En los últimos meses, el País Vasco encadena episodios que ya no parecen hechos aislados; del boicot a La Vuelta a las protestas contra Vito Quiles, hasta los incidentes de Vitoria del 12 de octubre y las movilizaciones de este sábado en Bilbao, con cánticos contra España, tensión con la policía y contenedores quemados antes del partido entre Euskadi y Palestina. Para muchos analistas, este patrón es la reaparición de una “nueva kale borroka” —kale borroka significa “lucha en la calle” en euskera—, pero es un fenómeno diferente del que marcó las décadas de violencia vinculada a ETA. Ahora no hay una estructura jerárquica ni objetivos seleccionados, ni una organización paramilitar ni armada, sino grupos juveniles, a menudo uniformados de negro y encapuchados, que se mueven en bloques coordinados y actúan de manera reactiva en actos masivos, con acciones de presión, enfrentamientos con la policía y consignas contra el Estado. Entre ellos hay también menores de edad. Todo ello refleja un movimiento que gana fuerza y que aparece allí donde hay convocatorias multitudinarias o altavoces mediáticos. Pero, ¿qué está pasando realmente en el País Vasco?

El partido de este sábado entre Euskadi y Palestina era el pretexto, pero lo que realmente marcó el día fueron las dos grandes movilizaciones previas y, sobre todo, la que protagonizaron los sectores más radicales del movimiento ‘abertzale’. Según la Policía Municipal, unas 20.000 personas se sumaron a la marcha convocada por Palestinarekin Elkartasuna, la GKS y diversas gradas ultras, avanzando entre bengalas, humo, contenedores quemados y cánticos que resonaban por todo el centro de la ciudad. Entre los más repetidos se encontraban “Español quien no bote”, “Puta España, puta selección”, “Ayuso escucha, pim, pam, pum” y los habituales “Alde hemendik” (Marchaos de aquí) y “Txakurrak!” (¡Perros!) dirigidos a la policía. Esta movilización, marcada por la estética negra y encapuchada de muchos jóvenes radicales, contrastaba con la manifestación anterior, impulsada por plataformas soberanistas afines a EH Bildu.

Un movimiento que no surge de la nada

Los incidentes de este sábado se entienden mejor si se observa el contexto de los últimos meses. La nueva ola radical que crece en el País Vasco y Navarra no es espontánea, es el resultado de una estrategia impulsada por el Movimiento Socialista (una estructura marxista-leninista) y su rama juvenil, la GKS, que han ido ganando espacio en los barrios, en las calles y sobre todo en las universidades. Tras varios enfrentamientos con la policía, especialmente en el campus de la Universidad Pública del País Vasco y en Navarra, estos grupos se ven reforzados y hablan abiertamente de “elevar la agitación” y de impulsar una “lucha de vanguardia”. Su discurso, centrado en el comunismo ortodoxo y en el antiimperialismo, apunta directamente contra el Estado y también contra EH Bildu, a quien acusan de haberse “aburguesado”. Esta fractura interna ha generado choques entre la GKS y Ernai, y ha situado EH Bildu en una posición incómoda, ya que está atrapado entre su rol institucional y una base juvenil que se escapa hacia formas más duras de movilización.

Asaltos a comisarías, contramanifestaciones violentas a los fascistas y el episodio de Vito Quiles

Lo que pasa ahora ya se anunció hace meses. En Azpeitia, el 19 de julio, un centenar de jóvenes radicales asaltó la comisaría de la Policía Local después de que los agentes identificaran a un joven que hacía pintadas con las siglas ACAB. Los atacantes llegaron a amenazar y golpear a los policías, y se llevaron grilletes y walkie-talkies antes de que llegaran refuerzos de la Ertzaintza.

Pero los episodios más significativos han sido los de Vitoria y Pamplona. En Vitoria, el 12 de octubre, una convocatoria “antifascista” acudió para contrarrestar un acto de la Falange, y la jornada acabó en un grave enfrentamiento, donde cientos de jóvenes superaron el cordón policial y hubo casi 40 heridos, 19 detenidos y una batalla campal entre radicales, falangistas y Ertzaintza. Para los colectivos más duros, aquel día incluso se convirtió en un motivo de orgullo; el portavoz de Aske, Kai Karasatorre, afirmó: “La victoria en Vitoria es un precedente en los conflictos que vendrán más tarde”.

El caso de Pamplona supuso un salto cualitativo. Una llamada de GKS, Indar Gorri y otros grupos a “reventar” el acto de Vito Quilesque había ido a la Universidad de Navarra dentro de su gira España Combativa— encendió las calles. El cartel difundido por estos colectivos decía: “Vito Quiles viene a Euskal Herria a exaltar el fascismo. Hay que enfrentar el fascismo en las calles”. La convocatoria acabó en disturbios en el campus, varios policías heridos y una agresión al periodista de El Español José Ismael Martínez, perseguido, tirado al suelo y golpeado a pesar de llevar la acreditación

Palestina como motor del movimiento y La Vuelta como punto de inflexión

La Vuelta fue el punto de inflexión que lo hizo visible para todos. El 3 de septiembre, en Bilbao, los manifestados consiguieron bloquear la línea de meta a la llegada de la etapa y obligaron a suspender la carrera ante la incapacidad de la policía para contenerlos. Aquella imagen —la meta taponada, cientos de personas empujando las vallas hacia dentro del recorrido, gente ondeando banderas casi tocando la cara de los ciclistas y agentes desbordados— demostró su capacidad real de movilización y de impacto mediático. Desde entonces, los disturbios han sido más frecuentes, más coordinados y con objetivos cada vez más ambiciosos. En este contexto, Palestina se ha convertido en el motor y, al mismo tiempo, la ‘excusa’ perfecta para extender el movimiento. 

Un País Vasco dividido en dos vías

Las imágenes de ayer lo dejan claro. Dos manifestaciones separadas por menos de una hora, pero que representan maneras muy diferentes de entender la movilización. Por un lado, estaba el soberanismo institucional, con EH Bildu al frente, reivindicando Palestina desde un marco organizado y multitudinario. Por otro, un movimiento juvenil y radical en crecimiento, coordinado y muy activo en la calle, que proyecta su fuerza a través de acciones contundentes y presencia constante en convocatorias públicas.