Madrid, algún momento del año 1599. Hace 425 años. Felipe III, rey de la Monarquía Hispánica, nombraba a Juan Velázquez de Velasco y Enríquez, Espía Mayor del Reino, y le encomendaba la creación de una red de activos que debían infiltrarse en las estructuras más sensibles de los enemigos del edificio político hispánico y del régimen Habsburgo que lo gobernaba. A partir de ese momento, la fabricación de acusaciones falsas, la ejecución de crímenes de falsa bandera o la comisión de actos de terror —siempre con el propósito de desestabilizar la disidencia interna o de destruir al competidor externo— serían una constante en la tarea de aquella "oficina", que dejaría por el camino un reguero de víctimas que nunca fueron resarcidas.

Los sicarios ingleses al servicio de la monarquía hispánica en la Conspiración de la Pólvora. Fuente National Portrait Gallery
Los sicarios ingleses al servicio de la monarquía hispánica a la Conspiración de la Pólvora / Fuente: National Portrait Gallery

El intento de asesinato del rey y de los parlamentarios de Inglaterra

La primera operación de envergadura del espionaje hispánico que salta a la palestra es el intento de decapitación del poder inglés. Felipe III y su ministro plenipotenciario Lerma (que pasaría a la historia como el creador del fenómeno especulativo de la "burbuja inmobiliaria") ordenaron la trama denominada "Conspiración de la Pólvora". Entre 1603 y 1605, Juan de Velasco, embajador hispánico en Londres y pariente del Espía Mayor del Reino, había creado una red de activos en Inglaterra —liderada por un siniestro personaje llamado Guy Fawkes—, que tenía el objetivo de eliminar el poder inglés (en aquel momento, en manos del partido anglicano), restituir el catolicismo y subordinar el país a los intereses de la monarquía hispánica y del Pontificado.

El 5 de noviembre de 1605, Robert Cecil, jefe de la policía real inglesa, descubrió a Guy Fawkes oculto en el sótano de Westminster, custodiando una carga de 36 barriles de pólvora que había previsto hacer explotar al día siguiente, al inicio de la sesión de apertura del Parlamento, mientras el rey Jaime I de Inglaterra pronunciaba el discurso inaugural. La desarticulación de aquel acto de terror conduciría Fawkes en la Torre de Londres, y en pocos días caería el resto de la red: Catesby, Percy, Batas, los hermanos Wright y los hermanos Winter. El implacable Cecil detuvo e interrogó, también, al embajador Velasco, que no pudo esquivar las acusaciones que lo incriminaban y que agradecería ser expulsado para no acabar, también, en la Torre de Londres.

Jaime I de Inglaterra y Robert Cecil. Fuente Scotish National Gallery (Edimburgo) y National Portrait Gallery (Londres)
Jaime I de Inglaterra y Robert Cecil / Fuente: Scottish National Gallery (Edimburgo) y National Portrait Gallery (Londres)

El intento de asesinato del rey de Portugal y el asesinato del virrey de Catalunya

Transcurridas más de tres décadas (1640), Felipe III había dejado paso a Felipe IV, Lerma había cedido el testigo a Olivares y Juan Velázquez de Velasco había sido relevado por Juan Valencia Herrera, un curioso funcionario que había ganado celebridad como torero. Pero nada había cambiado, salvo que, en ese momento, el foco de la "oficina" estaba centrado en los procesos independentistas de Catalunya y Portugal. El historiador Enrique Sicilia Cardona, de la Asociación Española de Historia Militar, explica que, en aquel contexto crítico, el contraespionaje portugués desarticuló una trama hispánica que pretendía asesinar a Joan de Bragança, el líder independentista que acabaría restaurando la monarquía portuguesa y reinando como Juan IV (1640-1656).

Poco antes, en Barcelona, habían sucedido los hechos del Corpus de Sangre (7 de junio de 1640), inicio de la revolución que conduciría a la Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59). En el momento culminante de aquella violenta jornada, el conde de Santa Coloma, virrey hispánico en Catalunya, superado por los acontecimientos, huyó de Barcelona a toda prisa. Pero sería misteriosamente asesinato en la playa de Montjuïc, mientras esperaba que la Galera Real lo evacuara. El presidente Pau Claris ordenó una investigación, sin resultados. Pero, en cambio, Felipe IV y Olivares conseguían el pretexto que buscaban: justificar la intervención militar en Catalunya con el objetivo de liquidar las instituciones de gobierno (1 de septiembre de 1640).

Extracto de la misiva de Felipe IV a la Generalitat (01 09 1640). Fuente Dietario de la Generalitat
Extracto de la misiva de Felipe IV a la Generalitat (01 09 1640) / Fuente: Dietario de la Generalitat

El misterioso asesinato del presidente Pau Claris

La crisis catalana no se detuvo con el más que probable crimen de falsa bandera de Santa Coloma. Ni con la declaración de guerra de Felipe IV en Catalunya. El presidente Pau Claris se convertiría en la principal figura política catalana: ordenaría acelerar las negociaciones con Richelieu, buscando la protección militar de la monarquía francesa (Ceret, 07/09/1640); proclamaría la República catalana (17/01/1641); reconvertiría el estado catalán en un principado independiente (23/01/1641) y derrotaría y humillaría el ejército hispánico que había invadido Catalunya (26/01/1641). El profesor Simón i Tarrés, de la UAB, explica que en el transcurso de aquel proceso, en Madrid se impondría el ala dura, totalmente contraria a cualquier tipo de negociación con los catalanes.

En aquel contexto de guerra total se produce la inesperada y misteriosa muerte del presidente Pau Claris (27 de febrero de 1641), que altera totalmente la hoja de ruta catalana. Durante siglos, la causa de la muerte del presidente fue un misterio, hasta que el profesor Simón i Tarrés, uno de los grandes investigadores de este periodo histórico, concluye que había sido asesinado con "aqua di Nàpoli", un potente veneno muy habitual en las cancillerías de la época. Espenan, agente de la monarquía francesa en Catalunya, quedaría extraordinariamente impresionado por aquella muerte, y la información que reporta a Richelieu apunta claramente a los agentes hispánicos infiltrados a la Generalitat (los activos reclutados por el Espía Mayor del Reino) como los autores de aquel magnicidio.

Anotación de la defunción del presidente Claris (27 02 1641). Fuente Dietario de la Generalitat
Anotación de la defunción del presidente Claris (27 02 1641) / Fuente: Dietario de la Generalitat

El asesinato de Masaniello, el líder independentista napolitano

En plena Guerra de Separación de Catalunya (1640-1652/59), estalla un nuevo foco de conflicto: la revolución independentista napolitana (enero, 1647). Aquel proceso tuvo, desde el inicio, dos almas enfrentadas: la facción nobiliaria, liderada por el terrateniente Giuseppe Caraffa; y la facción popular, liderada por el pescador Tomasso Aniello, conocido popularmente como Masaniello. Dos facciones irreconciliables, porque ni Carafa estaba dispuesto a ceder la dirección del movimiento a las clases humildes, que ambicionan una revolución de arriba abajo, ni Masaniello estaba dispuesto a claudicar ante las oligarquías, que pretendían involucionar el país hacia un régimen feudal medieval.

El virrey hispánico Rodrigo Ponce de León, totalmente superado, se entregó en los brazos de l'"Espía Mayor del Reino", que formuló la vieja receta del "divide y vencerás". La administración hispánica puso precio a la cabeza de Masaniello, y el 16 de julio de 1647, mientras pronunciaba un discurso en la plaza del Mercado, fue asesinado a pedradas por uomi de mando (bandoleros a sueldo). Reveladoramente, sería Caraffa quien presentaría la cabeza de Masaniello a Ponce de León. El Espía Mayor del Reino había extorsionado a la nobleza y lo había alejado del objetivo independentista. Al día siguiente, los lazzari (los activistas de las clases humildes) asesinaban a Caraffa. Y el sueño de la República Napolitana se consumiría con las llamas de la misma revolución.

Representación coetánea de Caraffa presentando la cabeza|cabo|jefe de Massaniello a Ponce de Leon. Fuente Museo Nazionale San Martino. Napols
Representación coetánea de Caraffa presentando la cabeza de Masaniello a Ponce de León / Fuente: Museo Nazionale San Martino. Nápoles