China Airlines ha concedido 4.276 dólares taiwaneses a cada empleado más seis meses y medio de salario mensual a cada uno de ellos como bonus o paga extra en reconocimiento a su esfuerzo para conseguir los magníficos resultados que la empresa registró el año pasado. Singapore Airlines ha decidido que su bonus sea de ocho meses de salario, por los mismos motivos. Emirates ha fijado su paga extra en cinco meses de salario. Más allá de las peculiaridades del negocio aéreo o de que el uso de bonus para gratificar esfuerzos de los trabajadores por cumplir objetivos empresariales sea una práctica ampliamente utilizada, el pago de estas cantidades, extremadamente generosas algunas, visualiza, a mi modo de ver, un modelo de gestión empresarial que no es tan habitual, por lo menos por estos lares, que se caracteriza por poner al trabajador en el centro de toda la cultura corporativa y por asignarle un rol de activo esencial en el desempeño del negocio.

La carta del CEO de Emirates a todos los empleados comunicándoles ese bonus revela claramente esta filosofía empresarial al señalar: “Te mereces cada céntimo de la participación en las ganancias de 20 semanas”. Te lo mereces, ha sido gracias a tu esfuerzo y compromiso por lo que se han logrado los objetivos empresariales fijados. Eres el elemento esencial para que esta empresa siga adelante y prospere y por eso tienes derecho a participar de los beneficios logrados. Eso viene a decir el CEO de Emirates al comunicar el bonus. ¿Cuántos CEO en nuestro entorno empresarial son capaces de decir esto a sus empleados? Incluso en circunstancias de negocio ordinarias, ¿cuántos reconocen que sus empleados se merecen cada céntimo que ganan? ¿Cuántos son capaces de generar un entorno laboral adecuado que impulse el compromiso de los trabajadores y les haga merecedores de esos bonus extraordinarios que premien sus esfuerzos?

La desconfianza y el recelo hacia el trabajador, me temo, siguen siendo las pautas definitorias del ambiente laboral en nuestro país

La desconfianza y el recelo hacia el trabajador, me temo, siguen siendo las pautas definitorias del ambiente laboral en nuestro país. Y la consecuencia no puede ser otra que la proliferación de un escenario laboral que, en mi opinión, no hace sino, entre otras cosas, socavar los niveles de productividad de nuestra economía. Una productividad, recordemos, que ha experimentado un ridículo crecimiento del 0,2% en los últimos diez años, frente al 0,9% de media de la OCDE y que, medida por el PIB por hora trabajada, es de 53 euros frente a los 61 euros de la Eurozona. Estamos inmersos en una dinámica que no hace sino incrementar el malestar laboral, con las consecuencias nefastas que eso conlleva, aunque no seamos capaces de percibir con claridad esta situación.

La última encuesta de Gallup sobre la situación del mercado laboral en España es más que reveladora. Baja satisfacción y nulo compromiso laboral; cuando no una alta tasa de tristeza y de enfado o malestar permanente en cada minuto de la jornada laboral. Sólo el 9% de los trabajadores se siente comprometido con los objetivos de su empresa; más del 25% manifiestan esa tristeza cada vez que cruzan el umbral de su oficina, fábrica o lugar de trabajo y cerca del 40% de los trabajadores quieren dejar su puesto de trabajo y buscan activamente otra ocupación. La situación es tal que un 68% de los trabajadores consideran que nuestro país no es un buen lugar para buscar trabajo. La frustración laboral se hace endémica en nuestro país.

La desconfianza y los bajos salarios conducen al consabido “tú haces que me pagas y yo hago que trabajo”

La carga de trabajo, la falta de reconocimiento, las dificultades para prosperar son algunas de las justificaciones para este malestar laboral en España, pero en mi opinión, como ya adelantaba, la causa esencial del malestar es la falta de confianza de empresarios y directivos hacia sus trabajadores. Incentivar e impulsar no son los conceptos habituales en los centros de trabajo; lo son los de controlar y fiscalizar a todas horas y durante todo el tiempo. Si lo unimos a los bajos salarios que padecemos, eso conlleva que pervivan unas estructuras anquilosadas en ideas como “si no te vigilo no haces nada”; “limítate a hacer lo tuyo y déjate de propuestas” y el eterno “aquí mando yo y se hace lo que yo digo”. Todo eso conduce al consabido “tú haces que me pagas y yo hago que trabajo” o al “si no se me considera para nada lo mejor es que no haga nada”.

Curiosamente, en los últimos meses, he ido captando comentarios de trabajadores de esa gran multinacional española de ropa con tiendas por todo el mundo que coinciden en un extremo. Si trabajas en los locales instalados en España y empiezas doblando camisetas y aspiras a prosperar y promocionar hacia nuevas opciones de trabajo más interesantes; aunque tengas las capacidades personales necesarias, es casi seguro que no harás otra cosa que doblar camisetas. Por el contrario, si trabajas en cualquier tienda del exterior, sobre todo en Europa, si empiezas doblando camisetas y aspiras a más, es muy seguro que tendrás tu oportunidad de hacer valer esas capacidades y que pronto dejarás las camisetas. La clave es la institucionalización de un ambiente de trabajo completamente diferente al español, en el que la confianza en el trabajador, el impulso y el incentivo, priman por encima de otras muchas cuestiones. Por eso, como dice la encuesta Gallup, solo el 12% de los daneses consideran que su país no es un buen lugar para trabajar. En España, recordemos, la tasa en del 68%.

Confiar en el trabajador supone dejar de lado las obsesiones de control y vigilancia, olvidar el qué hace y dónde está mi trabajador

Confiar en el trabajador supone que se da por hecho que va a realizar sus funciones de manera idónea, de la forma y por los medios que considere más adecuados y que hay una certeza de que los resultados van a ser óptimos en beneficio de toda la corporación. Supone dejar de lado esas obsesiones de control y vigilancia; olvidar el qué hace y dónde está mi trabajador y cuánto tiempo está sentado en su mesa o en donde sea. Supone, y creo que esto es lo esencial, que se asume con total naturalidad que el trabajador dispone de todas las capacidades y habilidades necesarias y que está a pleno de compromiso para dar rienda suelta a su creatividad para que todo funcione.

Estoy convencido de que una mínima descarga de confianza en los trabajadores de cualquier empresa generaría en muy poco tiempo un resultado contable y medible en beneficio de la corporación. Esa confianza permitiría expandir el mensaje de que como trabajador eres el activo más importante de la empresa; de que si conseguimos algo será gracias tu compromiso y esfuerzo y que tienes derecho a participar de los beneficios. Porque te mereces hasta el último céntimo.