Cristóbal Montoro es la figura de la política española más pintoresca y más sencilla de caricaturizar. A mí me hace pensar en aquel jorobado de la Corte que el rey premiaba dándole el llavero de las mazmorras para que vigilara y mantuviera a los prisioneros en vida con el mínimo de comodidades y de recursos. El aire que irradia de niño picaresco y debilucho, esta sonrisa de cuervo y esta sombra tenebrosa de autocomplacencia cínica que se alza detrás de cada palabra que pronuncia, es el resultado de una biografía y de una época que todavía hoy marca el destino de España.

Montoro es el primogénito de una familia de Jaén que sobrevivía gracias a la ayuda de parientes y amigos. Nacido en Cambil en 1950, su padre era el último superviviente de cuatro hermanos y se dedicaba a vender todo lo que podía en el mercado negro de la posguerra. En 1965, cuando Montoro tenía 15 años, encontró trabajo en Madrid. Un empresario basco lo contrató y le compró un piso para que pudiera llevar a la familia con el compromiso de ir devolviéndole todo el dinero. El piso tenía 70 metros cuadrados y estaba en una finca sin ascensor ni calefacción en el paseo de Extremadura, una zona típica de la inmigración.  

Es el único catedrático de Hacienda que ha sido ministros dos veces

Estos orígenes han inspirado mucha prosa dickensiana a los diarios. Se dice que si Montoro es buen ministro, es porque desde pequeño aprendió a valorar la utilidad de un euro. Y ciertamente, Montoro ha sabido mantener la cabeza fría en momentos de tensión y complejidad. Es el único catedrático que ha sido ministro de Hacienda dos veces, y uno de los pocos que han ocupado el cargo a pesar de no venir de una familia de la oligarquía española. Además, ha ocupado la cartera en dos momentos clave. Primero con Aznar, en plena introducción del euro, y después con Rajoy, en el momento más duro de la crisis, cuando la psicosis de la intervención –alimentada para dar épica al Gobierno– estaba más viva.

Aunque es habitual en las familias pobres que los jóvenes empiecen a trabajar pronto, los padres de Montoro hicieron lo imposible para que sus dos hijos se pudieran concentrar en los estudios tantos años como les hiciera falta. De esta lucha -y quizá de la tutela del empresario basco, que no he podido saber quién era- salieron dos catedráticos con olfato político. El hermano pequeño es sociólogo y fue presidente del CIS durante la mayoría absoluta de Aznar. El ministro se licenció en Ciencias Económicas en 1973, con la primera promoción de la Universidad Autónoma de Madrid. En 1981 se sacó el doctorado y en 1989 obtuvo la cátedra de Hacienda Pública de la Universidad de Cantabria. El mismo año Aznar tomaba las riendas del PP y empezaba a hacer oposición a Felipe González.

Escandalizado por los experimentos del PSOE con la peseta, Montoro empieza entonces a participar en la elaboración del programa económico del PP. Primero como profesor de economía del futuro presidente y, después, como secretario de Estado, fue un firme defensor de privatizar los monopolios estatales y de hacer entrar a España en el euro en el primer grupo de países. Aunque es un hombre austero, que bebe agua del grifo en su despacho, tuvo un papel en la creación de esta aristocracia financiera repeinada y ostentosa que nació para resucitar al Imperio español y que llegó en la crisis corrupta y con el paso cambiado. 

Al ministro le gusta recordar que trabaja mucho y que Hacienda es la base del Estado español

Quizás porque la hacienda le ha dado una posición social, Montoro es muy nacionalista. En su encuentro con Junqueras, se apresuró a recordarle que, si bien es verdad que España es el Estado que ha ido a la quiebra más veces, también es el se ha recuperado más veces. Me dicen un par de periodistas madrileños que Junqueras reía por debajo de la nariz, mientras que el ego de Montoro se hinchaba como un globo. En España los pobres que han podido subir en el escalafón suelen ser silenciosos y discretos, además de inteligentes. Están hartos de callar y obedecer, pero tienen mucho estómago y sólo se sueltan si se sienten muy seguros. 

Al final Montoro estaba tan tranquilo que le soltó, al vicepresidente catalán:

- Pero hombre con la que está cayendo y vosotros va y crecéis un 3.5 por ciento. ¡Pues de dónde voy a sacar yo el dinero? De extremadura? Noooo: de las 300.000 empresas catalanas!

Al ministro le gusta recordar que hacienda es la base del Estado español. También disfruta dejando caer de vez en cuando, siempre que la ocasión lo permite, que trabaja más que ningún otro ministro y que le toca hacer el papel de malo. Con García-Margallo tienen una rivalidad que es el resumen de la historia de España. García-Margallo desprecia Montoro porque el esfuerzo y la discreción que son necesarios para subir en el escalafón cuando vienes de pobre lo han hecho un hombre básico y poco imaginativo, mientras que Montoro odia a García-Margallo porque cree que haberlo tenido todo pagado lo ha hecho vanidoso y frívolo. Para variar Cataluña cae por enmedio, porque -quizás para enredar- el ministro de exteriores es un firme partidario de pactar una financiación

El hecho de considerar que la vida le ha dado más de lo que podía esperar lo hace invulnerable a las críticas y desprecios 

En todo caso, Montoro tiene la piel gruesa y aplica aquel principio de las élites barcelonesas de "dame pan y dime tonto". El hecho de considerar que la vida le ha dado más de lo que podía esperar lo hace invulnerable a las críticas y los desprecios, tanto cuando vienen de las autonomías como cuando vienen de su partido. Dicen que en los últimos 40 años ningún ministro ha llevado a cabo un estrangulamiento financiero de la Generalitat tan intenso, tan constante y tan premeditado. También es verdad que si nuestros políticos recordaran que la Generalitat es una institución española y que Catalunya no tiene ningún problema financiero, Montoro se daría cuenta de que se está asfixiando él mismo.

De momento no hay peligro y es posible que el ministro todavía tenga en la cabeza la recentralización de Aznar, que se vio pospuesta por la crisis y el 11M, pero que puso las bases del Madrid global. De todos modos haga lo que haga, difícilmente conseguirá que en su partido lo amen más. Un periodista de provincias recién llegado a Madrid pidió a un alto cargo de comunicación del Gobierno que le concertara una batería de encuentros con ministros para aclimatarse a la capital. La señora le preguntó amablemente si tenía preferencias. 

–Pues sí, Montoro –dijo el periodista con un cierto entusiasmo agradecido.

–¿Montoro? –preguntó la señora extrañada.

–Cuando lo veo en las ruedas de prensa me da tanta rabia que pienso: "mira: si lo conozes, quizás te va a caer mejor."

–Pues a lo mejor te cae peor –respondió ella lacónicamente.

Si yo hubiera sido el periodista, habría sonreído y habría pensado en aquel pasaje de La balada de San Petersburgo que De Maistre dedica a los verdugos. Estoy seguro de que a Montoro le encantaría leerlo: “El verdugo es un ser sublime, es la piedra angular de la sociedad. Sacad al ejecutor y todo se perderá con él. Qué grandeza de espíritu. Qué interés tan noble. ¿Se puede decir que es un hombre? Sí, porque Dios lo recibe en sus templos y le permite rezar. No es un delincuente, pero nadie diría que es una persona virtuosa, honrada o estimable. Y a pesar de eso, toda la grandeza, todo el poder y toda la subordinación descansa en el ejecutor. Él es el horror, y el lazo que asocia a los hombres...”