Taiwán vive una contradicción imposible: cuanto más esencial se vuelve, más vulnerable es. Ningún otro país concentra tanto riesgo geopolítico en tan pocos kilómetros cuadrados. El futuro de la inteligencia artificial, de los ejércitos y de las economías globales depende de una isla que no tiene asiento en la ONU. El poder que construyó con chips podría ser la causa de su desaparición.

El corazón del mundo en una isla

En 2025, Taiwán produce más del 60% de todos los semiconductores del planeta y casi la totalidad de los chips de 3 nanómetros o menos. Cada avance en inteligencia artificial, cada GPU, cada procesador que mueve a NVIDIA, Apple o Amazon, pasa por sus líneas de producción. Es el cuello de botella más valioso de la historia moderna.

Esa concentración crea una dependencia que preocupa a todos los gobiernos. Un terremoto, una invasión o una falla eléctrica colapsarán la cadena global. Por eso los países invierten miles de millones para “diversificar” la producción. Pero nadie iguala la eficiencia de Taiwán. Los chips fabricados en Estados Unidos, Corea o Alemania cuestan más, consumen más energía y tardan más en escalar. Entre tanto, Taiwán no es barato ni rápido: es exacto.

El relevo imposible

Desde 2023, TSMC intenta expandirse fuera de la isla. Fábricas en Arizona, Kumamoto (Japón) y Dresde (Alemania) buscan una reducción del riesgo; pero la distancia cultural y técnica se nota. En Arizona, los ingenieros taiwaneses se quejan de la falta de precisión y disciplina. En Japón, los costos se disparan y en Europa, la burocracia ralentiza los proyectos. El genio taiwanés no viaja bien.

El gobierno lo sabe y por eso mantiene su prioridad de proteger el ecosistema local. Cada escuela técnica, cada universidad y cada proveedor de materiales está alineado con TSMC. No es un modelo exportable, es una religión económica.

El talón de ASML

El único punto ciego de Taiwán es la maquinaria. Sin las máquinas de litografía ultravioleta extrema de ASML, ninguna fábrica puede producir chips avanzados. Y Países Bajos responde a las presiones de Washington. Si China bloqueara la isla o si un conflicto interrumpiera las entregas, la producción se detendrá en semanas. Esa dependencia convierte a Taiwán en una joya suspendida del sistema mundial: brillante, pero colgada de un hilo.

Por eso, en los últimos años, la isla financia programas secretos de desarrollo local de maquinaria, con ayuda de ingenieros japoneses y europeos. Ningún país tiene tanto incentivo para lograrlo. Porque si Taiwán domina también la máquina, dejará de ser rehén y pasará a ser árbitro.

El espejo chino

Pekín observa con una mezcla de admiración y envidia. Durante años intentó replicar a TSMC con SMIC, pero sin acceso a la litografía avanzada quedó detenido en los 7 nanómetros. Cada sanción estadounidense refuerza la ventaja de Taiwán. Y cada avance de Taiwán refuerza la obsesión de Pekín. No se trata ya de reunificación política, sino de supremacía tecnológica.

El gran temor del Partido Comunista no es que Taiwán declare independencia, sino que la mantenga. Una isla que produce los cerebros del mundo y que demuestra que la democracia puede ser más eficiente que el autoritarismo es, para China, una amenaza ideológica.

El agotamiento humano

La perfección tiene un costo. En las fábricas de Hsinchu, los ingenieros trabajan en turnos de 12 horas, con un nivel de exigencia que roza lo inhumano. Las generaciones jóvenes ya no quieren esa vida y sueñan con startups, no con salas blancas. TSMC ofrece bonos millonarios, subsidios familiares y becas internacionales, pero el agotamiento cultural es evidente. La sociedad que más avanzó en precisión empieza a perder la paciencia.

El gobierno impulsa programas para atraer talento extranjero, especialmente de India, Vietnam y Europa del Este. Pero el idioma, la presión y la cultura del trabajo hacen difícil la integración. Taiwán necesita sangre nueva para sostener su perfección.

El futuro próximo

El destino de Taiwán se decidirá en la próxima década. Si mantiene su ventaja en litografía, avanzará a los 1,4 nanómetros y conservará la neutralidad política, y será el centro de gravedad de la inteligencia artificial. Si falla, el poder se redistribuirá entre Estados Unidos, Corea y China. Ninguna guerra militar será tan decisiva como una disrupción en Hsinchu.

Taiwán no puede expandirse ni rendirse, solo puede seguir girando como las obleas que alimentan al mundo. En esa rotación constante, sostiene el equilibrio entre dos imperios.

Las cosas como son.