A la pobre la han saludado con comparaciones y adjetivos improcedentes a todas luces: unos, como sus descubridores, dicen que es bizarra (por extraña, y echando mano de la acepción de origen francés) en un artículo publicado en Scientific Reports y otros, que si tiene el tamaño de un coche, como contaba estos días en El País el periodista cultural Jacinto Antón. La comparaba, en concreto, con un Suzuki Ignis echando mano de los 3,7 metros que se supone medía la pobre pero, ya puestos (y vaya por delante que Jacinto es un grande, como demuestran artículos como éste) se podría haber hablado de un mucho más estiloso Fiat 500 (mide casi lo mismo y parte de un genial diseño de Dante Giacosa) porque lo que se ha hecho, al fin y al cabo, es molestarla sacando sus dignísimos restos fósiles del yacimiento paleontológico de Coll de Nargó (Lleida) en el que estaba enterrada.

Hablamos, claro, de la Leviathanochelys aenigmatica, la enorme tortuga marina cretácica que se ha localizado en el Alt Urgell y que, ahora, han descrito sus descubridores, investigadores del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont, en la citada revista científica. En lo que sí que han acertado, y ahí coincido con Antón, es en el precioso nombre, digno como pocos, con el que se le ha bautizado: en nuestro idioma, lo de Leviathanochelys aenigmatica vendría a ser algo tal que Tortuga Leviatán Enigmática. Y si que te llamen enigmático es ya un honor, que unos paleontólogos te bauticen como Leviatán, aquel dragón policéfalo que creó Dios según se cuenta en el Génesis y que habita en los mares, es mucho más de lo que una humilde tortuga marina prehistórica pudo soñar nunca, por grande que fuera.

 

Hace 83 millones de años

La tortuga vivió hace 83 millones de años; fue, por supuesto, coetánea de los grandes dinosaurios; y es la más grande encontrada hasta la fecha en Europa. Al parecer, la primera noticia de los restos fósiles ahora descritos la dio en verano de 2016 un excursionista que notificó el hallazgo a los responsables del Espacio Dinosfera, un centro de divulgación de la paleontología ubicado en Coll de Nargó, localidad del Alt Urgell de unos 550 habitantes situada a media hora de la Seu. Tras analizar el enclave donde el excursionista localizó los restos, los investigadores del Institut Català de Paleontologia localizaron partes del cascarón y la pelvis y estimaron que el animal pudo llegar a medir 3,7 metros, sólo 0,8 menos que los que midieron las tortugas del género Archelon que vivían en América del Norte también durante el Cretácico Superior y son las más grandes de las que se tiene noticia. La tortuga parece, por su morfología, haber vivido en aguas abiertas alejadas de la costa, siendo capaz de sumergirse a grandes profundidades.

Exposición permanente

Los restos, con las pertinentes medidas de conservación, se expondrán ahora de forma permanente en el Espacio Dinosfera. Sus dimensiones, habituales en la época, tienen que ver según los investigadores con el gran tamaño que tenían los depredadores a los que tuvo que hacer frente. El gigantismo, de hecho, fue común en la época y todo, se supone, empezó hará unos 200 millones de años, cuando aparecen los primeros dinosaurios de dimensiones colosales, que se situaron en el vértice de la cadena trófica. Las consecuencias, rápidamente, afectaron al resto de especies, que crecieron también en tamaño para ver si, así, había alguna oportunidad de salvar el pescuezo. Quizá, y por eso, a nuestra amiga la tortuga de Coll de Nargó sí que le venga bien lo de bizarra, pero no por la manera como los franceses entienden ese término, si no por la acepción ibérica, que viene a ser algo tal que valiente. Y valiente, pese a sus 3,7 metros, debía serlo mucho para nadar por aquellos mares cretácicos en los que vivían bestias pardas de diez metros como los tilosaurios que, esos sí, eran verdaderos leviatanes.