Acabando la sexta edición, Guilleries (Malas Hierbas), es uno de los fenómenos literarios del año pasado sin ningún tipo duda. Su autor, el taradellenc Ferran Garcia (1971), ha creado un libro a caballo entre el western y la novela de aventuras, sin ser del todo ninguna de las dos. Es una historia que mezcla violencia, magia, sabiduría, y lírica de manera fascinante y que, un año después de su publicación, sigue atrapando a los lectores. Con el Taradell y el Vic de la última Guerra Carlista como telón de fondo, el escenario de Guilleries está lleno de bandoleros sabios, de curas sobrados de consejos, de brujas que conocen los secretos de la vida y de un protagonista que descubre la vida a través de los golpes. Boi vivirá sus aventuras como las vive Tom Sawyer, despreocupadamente, pero la conciencia de la vida adulta y de la muerte, cambiarán su viaje. En esta entrevista, hablamos con el autor de su interés por el dolor y la oscuridad, de la influencia de la literatura rusa y de la futilidad parcial de la alegría.

El bandolerismo es, a priori, un marco ya muy  potente para escribir una historia.
Sí, aunque el tema de los bandoleros vino después. Yo tenía la idea aproximada de hacer un western adaptado y los bandoleros venían en el pack. No había leído mucha novela de bandolerismo y quería mirarlos como si fueran personajes del género, como John Wayne o como Clint Eastwood. No hice una investigación extensa y cogí y centré la biografía de Serrallonga o de Perot Rocaguinarda. Simplemente me los imaginé por allí dando vueltas. Y sí, el bandolerismo es un material narrativo brutal, al cual yo simplemente le saqué un poco de punta.

¿En qué medida Guilleries es un western?
A la hora de escribir pensé qué definía el género para mí. Y llegué a la conclusión de que el primero de todo era el paisaje, un tema trascendental.

FERRAN GARCIA segunda / Foto: Montse Giralt
Guilleries es la tercera novela de Ferran Garcia / Foto: Montse Giralt

Pero el paisaje de la novela, Taradell y Vic, es muy diferente de las llanuras áridas clásicas de los EE. UU.
Sí, normalmente la imagen clásica del western son las planicies desérticas enormes. Y de eso en la plana de Vic no tenemos. Entonces decidí focalizarme en las Guilleries y todos estos elementos que nosotros tenemos. El paisaje en el libro no es solo un decorado donde pasan cosas sino que los bosques respiran, los animales son importantes, etc. Constantemente ves el entorno como un protagonista más. Después están los caballos. A mí me parece que, sin los caballos, el western no existe. Normalmente siempre tienen nombre, entienden las cosas, incluso dialogan con los protagonistas... Por otra parte, también está el tema de la violencia. La violencia puede ser más soterrada o más directa pero siempre hay un peligro en el western, que es cotidiano, que te puede asaltar cuando sales de casa en cualquier momento. Y finalmente está la redención. Creo que el western es muy bueno a la hora de explicar historias de redención: de gente que ha hecho cosas muy malas y que a través de otros intenta eximirse. Pensaba que si estas cuatro cosas estaban, se trataba de un western, pasara donde pasara.

Es un western pero lleno de elementos del imaginario popular catalán: de bandoleros, de brujas, de historias medio fantásticas sobre huérfanos...
Todo aquello mítico es un elemento importante del libro. Esta relación intensa con la naturaleza y con el paisaje casi siempre te lleva hacia fronteras más mágicas. Eso de alguna manera también tenía que aparecer en la novela. Cogí un montón de libros sobre mitología catalana, especialmente de la Plana de Vic, para hacerlo pero no es que cogiera demasiadas historias directamente, más bien me impregné de una atmósfera. Y sobre todo viene de cosas que me habían explicado cuando era pequeño en el pueblo mi abuela y mi madre. Ahora la magia ha muerto, pero antes no era así. No hablo de las mujeres de agua o de los duendes, sino de cosas más cotidianas donde aparece este folclore mágico: casas encantadas, puentes por los que no podías pasar porque a las noches se escuchaban cosas, etc. Y eso formaba parte de la realidad que te rodeaba no hace tanto.

La violencia real no me gusta nada, pero sí que me obsesiona como tema

Mencionabas antes la violencia en relación al western. Si del libro destaca alguna cosa es que no hay un párrafo en que las atrocidades morales y físicas asalten al lector...
Yo soy un tío muy tranquilo, la violencia real no me gusta nada, pero sí que me obsesiona como tema. Desde siempre. Y a los otros libros que he escrito antes de Guilleries, que no se acerque nadie porque es todo ultraviolento. ¡La gente de Males Herbes no me lo dijeron y me lo tendrían que haber dicho, que era una salvajada! (ríe). Creo que con la violencia, como con el sexo, tendemos a no mirarla como sociedad. O intentamos no hacerlo, porque después cuando hay un accidente todos bien que miramos. Pero la violencia está por todas partes. Cuando la historia me llevaba hacia un acontecimiento violento yo ni le daba la vuelta ni lo edulcoraba. En Guilleries era consciente de que había mucha violencia, y la rebajé. Me di cuenta de que seguramente consigues un efecto de dolor o de impresión cuando a un personaje por el cual sientes afecto le pasa alguna cosa mala más intenso si suavizas ligeramente la historia y lo haces más natural. Intenté que la violencia no fuera gratuita, sino que formara parte de la historia y del contexto del peligro y de la aspereza constante de la vida cotidiana.

El mundo de finales del siglo XIX, claro está, era diferente en este sentido.
Con estas cosas históricas hay ciertas licencias extrañas. No hay que ser hiperrealista pero es evidente que la violencia que había a finales del siglo XIX y a principios del XX en el mundo rural era muy grande: violencia hacia las mujeres, hacia los niños, hacia la gente marginada... Me parecía interesante que eso fuera reflejado en el libro. Y hay elementos violentos bastante constantes, sobre todo en lo referente la violencia física, pero también a la violencia emocional, que es la que me costó más escribir.

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Portada de Guilleries de Ferran Garcia

En Guilleries la violencia va acompañada siempre de la voluntad de explicarla poéticamente. De la belleza.
Sí, la cosa bonita y la cosa fea van de la mano. Si hay luz, hay sombra. Siempre hay dolor al lado de una cosa alegre. Vivimos en esta tensión. Cuando hay alguna cosa oscura, necesariamente tiene que haber sol, porque sino aquella cosa oscura no aparece, no se ve. Y la manera de explicar la violencia era esta. Intenté tratar el dolor y la oscuridad de una manera más lírica o poética para hacer que el lector respirara. Creo que es una de las buenas maneras de aproximarte a la parte oscura del alma humana porque normalmente no tenemos muchas palabras para entender estos actos tan siniestros. Parecen no humanos, como si no fueran parte de nosotros mismos. Nos cuesta poner palabras y entenderlos con la razón. En cambio, cuando nos aproximamos a través de otros elementos como la música, la pintura o las imágenes, un aspecto más emocional...

Si hay luz, hay sombra. Siempre hay dolor al lado de una cosa alegre

¿Nos resultan más comprensibles?
Si te acercas al dolor a través de la belleza lo entiendes más. Por otra parte, yo también escribo así normalmente, con esta lírica, porque siento que las palabras me limitan mucho. Necesito imágenes y por eso hago mil comparaciones. Las palabras lo pueden decir a pesar de no decir nada, en el fondo, porque son muy limitadas. Puedes estar enamorado y necesitar cuarenta años para explicar lo que sientes y nunca llegarás a hacerlo del todo. En cambio te pones una canción o lees dos versos de un poema y dices: "es eso!". Es intentar acercarte en las cosas más chungas de la vida por esta vía más indirecta.

El dolor se entiende mejor a través de la belleza... ¿Y nos forma como personas, también?
La parte luminosa de la vida, la alegría, tiene virtudes pero es un aspecto más evasivo para el ser humano. Si hablamos de conocimiento, entendernos y entender, creo que la alegría no sirve mucho y en cambio aquello más oscuro, sí. Tus dolores te definen más que tus alegrías. Es aquello de Anna Karenina que todas las familias alegres son iguales pero las desgraciadas cada una lo es a su manera. Es a través de las tristezas, la pena y las hostias de la vida cuando tú te vas mirando hacia adentro. Y allí aparece conocimiento. Si llegas a los ochenta años y miras atrás recordarás las cosas felices y las tristes, pero en tu biblioteca de conocimiento la parte oscura es la que más libros habrá ido poniendo.

FERRAN GARCIA primera / Foto: Montse Giralt
Ferran Garcia ha firmado con Guilleries uno de los grandes éxitos de la literatura catalana de los últimos meses / Foto: Montse Giralt

Hay también la idea, en la novela, que detrás de un dolor hay otro dolor. De hecho, el libro empieza así.
Si te entretienes mirando a la gente que hace cosas malas o cosas desgraciadas, normalmente te parece que es gente inhumana. Eso en criminología también está bastante claro. Pensamientos que aquello que han hecho no es un acto humano. Pero en realidad no son actos absolutamente locos ni irracionales. Y de hecho, en la criminología se separa los actos de los cuales no eres consciente, de que son pocos, de los que los criminales hacen con conciencia. Si lo miras bien, te das cuenta de que estos monstruos han sido causados por otros monstruos, y eso es el rosario. Es como las matrioshkas, las muñecas rusas. Es difícil que si miras la infancia de esta gente que hace cosas horribles encuentres una feliz. Si te acercas, es como una cadena infinita de dolor que se ha ido traspasando y que ha llegado hasta aquí. Cuando eres consciente puedes cortar la cadena, pero lo más habitual es que voy saltando de generación en generación. Es lo que decía Nietzsche, si te peleas con monstruos mucho tiempo, te tú también te vuelves un monstruo; y si miras el abismo mucho rato, cuidado, porque el abismo también mirará dentro tuyo.

Si miras el abismo mucho rato, cuidado, porque el abismo también mirará dentro tuyo

¿Esta atención al dolor te viene de la literatura rusa?
A mí la literatura rusa me gusta mucho. Y todo este mundo introspectivo, dostoievskiano de la vida, enseguida conecté. Creo que tiene que ver con este componente existencialista de entender la finitud de la existencia. Y eso creo que es lo que le pasa al narrador de Guilleries, que aunque no lo parezca, es ruso, y va haciendo cosas cuando es pequeño pero que a medida que se va haciendo adulto, el cambio es justamente ser consciente de que la dirección de la vida es la muerte. Cuando eres consciente de eso, todo cambia. Se te echa encima como un chubasco. Y entonces no puedes mirar igual nada de las que cosas que hacías. El amor ya no es como antes, ahora es de verdad, el odio también es diferente. Te invade una especie de metafísica que está allí como una música de fondo. Y todo eso la tradición eslava lo engancha muy bien.

Este memento mori, sin embargo, no lo ves como una cosa terrorífica, sino que como aparte de la vida, me da la impresión.
Exacto. Te vas a morir, es un hecho. Delante de eso puedes hacer varias cosas: la primera es pasar. La otra es lamentarte y decir "qué mierda todo". Y la tercera, que es la que a mí más interesa y que funciona en la historia, es la vital. Es decir: vive al máximo. Y eso no quiere decir drogas y rock and roll, quiere decir ser consciente de cada instante, el memento mori vital. Esta idea de vivir cada instante como si realmente fuera el último, sin llevarlo al extremo, me parece la más acertada. Y la que literariamente da más juego.

El cementerio está lleno de libros buenísimos

¿Para acabar, como|cómo has vivido el éxito del libro?
Con mucha sorpresa inicial. Cuando lo acabamos con la gente de Males Herbes, me dijeron que este libro era bueno, aunque yo no me lo creí de verdad. Una cosa es que el artefacto funcione o esté bien y después el recorrido que tiene y aquí hay elementos que no tienen nada que ver con la calidad literaria. El cementerio está lleno de libros buenísimos. Pero cuando en una semana se agotó la primera edición sí que vi que había pasado algo. Y cuando después del primer mes la gente hablaba mucho y lo recomendaba me lo empecé a creer. Yo no vengo del mundo literario ni conozco absolutamente a nadie. La gente que me decía que el libro era bueno supuse que me lo decía de verdad, porque ni la había visto nunca ni tenían ningún interés. Lo he vivido evidentemente con alegría: que te lea la máxima cantidad de gente posible es fantástico. Pero daría  si pensara que eso es realmente alguna cosa.