Broncho Billy, John Wayne o Clint Eastwood -las estrellas del género cinematográfico del Western- no tienen ninguna relación con Catalunya. Tampoco la tienen los personajes que interpretan, pioneros de la conquista del Gran Oeste americano, que son de origen inglés, escocés o irlandés. Hollywood, durante décadas, ha fabricado, difundido e impuesto el estereotipo de unos "pioneros" que la investigación demuestra que no habían sido los primeros. Mucho antes de la conquista americana del Oeste -en la segunda mitad de la centuria de 1800- los catalanes ya habían puesto los pies en la costa del Pacífico. California, la Columbia Británica y Alaska ya habían sido exploradas. Y se habían creado asentamientos estables que tenían el mismo rasgo -arquitectónico y urbanístico- que Winston Creek (por poner un ejemplo) y sus pobladores la misma estética que Cable Hogue (por poner otro ejemplo). Había, sin embargo, un elemento diferencial: llevaban barretina. Eran los catalanes del Far-West.

 

Más allá de las colonias

 

La relación entre Catalunya y América va mucho más allá de la presencia y de la existencia de aquellos cow-boys con barretina. La investigación ha desvelado una importante -y decisiva- participación catalana en los viajes de Colón. Pero el monopolio castellano de la empresa americana -en los dos siglos y medio posteriores- convirtió esta participación en puramente testimonial. Sería a partir de la segunda mitad de la centuria de 1700 -con la liberalización del comercio con las colonias- que los catalanes pondrían de nuevo la mirada en el horizonte americano. Carlos III autorizó a Barcelona -con limitaciones, por supuesto- a ampliar mercado en las colonias. Era una vieja reivindicación de la burguesía mercantil catalana que llegaba un poco tarde. Porque las clases criollas -los descendientes de vascos, castellanos, gallegos y andaluces nacidos en América- ya tenían el control del aparato comercial colonial. Con el apoyo, también por supuesto, del aparato militar colonial.

Mapa inglés de Norteamérica de mediados del siglo XVIII

 

Los rangers catalanes

 

"El català de les pedres en treu pa" cita, con más o menos acierto, el refranero. Lo cierto es que Gaspar de Portolà -un leridano de tradición familiar austriacista reconvertida al borbonismo rampante- fijó la mirada más allá de las piedras del desierto de Sonora, en la baja California. Con fray Juníper Serra -un mallorquín con vocación de misionero- armaron una compañía -la Compañía Franca de Voluntarios Catalanes- que exploraron la costa del Pacífico, desde México hasta Alaska. Esta compañía fue alimentada con gente del entorno geográfico de los promotores de la expedición. Los oficiales de la compañía eran Pere Fages -de Guissona (Segarra), Pere Alberní -de Tortosa (Baix Ebre)-, Santiago Fidalgo -de la Seu (Alt Urgell) y Agustí Callis -de Vic (Osona)-. El historiador Josep Soler i Vidal -exiliado en México durante la dictadura franquista- estudió a fondo un fenómeno que, se demostró, era netamente de fábrica catalana.

 

Cow-boys con barretina

 

A los oficiales se les sumaban médicos, ingenieros, cartógrafos, navegantes, naturalistas y personal de apoyo. La lista de Soler i Vidal relaciona Montcada, Romeu, Solà, Pol, Soler, Peral, Moraga, Jorba, Monte, Pericàs, Picó, Constansó, Prat, Vila, Perés, Faulià, Quimper, Crespí, Font, Verger, Lasuén o Garcés -por citar sólo unos cuantos. Catalanes y mallorquines, que fundaron 21 misiones, algunas de las cuales serían el origen de importantes ciudades del actual estado norteamericano de California. Es el caso de San Francisco, Santa Clara, San Carlos (actual Carmel-by-Sea, que es la ciudad que tuvo como alcalde a Clint Eastwood) o San Juan de Capistrano. Las misiones eran una curiosa combinación de evangelización y occidentalización -digámoslo claramente, desnacionalización y aculturación- alejada de los modelos coloniales convencionales. Era una versión suavizada -pero no menos intencionada o malintencionada- del colonialismo. Cosas de catalanes.

Mapa holandés de Norteamérica, del siglo XVIII

Miseria y aventura

Armar esta compañía no fue difícil. Y no por el espíritu aventurero que se podía presuponer a los catalanes de la época, sino por el escenario social y económico -la crisis, que es la madre de la miseria- que imperaba en el Principat y en las Illes. Después de la derrota de 1714-15, el país vivió en un estado de choque -la destrucción y la represión- que tardó 10 años en superarse. A partir de entonces, tanto el Principat como las Illes -y el País Valencià también- vivieron un crecimiento agrario espectacular que vino acompañado -mejor dicho impulsó- de una explosión demográfica brutal. Nada de nuevo bajo el sol. Ni la acción de los ministros ilustrados españoles y sus políticas de aprovechamiento agrario, ni la paz de plomo impuesta por los Borbones. Es una reacción típica -una constante- en el transcurso de la historia, que está muy relacionada con el instinto de supervivencia y de perpetuación de la especie humana. En la cultura rural de la época, procrear era una inversión. La célebre cita catalana "braços per a treballar".

La empresa catalana

Catalunya, el País Valencià y las Illes Balears habían más que duplicado población desde el día siguiente de la derrota. Sumaban 2 millones de habitantes, el 25% de la población de los dominios borbónicos peninsulares. La reserva demográfica -y el contenedor de miseria- del imperio borbónico. Eso explica la determinación de aquellos catalanes que, recorriendo la costa, se adentraron en la Columbia Británica (en el actual Canadá) y en Alaska. Territorios fríos, inhóspitos y desconocidos. Sirviendo a los intereses imperialistas de la monarquía borbónica que, cincuenta años antes, había reducido a ceniza los países de la Corona de Aragón. La exploración y conquista del Pacifico norteamericano no fue una iniciativa catalana, sino una empresa catalana. Fue el gobierno colonial de México -virreinato de Nueva España- quien lo propuso y fueron los catalanes los que se proyectaron. Siempre bajo la autoridad de los Borbones españoles y bajo la mirada censuradora de los criollos. Paradojas de la historia.

La colonia de Nootka, la isla de las barretinas

La historia que no fue

 

Soler i Vidal -en su estudio- insiste en que la misión catalana del Pacífico era un intento de reparar el perjuicio histórico que había causado el monopolio castellano. Esta presencia, sin embargo, no se pudo consolidar. El imperio español sólo era una caricatura de lo que había sido, y cedía permanentemente a las presiones británicas por el temor que les provocaba un conflicto con su "pérfida Albión". Nootka, la isla de las barretinas, fue entregada cuando Londres cuadró Madrid. Y con los rusos que andaban por Alaska, tampoco quisieron disputas. Nunca sabremos si este proyecto habría podido ser un espacio colonial catalán, en la medida en que algunas partes del Canadá se consideraban colonias de la Escocia británica. Vínculos culturales y económicos que habrían hecho de Seattle, Vancouver o Anchorage noticia habitual de nuestra realidad cotidiana. Y destino de nuestros emigrantes contemporáneos.