China infla su bolsa y oculta su caída económica y su fracaso en inteligencia artificial

- Mookie Tenembaum
- Tokio. Lunes, 22 de septiembre de 2025. 05:30
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La economía china atraviesa una paradoja evidente. Por un lado, los indicadores muestran una desaceleración marcada: el consumo interno se mantiene débil, los precios de las viviendas bajan, la inflación roza el cero y la producción industrial es anémica. Por el otro, las bolsas en Shanghái y Shenzhen viven en otro planeta, con subidas que en pocas semanas sumaron capitalizaron casi un billón de dólares. Esa divergencia no se explica por una recuperación genuina, sino por la forma en que el Estado chino manipula el tablero financiero.
China tiene historia de intervención en los mercados para sostener ilusiones de estabilidad. A diferencia de otros países donde la bolsa refleja de manera más directa las expectativas sobre la economía real, en China el mercado de valores es una herramienta política. Cuando la actividad se estanca, el Partido Comunista inyecta fondos estatales a través de bancos bajo control del gobierno o grandes empresas públicas que compran acciones estratégicas para encender el entusiasmo. Una vez que los índices empiezan a moverse, millones de pequeños inversores chinos, acostumbrados a especular, se lanzan detrás de esa ola creyendo que hay un nuevo ciclo de crecimiento. Se genera así un círculo de confianza artificial que poco tiene que ver con la realidad.
Lo que ocurre ahora recuerda al boom de 2015, cuando un auge en las operaciones con deuda impulsó a las acciones a niveles imposibles, hasta que la intervención regulatoria provocó un desplome estrepitoso. Hoy, aunque el ascenso es más gradual, la deuda con margen vuelve cerca de los máximos de aquella época y la liquidez abunda. Todo esto sugiere que no se trata de una recuperación natural, sino de una repetición de viejas artimañas. El gobierno busca que la población sienta optimismo y que los capitales internacionales, que en los últimos años huyeron de China por la incertidumbre y la guerra comercial, recuperen credibilidad e ingresen dólares. En otras palabras, el espectáculo está pensado también para ojos extranjeros.
Los márgenes de las empresas chinas se achican, los precios industriales caen y las perspectivas de beneficios futuros se deterioran
La estrategia, sin embargo, tiene un límite. Ninguna bolsa se sostiene en el aire sin respaldo en la economía real. Los márgenes de las empresas chinas se achican, los precios industriales caen y las perspectivas de beneficios futuros se deterioran. Frente a esta fragilidad, el mercado accionario se convierte en una especie de cortina de humo. El riesgo es evidente y cuando se disipe el entusiasmo, la salida de inversores será tan rápida como la entrada.
A todo esto se suma la cuestión de la inteligencia artificial, donde China se enfrenta a una derrota estratégica. Sin acceso a chips de última generación, la industria quedó paralizada. El caso de DeepSeek es ilustrativo: pasó de tener el 13% del mercado al 2% en pocos meses, mostrando que la promesa de competir con Estados Unidos en este terreno se desinfló. La narrativa de que la inteligencia artificial sería la salvación se desmoronó, y lo único que queda es el recurso de inflar los mercados financieros para salvar la cara. La bolsa aparece así como un sustituto de una revolución tecnológica que nunca llegó.
La historia reciente enseña que cada vez que China recurrió a estas maniobras, el desenlace fue doloroso. La pregunta es hasta cuándo los inversores, dentro y fuera del país, entrarán en el juego de un mercado que funciona más como instrumento de propaganda que como reflejo de la economía real.
Las cosas como son.