Caspe (reino de Aragón), 24 de junio de 1412. Hace 610 años. El predicador valenciano Vicent Ferrer anunciaba que los compromisarios que tenían que votar a un nuevo rey en el trono de Barcelona se habían inclinado por la candidatura del castellano Fernando de Trastámara, sobrino materno del difunto monarca Martín I, muerto sin descendencia legítima. El Compromiso de Caspe (el fin de la estirpe nacional catalana de los Bellónidas) ha sido presentado como una manifestación —probablemente, la más evidente— de la subordinación de Catalunya con respecto a Aragón. Incluso, nuestra historiografía romántica (la del Renacimiento) contribuyó a oscurecer una realidad intoxicada. Pero, en cambio, una atenta mirada a aquellos hechos, revela lo contrario: nos guste o no, el cambio de dinastía se fabricó en Catalunya, verdadero motor del edificio político que habían creado los Bellónidas.

Representaciones de Martín I y de Fernando I (último Bel·lònida y primer Trastàmara). Font MNAC
Representaciones de Martín I y de Fernando I (último Bellónida y primer Trastámara). Fuente: MNAC

Tres por tres igual a nueve

La composición de la asamblea de Caspe, creada para un tema de tantísima trascendencia como era el relevo en el trono; nos revela, como mínimo, un equilibrio de pesos entre los tres estados peninsulares que formaban la Corona. El dibujo de Caspe es clarísimo: tres representantes del Principado de Catalunya, tres del Reino de Aragón y tres del Reino de Valencia. Otra cosa sería qué pasó con los representantes de los reinos de Sicilia y de Cerdeña. Sin embargo, ¿alguien, con un mínimo sentido común (ya no decimos conocimiento de historia); ¿podría afirmar que en aquella asamblea Aragón tenía más peso que Catalunya? Porque lo que es evidente es que, cuando decidieron la composición de aquella asamblea, al estado que tenía categoría de reino (Aragón) no se le reconoce una jerarquía superior con respecto al que se había originado a partir de unos condados independientes (Catalunya).

Pedro el tercero (Pere el terç)

Ahora bien, si queremos conocer hacia dónde se inclinaba la balanza de pesos, el ordinal real sería un valor para calibrar el peso de cada uno de los estados que formaban un conglomerado. Por ejemplo, después de la Guerra de Sucesión hispánica (1701-1715), los Borbones se intitularían con el ordinal castellano. Después de someter a sangre y fuego la antigua Corona catalana; Borbón sería siempre Felipe V (quinto era el ordinal del trono castellano-leonés). Y a sus descendientes, no es que les importara un rábano si eran el VII de Castilla o el IV de Aragón (Fernando "el rey felón"). Es que con el ordinal castellano proclamaban dónde residía y sobre qué élites se sustentaba el poder. Y eso era lo que había pasado siglos antes en Catalunya. Por ejemplo, Pedro III de Barcelona y IV de Aragón, el monarca de la plenitud medieval catalana (1336-1387), siempre firmó como "Pere el terç".

Vista de Barcelona (1572). Fuente Cartoteca de Catalunya
Vista de Barcelona (1572). Fuente: Cartoteca de Catalunya

La revolución remensa

Los grandes procesos revolucionarios (el paisaje social y económico que explica su fabricación y su eclosión), también serían un termómetro para valorar el dinamismo de las diferentes sociedades que formaban un conglomerado. A inicios del siglo XV, el campesinado catalán (que representaba los 2/3 de la población del país) vivía en una situación terriblemente precaria. Y eso impulsaría la primera revolución de la historia moderna de Europa. La sociedad catalana de los siglos XV y XVI ensayó una especie de "la tierra para quien la trabaja" que generaría los primeros excedentes de producción, imprescindibles para la transformación hacia un modelo netamente mercantil. La Revolución Industrial (siglo XIX) es la culminación de aquel proceso; y no surge en la orilla del Ebro —el principal caudal hídrico de la antigua Corona—, sino en los saltos de los pequeños ríos del país de la antigua Remensa.

¿Quién llevó los Trastámara al trono de Barcelona?

Volviendo al tema del inicio, el Compromiso de Caspe nos revela más medidas de pesos que, o bien han sido deliberadamente ocultas, o bien han sido torpemente intoxicadas. Y en este punto, nuestra historiografía (la del Renacimiento del siglo XIX) tiene una responsabilidad importante. Aquellos historiadores románticos catalanes nos explicaron que Caspe había sido una trágica pinza que los reinos de Aragón y de Valencia habían perpetrado contra el Principado de Catalunya. Pero la investigación historiográfica contemporánea ha puesto de relieve que la realidad era bien diferente: Fernando de Trastámara, el sobrino castellano del difunto Martín I, siempre fue el candidato de las potentísimas clases mercantiles de Barcelona y de Valencia, que ambicionaban a un rey de perfil autoritario y un régimen de ideología preabsolutista para enviar a la nobleza feudal a la papelera de la historia.

Vista de Valencia (1563). Fuente Wikimedia Commons
Vista de Valencia (1563). Fuente: Wikimedia Commons

Los mercaderes catalanes, el nervio del poder político y militar del casal de Barcelona

La coronación de Fernando I fue el gran triunfo de aquellas potentes clases mercantiles; que rivalizaban con los estamentos nobiliarios de la Corona para el poder. Aquellas clases mercantiles también apostaron por Fenando (que era hermano del difunto Enrique III de Castilla y de León y tutor y regente de su sobrino Juan II) por motivos puramente estratégicos: ambicionaban el dominio comercial de la Baja Andalucía castellana; que, en aquel momento ya era la plataforma de los grandes viajes marítimos hacia el África Occidental atlántica y hacia Flandes, Inglaterra y Escandinavia. Son los mercaderes catalanes y valencianos —que han sido el nervio del poder político y militar del casal de Barcelona—, y no las oligarquías agroganaderas aragonesas, los que restauran el liderazgo económico catalán en Europa, perdido después de la Peste Negra (1348-1351).

La Corona de Aragón y el "descubrimiento" de América

Durante siglos, la historiografía nacionalista española ha negado la participación de la Corona de Aragón en la empresa americana. Pero, en cambio, la investigación contemporánea ha demostrado que la empresa colombina se fabricó en Valencia; y que en aquel proyecto, los comerciantes catalanes y valencianos establecidos en la Baja Andalucía y en Canarias tuvieron un papel muy importante. Tanto que, después del primer viaje exploratorio; el segundo viaje (primero de colonización) tiene un destacado protagonismo catalano-valenciano: el primer alcalde, el primer obispo, el primer enlace con los indígenas, el primer jefe de policía, o el primer industrial del Nuevo Continente; son catalanes o valencianos. En aquellos viajes Lluís de Santàngel, Lluís de Torres, Miquel de Ballester, Bernat Boïl, Pere Margarit o Ramon Pané, por citar algunos ejemplos, son catalanes y valencianos.

Representación de la marina de guerra catalana (Siglo XV). Fuente Museo de Napols
Representación de la marina de guerra catalana (Siglo XV). Fuente: Museo de Nápoles

La idea catalana de España

Nos guste o no, la primera idea moderna de España es de fábrica catalana (principios del siglo XV). Los que promueven el Trastámara en Caspe (1412) ya tienen una idea catalana de España; si bien es muy diferente de la que, siglos más tarde, impondrían Habsburgos y Borbones. Una idea que se explica desde las Casas de la Llotja de Barcelona y de Valencia; y que, reveladoramente, provoca el rechazo frontal de buena parte de las oligarquías castellano-leonesas; por el temor que despiertan las ambiciosas clases mercantiles catalano-valencianas. Fernando (el "viejo catalanote") e Isabel culminaron la unión dinástica con el inestimable apoyo de las clases mercantiles catalanas y valencianas. Las mismas que se identifican como de "nación catalana" y que protagonizarían la trascendental empresa colombina. Corona de Aragón? No. Corona catalana.