hombre se pone maquillaje y lleva bragas, y eso se nos dice, pero no se nos explica. En ningún momento dice “yo, que soy una mujer trans”. No tiene la menor importancia, porque el hecho de que el viejo se ponga pintalabios no afecta en absoluto a su relato. Sencillamente, la familiaridad se ve alterada por una nimiedad, un punto de extrañeza que no se nos explica, pero que se integra en un marco realista. El elemento insólito o disonante es parte del género del cuento en general; la cuestión es cómo Monzó lo introduce y cómo genera una confusión intencionada en quien lo lee. Uno de sus cuentos de otro libro, no recuerdo cuál, se titula "Invasión sutil". El narrador de este cuento argumenta que está harto de que "ese oriental", chino, imaginamos, quiera "invadirlo". A medida que avanza el cuento, vemos que esa invasión no se concreta y que el oriental no tiene nada de oriental ni de extraño o ajeno; de hecho, ni siquiera tiene rasgos asiáticos: se rompen nuestras expectativas, la invasión es tan sutil que es mentira, y acabas por concluir que el problema es del narrador, que está loco. O quizá no, quizá el otro es un invasor muy bueno.
Según el momento en que leas este cuento, podrías llegar a certificar que es realista, que la sensación de arrancarse la piel se parece mucho a lo que pasa cuando se acaba una relación de pareja
Hay otro cuento ambientado en un geriátrico que contiene el título del recopilatorio: mil cretinos. Este cuento se llama La llegada de la primavera, y habla de la agonía de la muerte de los padres ancianos, que es un sufrir constante y que nunca parece llegar. En un momento determinado, la madre medio demente (la demencia también es un espectro) dice que “esos mil cretinos que viven en esta residencia no se dan cuenta, no saben ver qué está limpio y qué no lo está”. Aquí tenemos la pista clave del título del libro: el mundo es como un geriátrico lleno de personas dementes que ya no saben ni entienden nada. La mujer demente, además, también tiene reproches hacia su marido, lleva toda una vida peleándose con él, pero ahora que ya no está, solo le queda la carcasa del odio. Se ha olvidado de qué le reprochaba al marido, y solo queda la memoria del reproche. Cuando su capacidad intelectual estaba entera, las discusiones tampoco tenían sentido, nos dice el narrador, pero ahora además la mujer ha olvidado las palabras. La carcasa de la indignación y el resentimiento, eso es lo que queda. La protagonista del cuento Sábado al principio parece que quiera borrar los recuerdos del marido, o del exmarido, pero pronto nos damos cuenta de que va más allá, hasta arrancar los azulejos y arrancarse la propia piel. Según el momento en que leas este cuento, podrías llegar a certificar que es realista, que la sensación de arrancarse la piel se parece mucho a lo que pasa cuando se acaba una relación de pareja con su rutina y sus sueños implícitos. Que, de hecho, no hay manera de hacer “limpieza de sábado” sin destruir la casa en la que vivíais. En otro relato, otra mujer insiste en comprarle a su marido cosas que le gustan a ella, a ver si así consigue convencerlo de ser quien ella querría que fuera —no lo consigue, pero el marido tampoco llega a dejarla, y se limita a apilar en el armario los jerséis color crema que ella le regala.
Un autor consagrado elogia por casualidad a un autor novel
Un autor consagrado elogia por casualidad a un autor novel. En el cuento, un autor consagrado se topa por azar con un libro que le gusta. En la próxima entrevista que le hacen, da el título de ese libro de un autor novel, porque le preguntan qué libro le ha gustado últimamente. Esto provoca el agradecimiento del autor novel, que llama enseguida al autor consagrado para darle las gracias por la mención y proponerle tomar un café juntos algún día. “Tú eres mi maestro”, le dice el autor novel, y por lo tanto para mí sería un placer, etcétera. Por pereza del autor consagrado, pese a la insistencia del autor novel, el encuentro nunca llega a producirse, y cuando el autor novel publica más títulos acaba ironizando: “ya imagino que eso de tomar un café son cosas que se dicen, pero que nunca se hacen”. Finalmente, el autor consagrado publica un libro nuevo, y el autor novel aprovecha para hacer una reseña que termina con una sentencia: el autor consagrado está sobrevalorado. Algo parecido pasa con Quim Monzó. Borja Bagunyà, el autor y profesor de la escuela de literatura Bloom, decidió matar a Quim Monzó, el cuentista, no al hombre: lo que hace el autor novel con el autor consagrado que no ha parado de darle largas.
Sí, cuando lo dije, ya hace unos cuantos años, pensaba que Monzó era uno de esos ‘maestros peligrosos’, porque escriben de una manera que induce a pensar que es ‘fácil’ o fácilmente replicable, pero que en realidad han perfeccionado hasta tal punto que, en cierto modo, lo han agotado. —Borja Bagunyà
Después de leer esta respuesta de Bagunyà me doy cuenta de que algunos cuentos de Mil cretins, sobre todo los de la segunda parte, ya los había leído. Efectivamente, los había leído, pero no es que recordara los cuentos concretamente, sino que reconocía la tipología de cuento. No es extraño: hace veinte años que leemos cuentos de Monzó, sean suyos o de alguien más que escriba en catalán. Lo leí cuando aún no había acabado la secundaria, y empiezo a tener canas. Era un escritor en activo, prolífico, del día a día —cosas del articulismo— y combinaba eso con la condición de ser un escritor de culto, también. La influencia de Monzó es tan total que las posibilidades se han agotado, y la única opción es matarlo como autor de referencia.
También que, si tienes un maestro de verdad, no sé si es un elogio intentar hacer lo que él hace; quizá sería mejor dejarlo estar, concederle el territorio que ha hecho suyo y que ha llevado a un grado de perfección inigualable, y buscarte la vida por otros caminos. —Borja Bagunyà
Para alejarse del maestro, Bagunyà ha cultivado un estilo muy diferente. Si Monzó escribe sobre todo cuentos y tiene una prosa de frase simple, Bagunyà ha hecho novela (también ha hecho cuento) y se ha dejado llevar por las frases subordinadas. "Es muy bueno, Monzó", me dice. Pero él hace ya tiempo que mató al maestro.