Barcelona, primeros días de mayo de 1348. Hace 674 años. Un barco mercante procedente de una colonia genovesa de la orilla norte del Mar Negro anclaba en el puerto de Barcelona. Aquel barco sería el elemento de transmisión, en la península ibérica, de la bacteria causante de la peste negra, la pandemia más mortífera de la historia de la humanidad. Durante los tres años siguientes (1348-1351), Europa perdería más de la tercera parte de la población. Y según los fogajes catalanes anteriores y posteriores a la peste, Catalunya pasaría de 500.000 a 300.000 habitantes; y Barcelona, entonces la urbe más poblada de la península ibérica y una de las grandes ciudades del continente, de 50.000 en 28.000. El mundo que apareció después de aquella gigantesca crisis ya no sería el mismo. Y en Catalunya se revelaría con una serie de acontecimientos que cambiarían la fisonomía del país para siempre.

El mundo urbano catalán

En la víspera de la peste negra, Catalunya era un país rural. Como todos los países de Europa. Las tres cuartas partes de la población del país vivían en el medio rural, en pequeñas comunidades entre los 100 y los 500 habitantes, dispersas pero, al mismo tiempo, densamente dispuestas sobre el territorio. Pero también había algunas ciudades. La más destacada era Barcelona (50.000 habitantes) y seguida de una red de ciudades medias (de 5.000 a 10.000 habitantes) que articulaban el país: Perpinyà, Girona, Vic, Lleida, Tarragona, Tortosa, Montblanc y Cervera. Estas ciudades fueron las primeras afectadas por aquel fenómeno pestilente. Y, pasados tres años —cuando la peste ya remitía—, serían las primeras concentraciones de hábitat que revelarían un cambio sustancial de fisonomía. Después de la peste, el mundo de las ciudades catalanas ya no sería nunca más como había sido.

Representación de Barcelona (1563), obra de Wyngaerde. Fuente Museo de Historia de Barcelona

Representación de Barcelona (1563), obra de Wyngaerde. Fuente Museo de Historia de Barcelona.

El precio de los alimentos

En aquel contexto histórico el mundo urbano estaba totalmente sujeto al campo, es decir al suministro de los productos alimenticios. Pero, después de la peste negra, esta dependencia todavía sería más fuerte. Básicamente por dos razones. La primera, porque la mortalidad en el campo catalán había reducido a la mitad la mano de obra y, en consecuencia, la producción. Y la segunda, por la eclosión de un fenómeno, hasta entonces, intensamente perseguido por los gobiernos municipales: la figura del acaparador-especulador. El desgobierno en las ciudades catalanas pospandemia, facilitaría la acción de estos oportunistas que hacían negocio con el hambre de las clases urbanas, sobre todo con el de las más humildes. Los precios de los alimentos básicos, sobre todo en Barcelona, sufrirían unos brutales incrementos que provocarían la huida de la ciudad de los segmentos más desfavorecidos de aquella sociedad.

Los salarios

La lógica contemporánea —la del sistema capitalista— diría que la desaparición de una parte importante de la mano de obra (causada por la peste o por la emigración) tenía que provocar un incremento general de los salarios (la ley de la oferta y de la demanda). Pero, sorprendentemente, pasó lo contrario. Los gremios de Barcelona disminuyeron drásticamente los salarios y empeoraron las condiciones laborales. Y la explicación reside en el hecho de que muchos obradores, sobre todo los más potentes, iniciaron un proceso gradual de reposición de fuerza del trabajo con mano de obra esclava. La etapa pospandemia —en Barcelona, especialmente— se caracterizaría por un fuerte crecimiento de la mano de obra esclava, que se destinaría a actividades diversas: desde estibadores hasta prostitutas, pasando por las "domésticas" y los criados de las tenerías (la tarea más pesada y más tóxica a los gremios).

Representación de Lleida (1563), obra de Wyngaerde. Fuente Instituto de Estudios Ilerdenses

Representación de Lleida (1563), obra de Wyngaerde. Fuente Instituto de Estudios Ilerdenses.

Una Barcelona de colores

La investigación historiográfica estima que pasado medio siglo de la peste (1400), en Barcelona había una masa esclava que oscilaría entre un 5% y un 10% del total de la población. Es decir, entre 1.500 y 3.000 esclavos. En aquel momento los esclavos de origen subsahariano eran, todavía, una minoría exótica; y la inmensa mayoría de aquel colectivo estaba formado por personas de confesión musulmana que habían sido capturadas en el norte de África, en la península de los Balcanes o en las estepas del mar Caspio. Este grupo no se reprodujo con la misma facilidad, que, siglos más tarde, lo harían los esclavos americanos, porque la ley de la época les prohibía formar familias; pero, en cambio, las fuentes documentales revelan que las "domésticas" engendrarían una considerable descendencia, fruto del concubinaje con sus patrones.

El orden público

Las ciudades catalanas de la pospandemia tardaron décadas en recuperar los niveles de paz social anteriores a la peste negra. Las mismas fuentes revelan un incremento desorbitado de la delincuencia y de la criminalidad en manos de grupos organizados de forasteros procedentes del medio rural (catalanes, valencianos, sicilianos). Estos grupos se instalaron en las casas de los barrios más humildes que habían sido abandonadas (por la muerte o por la emigración de sus ocupantes). Por lo tanto, las ciudades catalanas de la pospandemia experimentarían una forma muy primigenia de ocupación de viviendas; que, con el transcurso del tiempo, se convertiría en un foco de extrema conflictividad social. También, las fuentes revelan el estallido frecuente de alborotos violentos motivados por la escasez de alimentos y protagonizados por los vecinos de la ciudad.

Representación de Tarragona (1563), obra de Wyngaerde. Fuente Museo Nacional de Arte de Tarragona

Representación de Tarragona (1563), obra de Wyngaerde. Fuente Museo Nacional de Arte de Tarragona.

Los pogromos

Los ataques a las juderías catalanas sería una de las consecuencias más dramáticas de aquel paisaje de miseria y desigualdades. Los pogromos (1391) urdidos por el estamento nobiliario para debilitar la autoridad real (los judíos catalanes habían sido, secularmente, los grandes aliados de los condes barceloneses); y atizados por el estamento eclesiástico (con un mensaje simple pero efectivo); encontraron el terreno adobado. Aquellas explosiones de violencia incontrolada contra las juderías, sumadas a la ausencia de una autoridad y de un liderazgo firme conducirían a la progresiva desaparición de la comunidad judía catalana. Los pogromos catalanes fueron especialmente destructivos porque Catalunya era el país europeo donde la crisis pospandemia había ensanchado con más fuerza y con más violencia la grieta, que, tradicionalmente, había separado las minoritarias clases privilegiadas y las mayoritarias clases populares.

La crisis del modelo urbano

Por las razones expuestas, la Catalunya pospandemia vivió una profunda crisis del modelo urbano. Barcelona no recuperaría los niveles demográficos y económicos anteriores a la peste negra hasta la centuria de 1700. Y lo mismo pasaría con las ciudades medias que articulaban el territorio. Esta pérdida de musculatura urbana tendría unos efectos, a medio y largo plazo, devastadores. Las clases mercantiles del país, que habían jugado un papel pionero en el descubrimiento de las rutas comerciales atlánticas; no podrían evitar la pérdida de un liderazgo fundamentado en la fuerza económica de las ciudades catalanas. Y el Renacimiento, el Humanismo y la Reforma Protestante, los tres grandes movimientos artísticos, culturales e intelectuales —que se impulsaron desde las ciudades europeas y que pusieron los cimientos de la Europa moderna; pasarían de largo de Catalunya.

Imagen principal: Representación de un grupo de médicos durante la peste negra. Font: Xtec.