Un prólogo: mención destacada a Vicent Baydal, Toni Sabater, Felip Bens y Josep Vicent Miralles. Cuatro señores valencianos que un buen día, contraviniendo los más elementales dictados del seny nacional, decidieron montar una editorial independiente, valencianista, desde la ciudad de València y llamándole a Joan Fuster que si quiere bolsa. Es verdad que en Drassana tuvieron la suerte —y el acierto— del pelotazo de Noruega de Rafa Lahuerta —han vendido como churros o fartons, a nuestra escala— y que La Barrancada del año pasado ha reverdecido las corrientes de solidaridad del panvalencianismo. Pero el éxito de la editorial nos recuerda una vez más que no basta con el activismo y que antes hay que garantizar productos de calidad.

Drassana produce, desde una perspectiva sanamente autocentrada, libros bonitos y bien hechos, una revista que da gusto ver y un premio literario, el Lletraferit, que se ha consolidado en poco tiempo

Drassana produce, desde una perspectiva sanamente autocentrada, libros bonitos y bien hechos, una revista que da gusto ver y un premio literario, el Lletraferit, que se ha consolidado en poco tiempo. El penúltimo lo declararon desierto, lo cual siempre habla bien de un premio, y el último lo han concedido a la primera novela de Magda Simó, una periodista que vive y trabaja en València, pero que es originaria de la Jana, en el país del Sénia, esa zona cero nacional que se empeña en desmentir las artificiales fronteras españolas. Ya que estamos, no me puedo resistir a consignar que el Obispado de Tortosa y la Mancomunidad de la Taula del Sénia, digamos que dos organismos rurales-conservadores, deben de ser las únicas instituciones que resisten la presión y se pasan por el forro el rollo de las comunidades autónomas. Lo dejamos aquí y hablemos de literatura.

No me tendría que gustar, pero me gusta

És naufragi es una novela que no me debería gustar, pero me gusta. Entended que me acercara a ella con miedo —o con temor, que dicen más al sur— de toparme con otra historia de mujer en crisis de los cuarenta, con traumas soterrados y problemas de Primer Mundo. Hemos leído tantas que está a punto de convertirse en un género irónico, si no lo es ya. El libro de Simó, no se esconde, es exactamente eso: una novela de huida —“irse no es irse y punto”— que disecciona la fractura íntima de una señora casada y con hijos que tiene un lío mal resuelto con un compañero de trabajo más joven. Además, Simó introduce entre las escenas minimalistas de este asunto algunas regresiones a la ruralidad. Estos pasajes los usa, de manera un poco tópica pero eficaz, para recordar y comparar cómo malvivían en los pueblos las mujeres acusadas de infieles, de putas o de malas madres. Hay días que pienso que en eso hemos progresado; otros, no tanto. Aquí, punto a favor, no hay ni rastro de victimismo feminista. Al contrario: hay un llamamiento a vaciar ojos de violadores. También hay que decir que en el entramado del lenguaje de Magda Simó se nota su oficio de periodista: algún adjetivo cliché, alguna expresión fosilizada, una tendencia innecesaria a empezar los capítulos con apuntes científicos y términos técnicos. Nada grave. Incluso se absuelve con simpatía —porque tiene una justificación clara en el arco narrativo— todo un capítulo sobre el sufragio femenino que parece un remake de la película italiana Siempre nos quedará mañana.

Magda Simo en lEngolidor
Magda Simo ganó el último Premi Lletraferit con la novela És naufragi / Foto: Archivo Drassana

És naufragi es una buena novela y se redime porque hace muy bien cosas que son complicadas y difíciles de encontrar

A pesar de todos estos pecados veniales, És naufragi es una buena novela y se redime porque hace muy bien cosas que son complicadas y difíciles de encontrar. En primer lugar, no hay ni una pizca de paja. El libro, de poco más de cien páginas, va directo al grano y no hace concesiones. Sabe cuándo debe ser duro —eso que los críticos profesionales describen como “puñetazo en el estómago” o “corazón en un puño”—, cuándo el lector se identificará —porque todos hemos enfermado de pasión, hemos tenido ganas de mandarlo todo a la mierda y hemos vuelto al redil del sistema—, cuándo necesita un puntito de sexo y grosería y cuándo un pellizco de humor sarcástico. Todo está bien medido y se bebe de un trago como un vaso de horchata fresca, sin mucho azúcar. (Aprovecho para quejarme de lo difícil que es encontrar horchata sin azúcar en Cataluña, otra victoria del imperio castellano). En segundo lugar, la autora, con una habilidad argumental que te pilla desprevenido, sabe esconder una traca final bien pensada, que convierte lo que podría haber sido un romance costumbrista en una pieza de amor fou absurdo y trágico. No me da la gana revelar nada más, pero se vuelve a demostrar que un buen final —este, por cierto, en la estación de tren de Tarragona— puede elevar casi cualquier cosa y hacerla memorable. Y, finalmente, el tono. No sé cómo lo hace, pero Magda Simó consigue crear un clima delicioso de película francesa de los 60, muy nouvelle vague, muy Godard, pero cambiando París por València y el insufrible existencialismo sartriano de los gabachos por una intimidad más honesta y más nuestra. No sé, leedla, porque És naufragi da mucho por la poca inversión que pide. ¿Qué más queréis?