Nadie podrá decir que Rodrigo Cortés es un cineasta complaciente, de los que no se arriesga. Hace cosa de una década, encerró a Ryan Reynolds dentro de un ataúd para construir una sorprendente y asfixiante película de suspense con la cámara metida durante hora y media dentro de la caja. Buried (2010) fue la revelación de alguien que ya había mostrado su talento narrativo en cortometrajes como 15 días (2000) o su muy reivindicable debut en el largo, Concursante (2007). Después se atrevería a dirigir a Robert De Niro y Sigourney Weaver en Luces rojas (2012), y a aceptar un encargo de una productora de Hollywood que lo hacía entrar dentro del mundo del terror juvenil sobrenatural, con Blackwood (2018), con Uma Thurman al reparto.

A Cortés le va la marcha, y no hay mejor ejemplo que su nuevo filme, estrenado hace unos días: El amor en su lugar juega con herramientas aparentemente incompatibles para ofrecer una de las experiencias más sorprendentes, emocionantes, conmovedoras y virtuosas que hemos vivido este año dentro de una sala de cine. El cineasta nos hace viajar hasta el gueto de Varsovia en el año 1942, en plena sanguinaria ocupación nazi, y la inicia con un alucinante plano secuencia de 14 minutos en que el espectador acompaña a la protagonista. Ella es una actriz que camina por las calles del gueto, sorteando controles de los nazis y cadáveres en las esquinas, hasta llegar a un pequeño teatro donde se representa El amor busca apartamento, una comedia musical sobre dos parejas que alquilan la misma habitación, puertas que se abren y que se cierran, líos y canciones festivas que ofrecen un poco de evasión a los espectadores, judíos que rezan para seguir viviendo un poco más.

El teatro es un bálsamo contra la tragedia

En la película, Cortés mueve la cámara del escenario hasta todo aquello que pasa entre bastidores, del vodevil al genocidio del Holocausto, de las carcajadas y las canciones al instinto de supervivencia. Pura paradoja. ¿Recordáis Por delante y por detrás? Aquel eterno éxito teatral de Michael Frayn, representado en Catalunya en varias ocasiones y llevado al cine por Peter Bogdanovich en los años 90 (en la estupenda ¡Qué ruina de función!)? Pues el filme de Rodrigo Cortés propone un ejercicio de estilo similar, pero mucho más contundente en las formas, y emocionando en la narración. El director apuesta por una historia explicada a tiempo real, que es también un bonito canto de amor en el teatro y al arte como bálsamo contra la tragedia.

Es importante explicar, y el propio Cortés nos lo aclara, que la obra que se representa en el teatro dentro de su película es real: "La escribió Jerzy Jurandot, un autor que vivía en el gueto, para ser representada dentro del gueto. Tendemos a imaginarlo como un campo de concentración, pero poca gente conoce que dentro del gueto había ricos y pobres, comercios y gente que moría sin que le importara a nadie, todas las posibilidades que te puedas imaginar. Y también había vida cultural. Y esta obra de Jurandot tuvo mucho éxito", apunta. "Se conservaba el texto, y las letras de las canciones, pero no la música. Tuvimos que componerla de nuevo, todo un reto," nos dice.

"La obra que se representa en el teatro dentro de su película es una obra real escrita en el gueto"

En realidad, el mismo proyecto ya era un enorme desafío para el cineasta: "Parecía inabordable, un puzzle complicadísimo, el tipo de reto casi operístico que le habría encantado a Orson Welles," afirma. "Para tirarme creo que me ha ayudado a mucho ser montador. De alguna manera, con la experiencia editando películas ya sabes en qué circo de tres pistas te metes. Cuando estás escribiendo ya piensas en la dirección y también en el montaje, y no te puedes hacer trampas literarias: ya anticipas qué necesitarás y cómo repartir los tentáculos. Mientras rehacía la obra original de Jurandot, tenía que escribir también las partes que se escucharían en segundo plano mientras la cámara nos lleva detrás del telón, o mientras dos personajes hablan entre bastidores. La obra original se manipuló en cierta manera porque, como no la mostramos entera, teníamos que hacer que se entendiera. Y porque se crea un juego en que la obra es una cosa, y la vida es otra, pero poco a poco se van fundiendo hasta que convergen".


Rodrigo Cortés se dio a conocer con Buried, interpretada por Ryan Reynolds. / EFE

Cortés cuenta con un reparto internacional de intérpretes no muy conocidos ("queríamos dar mucha verosimilitud, formar a una troupe muy real") donde hay británicos, irlandeses, suecos o una danesa, la protagonista, Clara Rugaard: "Es maravillosa, una actriz excelente, con una voz prodigiosa, dominio del baile, capaz de mostrar una tormenta de emociones. Paso de ser generosa a caprichosa, de egoísta a temible, de volar por encima de todo a sacrificarse... ", dice Cortés, que también nos explica que, antes de empezar a rodar, tuvo que potenciar el proceso de ensayos, entre otros motivos, porque los espectadores nos teníamos que creer que la obra teatral que se representa en la película es de verdad. "Íbamos a rodar un drama que sucede mientras se representa un musical, pero, para conseguirlo, ante todo teníamos que trabajar en la obra misma: en la puesta en escena, en la colocación de los actores en el escenario, que se aprendieran las canciones sin pensar, los bailes... Primero tenía que dirigir la obra de teatro para después empezar a jugar con este elemento, matizarlo dentro de la película".

Aprovechamos que charlamos con Rodrigo Cortés para preguntarle, ahora que ha pasado el tiempo y los delitos ya han prescrito, cómo se lleva dirigir estrellas del tamaño de Robert De Niro, Uma Thurman, Sigourney Weaver, Cillian Murphy o Ryan Reynolds: "Fueron experiencias maravillosas. Como bien dices, ya ha pasado el tiempo, no estoy de promoción, todo ha prescrito, pero no te puedo satisfacer con ningún chisme. Es que yo había oído de todo, gente que hablaba de la dificultad en tratarlos, de trabajar con ellos, pero nunca, nunca, he tenido un problema con un actor. Quizás pase mañana, pero hasta ahora nunca me ha pasado, he sido afortunado. He conseguido ambientes de rodaje muy poco solemnes, y he encontrado actores confiados, que sentían la nave guiada. Con todos tienes roces ocasionales, claro está, es inevitable. Pero han sido experiencias creativa y personalmente magníficas, que he disfrutado mucho. Ha sido incluso más fácil, porque cuando eres guitarrista, cuanto mejor es la guitarra mejor suena todo. Y como mejor es el actor, menos indicaciones hace falta darle", explica.

No nos demos por vencidos, porque tener en las manos una guitarra como De Niro, que han tocado músicos míticos, tiene que dar un poco de vértigo. Cortés se sincera: "Supongo que ayuda mucho tener una cierta inconsciencia. Tienes que parar el cerebro. El Robert De Niro que tienes en frente no puede ser el de Taxi Driver, ni el de Toro salvaje, ni el de Uno de los nuestros. Porque entonces te quedas absolutamente paralizado. No puedes ir al set con un póster para que te lo firme. No te puedes olvidar de quién tienes en frente, claro está, pero lo tienes que desposeer de su condición de icono, y os tenéis que poner a trabajar. Mira, mientras rodábamos Luces rojas, en el plató todos lo llamábamos Bob, porque todo el mundo lo llama así. Pero en ningún momento te puedes creer que te has ganado este derecho: si hablas de él, hablas de Robert De Niro, porque si yo ahora te digo que he rodado con Bob De Niro te pensarás que soy idiota. Y con razón. Y siempre he pensado que hay que procurar que, si eres idiota, no se note nada", dice entre carcajadas.

Volviendo a la película, acabamos con un resumen de todo del propio Cortés: "Para mí, El amor en su lugar es, por encima de todo, la historia de un grupo de actores que, como seres humanos, quieren vivir media hora más, y en este contexto el sacrificio es tan posible como el egoísmo o la delación, humanamente no los puedes juzgar. Pero como actores harán lo que tienen que hacer, que es representar la función ante cualquier contratiempo. Son actores, y hacer su trabajo no es un acto ni generoso ni heroico, ellos son lo que son. Y eso es tan bonito como trágico, incluso en las peores circunstancias lucharán por el aplauso de los espectadores. Es la luz que, aunque titilando y muy débil, sigue brillando en medio de las tinieblas".