Don't look up, la comedia que Netflix ha estrenado recientemente de la mano de Adam McKay, ha vuelto a situar en el centro del debate el calentamiento global. Ha sido una entrada conmovedora y ácida, una alegoría sobre un futuro próximo en que la inacción cínica de gobernantes y gurús tecnológicos condena el planeta a una catástrofe: el impacto de un gran meteorito.

La película protagonizada por Leonardo DiCaprio lleva a la gran pantalla una fantasía de hundimiento colectivo, de desastre, que ha recogido un éxito notable y que se suma a otros recientes como la serie francesa El colapso o la británica Years and Years. Ambas son ejemplo de cómo las proyecciones de hundimiento de la civiliación se han convertido en una valiosa materia prima para ficciones hoy. Según la Wikipedia, se han creado más películas con el tema del apocalipsis en la última década que en las dos anteriores juntas. Y ya hay más anunciadas por este año que empieza.

dont look up1

Según la Wikipedia, se han creado más películas con el tema del apocalipsis en la última década que en las dos anteriores juntas

La pandemia parece haber sido una especie de caja de Pandora que nos ha conducido a una conciencia más aguda del frágil equilibrio que sustenta nuestro orden social y económico. Y aunque Don't look up se empezó a producir en el 2019, encaja perfectamente con esta. Primero fue el coronavirus, pero después se han sumado la crisis de desabastecimiento, la crisis energética, con especulaciones sobre cortes de energía, y los efectos de quizás la amenaza con más peso simbólico, la del cambio climático. Y ante los indicios del presente de disrupción social o climática, la ficción y el entretenimiento responden tratando de imaginar, fascinados, formas en que nuestro mundo podría acabar, con una motivación renovada. ¿Qué dicen sobre el mundo actual? ¿Y cómo podemos convivir con ellas?

El calentamiento global, en la puerta

Como describe el filósofo Slavoj Žižek, la clásica negación con la que nos hemos defendido colectivamente durante décadas del cambio climático – "sé que es real y que nos afecta, pero no estoy preparado/a para integrarlo y cambiar realmente mis accions"– empieza a ser inviable. Los input y las pruebas de sus efectos se han vuelto demasiado evidentes, demasiado poderosos.

El calentamiento global ya no es, para una parte creciente de la población, una amenaza acechando en el horizonte, todavía lejos, foragitable. Es aquí y ahora

Si la película testimonia alguna cosa es que el marco en que hablamos ha cambiado. El calentamiento global ya no es, para una parte creciente de la población, una amenaza acechando en el horizonte, todavía lejos, foragitable. Es aquí y ahora. En el presente somos capaces (o nos vemos obligados) a hablar de catástrofe ecológica, de hundimiento, de hacer ficción, de flirtear desacomplejadamente con el desastre y la extinción; de explorar abiertamente dudas y preguntas que hasta ahora estaban apartadas púdicamente de de la opinión publica más generalista. Y de sentir ansiedad respecto de nuestro futuro climático y colectivo.

Hace sólo una semana el diario británico The Guardian publicaba que científicos americanos y británicos habían descubierto grandes fisuras y grietas en el glaciar Thwaites, en la Antártida, considerado uno de los más importantes del planeta. Según sus previsiones, podría romperse de aquí unos cinco años, hecho que podría comportar que el nivel del mar aumentara automáticamente hasta medio metro. Este es sólo un ejemplo de como de expuestos estamos a input inquietantes que tiran incertidumbre sobre la sostenibilidad en el tiempo de nuestra forma de vida. La diferencia es que la mayoría ya no expresan preocupación por un futuro a muy largo plazo, sino que lo hacen por los próximos años. Y que los escenarios que nos presentan ya no nos parecen exageraciones distantes, arbitrarías y absurdas, sino consecuencias lógicas de la dirección en que nos movemos.

dont look up 4

Las producciones audiovisuales sobre el apocalipsis han abandonado el triunfalismo de las películas apocalípticas de la era Clinton, como la icónica Independence Day o End of Days

Es por eso que parece normal que las producciones audiovisuales sobre el apocalipsis hayan abandonado el triunfalismo de las películas apocalípticas de la era Clinton, como la icónica Independence Day o End of Days, de Arnold Schwarzenegger. También las tramas sobre el desastre rellenadas de efectos especiales espectaculares y llenas de escenas de acción como la exitosa The Day After Tomorrow, del 2004, en que una gran tormenta imprevista arrasaba el planeta. Las han sustituido cintas y series que se centran al explicar las historias y motivaciones humanas en torno al desastre que se mueven entre la resignación y el abatimiento, sin fuegos artificiales, o que se adentran en la política de este final de una forma más próxima e incluso íntima. Es también un ejemplo, más allá de Don't look up, la película Humans, del director Stephen Karam, que se ha estrenado también estas fiestas.

¿La esperanza de desesperar?

Hay otro elemento que tiene una presencia que hasta ahora no era notable en el entretenimiento generalista sobre el futuro climático del planeta: la desesperanza. En el 2019, el escritor norteamericano Jonathan Franzen, uno de los más conocidos de su generación, publicaba un artículo en la revista New Yorker en que defendía que ya no podíamos parar el cambio climático, que era necesario admitirlo y centrar nuestros esfuerzos, en cambio, a paliar sus efectos cuando lleguen. Citando a Kafka, afirmaba que "hay una esperanza infinita, simplemente no para nosotros". El texto tuvo una gran repercusión y también frecuentes críticas desde el ámbito científico y político. Los que se oponían a su perspectiva defendían que aceptar que no podemos detener el calentamiento global conducía al nihilismo y a la inacción. ¿Si admitimos que el cambio climático es uno apocalipsis inminente, porque nadie se tendría que molestar a reducir las emisiones?

Hay otro elemento que tiene una presencia que hasta ahora no era notable en el entretenimiento generalista sobre el futuro climático del planeta: la desesperanza

Como deja muy claro Don't look up, pensar sobre el cambio climático hoy implica debatirse con preguntas ¿cómo 'lo podemos parar realmente '?, ¿puede nuestro planeta entrar en colapso?, ¿lo convertiremos en inhabitable'?. Se han convertido en cuestiones que nos asaltamos cuando leemos el diario, cuando miramos Twitter o cuando hablamos con nuestros amigos: presencias incómodas que nos acompañan en nuestras rutinas cotidianas, como si nos sobrevolara un enjambre de mosquitos molestos.

El neoliberalismo ha diluido los vínculos colectivos, nos ha atomizado, robado muchas de las herramientas para imaginar un futuro alternativo, y vendido la idea de que el éxito era hacerse rico invirtiendo en criptomonedas

Quizás esta sensación es más intensa en las generaciones jóvenes, quienes es seguro de que no puedan escapar de los efectos del calentamiento global. La percepción es que la vivimos como una carga pesada. Ya no es que todavía tengamos que buscarnos un futuro profesionalmente ante una falta evidente de oportunidades, que nos tengamos que hacer la idea de que viviremos materialmente peor que nuestros padres y que tengamos que luchar por nuestra salud mental mientras los datos evidencian su fragilidad. Es que también tenemos que movernos activamente porque sin medidas nosotros seremos los principales perjudicados. Y lo hacemos de hacer en un presente en que el neoliberalismo ha diluido los vínculos colectivos, nos ha atomizado, robado muchas de las herramientas para imaginar un futuro alternativo, y vendido la idea de que el éxito era hacerse rico invirtiendo en criptomonedas.

Voyeurisme del colapso

La película muestra, sin embargo, que las dudas y la desesperanza sobre el futuro climático quizás también tienen una vertiente positiva. Lo ejemplariza el personaje de la investigadora Kate Dibiasky, interpretada por Jennifer Lawrence, cuándo en una aparición televisiva grita de forma histérica mirando a la cámara que todo el mundo morirá. Como defiende el filósofo Søren Kierkegaard, la desesperanza es una enfermedad y, a la vez una culpa feliz, porque sólo cuando nos desesperamos, afirma, podemos llegar a encontrar la esperanza de verdad.

dont look up review

Como defiende el filósofo Søren Kierkegaard, la desesperanza es una enfermedad y, a la vez una culpa feliz, porque sólo cuando nos desesperamos, afirma, podemos llegar a encontrar la esperanza de verdad

Estar desesperados a veces nos lleva a la acción radical, que ignora las convenciones, como los gritos del personaje de Lawrence y, por lo tanto, nos lleva en la dirección correcta. Quizás, siguiendo esta idea, sólo cuando se nos haya acabado la esperanza, seremos capaces de llevar a cabo las medidas globales que los gobiernos del mundo no toman. O quizás, como decía al poeta británico Samuel Johnson, es necesario esperar por defecto, contra pronóstico, aunque la esperanza se vea frecuentemente defraudada, porque ella misma es una fuente de felicidad y sus frustraciones son mejor que su extinción.

¿Si el futuro nos inquieta de esta manera, por qué nos fascinan y nos enganchan los escenarios catastróficos?

¿Pero si el futuro nos inquieta de esta manera, por qué nos fascinan y nos enganchan los escenarios catastróficos? La respuesta seguramente es que imaginarnos el hundimiento de nuestra civilización es una catarsis de nuestros miedos y ansiedades ecológicas y sociales ante amenazas que cada vez percibimos como más reales. Una forma de vivirlas colectivamente como un simulacro y compartir el peso que experimentamos como individuos. Un voyeurisme del desastre fascinante que en realidad nos calma. Como si hablar o vivirlo a través de la pantalla fuera en sí una especie de acción. A falta de acciones y medidas de verdad, mientras es trending topic, mientras hagamos tuits y mientras ocupe los debates, tenemos la sensación que estamos adelantando, que estamos dando alguna cosa.