1r día - 19 de marzo

Un día eres joven y al día siguiente resulta que los viernes por la noche miras una serie en Divinity mientras comes yogur desnatado de postres. Por motivos personales que no vienen a cuento, desde hace un par de semanas he vuelto a vivir temporalmente en casa de mis padres para hacer compañía a mi madre, pero lo que no me hubiera imaginado nunca es que esta situación me regalaría uno de los descubrimientos más inesperados del año: las telenovelas de ficción turcas. ¿Qué tienen para ser un producto tan rentable como un best-seller de novela histórica publicado semanas antes de Sant Jordi y tan adictivo como la metanfetamina que poblaba hasta no hace mucho los lavabos de las discotecas? Como no es lo mismo contarlo que vivirlo, he decidido dedicar esta cuarentena cultural a pasarme trece días y medio consumiendo dosis altas de seriales turcos.

Día 2.º

He escrito un whatsapp a mis colegas y se lo he confesado: "Tios, ayer vi Mi hija, un dramón turco en la tele, y tengo ganas de más". Interrogantes, emoticonos con rostros de sorpresa o un WTF (What the fuck!) resonante y doloroso. La reacción no denota dudas: descubrir que las telenovelas turcas te gustan genera aquella incomprensión equiparable, desdichadamente, a cuando con veinte años afirmas que te gusta el Bitter Kas y nadie te entiende o cuando con veinticinco, en vez de hacerte un tatuaje, optas por dejarte bigote y tus amigos te preguntan si has perdido el juicio.

mujer_serie_2

¿Es la madre de Mujer la versión turca de la madre de Pau Genovès, el hijo bastardo del Sr. Dalmau de Temps de silenci? Se abren las apuestas. (Atresmedia)

Día 4.º

En la vida, con el paso de los años, vamos tejiendo una relación emocional con los aparatos de televisor, quizás porque uno recuerda dónde estaba o qué hacía cuando vivió momentos inolvidables. Uno recuerda desde qué tele vio la antorcha de Rebollo entrando en el pebetero del Estadi Olímpic de Barcelona, desde qué tele celebró el gol de Pizzi remontando el 5-4 contra el Atlético o desde qué tele vivió, en directo, como dos aviones se estrellaban contra las Torres Gemelas. Pues bien, hoy puedo afirmar que nunca olvidaré este Toshiba de 28 pulgadas desde el cual esta noche, al lado de mi madre, he visto por primera vez Mujer. "T'agradarà", me ha dicho ella antes de empezar el capítulo, "si de pequeño te gustaba Temps de silenci, Mujer es mejor, pero con turcos". Me madre ya sabe que, en mi presencia, es una herejía no sólo despotricar de Temps de silenci, sino poner en duda que nunca en la historia de la ficción televisa mundial se hará nada mejor, pero tenía razón: la única cosa que sería capaz de impedir que mañana empezara a ver de nuevo Temps de silenci por 37.ª vez sería un capítulo nuevo de Mujer. Las madres siempre tienen razón.

Día 5.º

Clínicas de implante capilar, el Galatasaray, Roger de Flor asesinado en Adrianòpolis, Santa Sofia, el pabellón del Éfes Pilsen con quince mil aficionados gritando como si fueran a luchar a la batalla de las Termópilas, Ana Belén en la Pasión turca, la represión contra el pueblo armenio y muchos dürum solo carne. Para la inmensa mayoría de mortales que no hayan pisado nunca el país del antiguo imperio otomano, Turquía en nuestro imaginario colectivo se reduce a estos tópicos baratos, pero ni todos los hombres turcos llevan barba y tienen la cara de Arda Turan ni, evidentemente, la sociedad turca es como la muestran sus telenovelas, dónde se nos presenta una Turquía ultra occidentalizada que guarda relación con un escaso 10% de la realidad turca. Mostrar la realidad de un país con 80 millones de habitantes es una misión imposible, pero creernos que aquella realidad de las series donde las mujeres pasean sin velo, los hombres no son señores con bigote sino machos rubios y las calles parecen pasajes de Copenaghe o Zurich sería hacernos trampas al solitario. Ver series turcas no es descubrir Turquía: es descubrir cómo los productores turcos han creado una mina de oro televisiva.

arda turan campo nuevo copa del rey EFE

No, no todos los hombres turcos son como Arda Turan. (EFE)

Día 6.º

Tercer día consecutivo viendo Mujer y ya me estoy preguntando como había podido vivir antes treinta y dos años sin esto. Mierda de la buena, le digo a me madre, que me mira con la estupefacción de cuando en las esquinas del barrio Chino le ofrecían cosas prohibidas, hace décadas. ¿Dónde radica la clave del éxito? El gran boom de las telenovelas turcas llega a las televisiones españolas hace poco menos de un año, en plena pandemia del coronavirus: vulnerables y cerrados en casa es cuando más confort, compañía y pasatiempos necesitó la gente, seguramente, por eso series como Mujer, Mí hija o Fatmagül calaron fuerte entre la audiencia, ya que son fáciles de ver, tienen un ritmo trepidante, contienen una trama absolutamente adictiva y, sobre todo, tratan temas sensibles como pueda ser la pobreza, la pérdida de seres amados, el desamor o la resiliencia. Y todo, eso sí, con producciones paupérrimas más propias de un canal de televisión comarcal que de una serie emitida por Antena 3.

Día 8.º

¿Qué relación tiene Aristóteles con las series turcas? Con Mujer, sin ir más lejos, una muy directa: la serie basa parte de su potencial en la anagnórisis, un recurso narrativo que consiste en el descubrimiento por parte de un personaje de datos esenciales sobre su identidad o su entorno y que, hasta aquel momento, eran ocultos para él. Aristóteles afirmó en su Poética que el personaje de Edipo, de Sófocles, es el primer gran ejemplo de anagnórisis en la historia de la literatura, seguido después por miles de ejemplos más, desde el Ulises de los últimos cantos en la Odisea hasta Luke Skywalker cuando, en el episodio V de la saga Star Wars, Darth Vader le confiesa que él es su padre. Que Mujer utilice un recurso narrativo habitual en el teatro de Shakespeare o Calderón de la Barca puede sonar extraño, pero en realidad es la mar de lógico: hace milenios que todo está inventado, lo único que hacemos es cambiarlo de forma.

Día 10.º

Mientras mi madre comenta los capítulos en Facebook y tiene decenas de likes y comentarios de gente entregadísima, yo he explicado a mis amigos íntimos que Mí hija me dejó el corazón como una patata hervida y, en cambio, y me han tomado por loco. ​"Hoy he empezado Nos conocimos en Istambul, que está en Netflix," les he explicado esta mañana, y la respuesta ya ha sido diferente: "ya la buscaré", ha dicho uno de ellos, grafitero y consumidor compulsivo de Netflix, HBO o Amazon Prime. Me he dado cuenta de que aquello que crea rechazo o sorpresa no es el adjetivo "turco", sino el hecho de ver series en la tele y, además, en un canal que no es TV3: somos la generación con la cual, tras el parapeto de la palabra Netflix, incomprensiblemente somos capaces de comérnoslo todo. Incluso nuestros propios prejuicios.

mujer_serie

Un fotograma de Mí hija, el melodrama protagonizado por un padre con aspecto de cantante italiano que gana el Festival de San Remo. (Atresmedia)

Día 11.º

En un capítulo de la mítica serie Californication, Hank Moody afirma que los americanos aman Estados Unidos porque las pocas películas que ven de producción no americana muestran mundos más aburridos que los que Hollywood o las series made in USA plasman. Esta especie de etnocentrismo cultural no sólo afecta a los americanos, sino a medio mundo, ya que gracias al cine hay gente que conoce mejor al Central Park de Manhattan que al centro histórico de Montblanc o Vic, pero ¿y si eso se estuviera acabando? Después de los EE.UU., Turquía es el segundo máximo exportador mundial de ficción televisiva: las series se han puesto al nivel de los coches, el petróleo o las joyas, ya que los melodramas turcos forman ya parte de los grandes potenciales nacionales a la hora de engordar el PIB del país. Increíble, pero ciero. ¿Llegará nunca el día que, en vez de soñar una vida de película con casita y jardín, un perrito llamado "Tobby" y un repartidor en bicicleta entregando diarios mientras desayunamos manteca de cacahuete, soñaremos con vidas en la lujosa periferia de Istambul, compras en el Gran Bazar los viernes por la tarde y vacaciones pacíficas en la isla de Kekova mientras bebemos té árabe?

Día 12.º

¿Están blanqueando las series turcas una realidad política y social por nada del mundo idílica? La superlativa voluntad de occidentalización que denotan estas ficciones choca con un país que, desde la llegada de Tayipp Erdogan al poder, ha ido reduciendo su laicidad hasta convertir la huella de Ataturk en poca cosa más que centenares de estatuas en cada ciudad del país, levantadas pero con cada vez menos memoria. Ni Mí hija, ni Encadenada, ni Love is in the air, ni Mujer ni ninguna serie turca hace intuir que Turquía es un país con periodistas en la cárcel por hacer el trabajo de informar o con estudiantes del movimiento LGTBI detenidos por mostrar una bandera con la Kaaba musulmana pero el arco iris insertado. Mirándolo bien, a pesar que las series turcas muestren una imagen estéticamente falsa de Turquía, si se miran con lupa denotan toda la esencia actual del país: mientras Erdogan pronuncia discursos aconsejando a los jóvenes que rehúsen la homosexualidad, las ficciones turcas plasman historias donde las mujeres viven atrapadas en una sociedad eminentemente patriarcal.

Día 13.º

He enganchado en Divinity una reposición de la madre de todos los huevos: Pájaro soñador, una de las primeras series turcas que se emitieron en España. Me ha llamado la atención la sinopsis, débil como un papel de fumar pero siempre efectiva: una chica humilde empieza a trabajar en una agencia de publicidad, conoce a un reputado fotógrafo y a partir de aquí pasan cosas. Muchas cosas. La fórmula turca del éxito es así de simple: giros de guion inesperados, tensión permanente, altas dosis de cursilería amorosa, actores masculinos que parecen salidos de una fábrica de clones de Pablo Alborán y la constante presencia de los efectos musicales para dotar de músculo una trama que, sin música, sería menos interesante que un plato de patata hervida sin aceite ni sal. La agencia de publicidad, por cierto, no tenía nada que ver con la de Mad Men. ¿Puede alguien que ama a Don Draper acabar enganchado a una serie como Pájaro soñador? La respuesta no es , sino por qué.

Entrada de Roger de Flor en Constantinopla

Cuándo la Gran Compañia Catalana era respetada y temida: he aquí la Entrada de Roger de Flor en Constantinopla según el pintor José Moreno Carbonero. (Viquipèdia Commons)

Día 14.º

He vivido durante dos semanas enganchado a las ficciones turcas y he entendido porque son adictivas: porque desde que el mundo es mundo, a los humanos nos interesan las historias de entretenimiento que hablen del placer y el dolor, del amor y la muerte, de los sueños y los desengaños. La ficción turca es la herencia natural de los seriales latinoamericanos o las series asiáticas, igual que estas telenovelas son la herencia natural de las narraciones fraccionadas de toda la vida, desde Las mil y una noches hasta María o la hija de un jornalero, de Wenceslao Ayguals, considerada la primera novela de folletín aparecida en el estado español y que nunca hizo bastante fortuna, quizás porque nunca cayó a manos de un productor audiovisual turco.

PS: De forma excepcional, querido lector, permíteme una posdata obligatoria. De niño, my madre me decía que no aceptara caramelos de desconocidos en la puerta del colegio, y ahora, de mayor, me dijo hace quince días que si empezaba a mirar series turcas, no podría parar. Con el primer aviso le hice caso; con el segundo, no, por eso esta cuarentena se la dedico a ella, ya que le agradezco haberme descubierto esta inesperada droga legal. Al fin y al cabo, son los padres los que nos leían cuentos para ir a dormir, enseñándonos de pequeños aquello que entenderemos de mayores: que la ficción nos atrapa porque nos permite soñar, ya que la vida, por desgracia, nunca es como querríamos que fuera.