En los pasillos del tanatorio Ronda de Dalt, en Barcelona, los miércoles tienen un ritmo diferente. A media tarde, cuando el tráfico exterior aún resuena desde la ronda, llega un pequeño equipo que transforma el ambiente con una suavidad inesperada: dos terapeutas especializadas en duelo y tres perras de asistencia emocional. Su objetivo es simple, pero profundo: acompañar a las personas que acaban de perder a un ser querido en uno de los momentos más frágiles de la vida.

Una puerta abierta al consuelo
El programa, impulsado hace ocho meses por la dirección del tanatorio, nació de la voluntad de ofrecer un apoyo más humano e integral. “Muchas personas no encuentran palabras para expresar lo que sienten. A veces, ni siquiera las necesitan: solo un gesto, un espacio seguro, alguien (o algún animal) que acoja su dolor sin juzgar”, explica Núria Colls, psicóloga especializada en duelo y una de las terapeutas que lideran el proyecto.
"Los perros ayudan a regularnos emocionalmente, hay varios estudios que demuestran que el contacto con ellos nos ayuda a rebajar la presión arterial y a regular el ritmo cardíaco, y el hecho de acariciarlos, de bajar al presente, ayuda a regular a las personas. También pienso que es un facilitador en la conversación porque hay muchas veces que llegamos a un pequeño grupo de personas que quizás no están hablando y el hecho de centrar la atención en el perro, desencadena conversaciones a raíz de la vinculación que ha tenido la persona difunta con los animales. Son muchos los beneficios que aportan los perros", añade la terapeuta Núria Colls.
Los usuarios no tienen que pedir cita previa. El servicio es abierto y flexible: cualquier persona que asista a una despedida o que pase por un momento crítico puede acercarse. Las perras, (Sopa, un labrador de pelaje negro y brillante; Jupi, una golden retriever de mirada expresiva; y Sam, una cavalier de actitud prudente, recorren el espacio junto a las terapeutas, identificando incluso antes que ellas quién necesita apoyo.

Un lenguaje que no necesita palabras
A diferencia de las sesiones convencionales de terapia, aquí el tiempo se detiene. No hay prisa para verbalizar nada. Las terapeutas observan, escuchan, acompañan. A menudo es un gesto mínimo el que desencadena el acercamiento de un perro: unas manos que tiemblan, una cabeza que se baja, una respiración acelerada.
"Recuerdo una vez, que pusimos a Sam sobre las piernas de una mujer mayor, y en el momento de abrazarla se puso a llorar. La familia decía: por fin, hacía días que no podía llorar y el contacto con ellos le ha ido muy bien", explica Alex, la otra terapeuta.

Los momentos invisibles del duelo
Muchas familias pasan por el tanatorio entre trámites, visitas y despedidas, pero no siempre tienen un momento para ellas mismas. La presencia de los perros crea un paréntesis emocional inesperado: un lugar donde el cuerpo puede aflojar la tensión y el llanto puede aparecer sin miedo a incomodar. Hay quien solo necesita diez minutos de calor peluda y silenciosa. Otros piden una sesión larga en la que la interacción con los animales facilita la apertura emocional. En algunos casos, se ha convertido en el primer paso para iniciar un proceso de terapia posterior.

Guatemala, país donde surge la iniciativa
Aunque es un proyecto pionero en Cataluña, Joan Ventura, consejero delegado de Altima, explica que es una iniciativa que descubrieron que se hacía en Guatemala. "Vino una delegación de diferentes empresas del continente de América para ver si podían coger ideas para llevar a sus tanatorios y nos invitaron a ir a Latinoamérica. Decidimos ir a Guatemala, y allí vimos que tenían perros, de hecho eran goldens, y los paseaban por dentro de los tanatorios, por los pasillos, y vimos que la aceptación por las familias era muy buena, sobre todo la gente mayor y la gente joven. Los perros se ponían al lado de la gente que veían más triste o más necesitada. Y pensamos, ostras, esto lo tenemos que hacer. En un principio, queríamos traer perros directamente de allí, pero también aquí hay empresas, como CTAC, que se dedican a educar perros para hacer terapias en los hospitales y en otros lugares".
Tienen una cuarentena de tanatorios y Ventura expresa el deseo de extender el proyecto a los otros. "Es como la música. Hace 20 años, poner música en una ceremonia religiosa de un tanatorio era impensable. Y ahora es impensable no ponerla. Pues con los perros pensamos que puede pasar lo mismo".

Un miércoles cualquiera, un gesto que cambia mucho
A última hora de la tarde, cuando el sol se pone por las ventanas del tanatorio, los perros se recolocan, cansados pero tranquilos. Las terapeutas recogen material, intercambian impresiones bajito y se preparan para marcharse. En el pasillo, una mujer se detiene y da una última caricia a Sopa. Sus manos aún tiemblan un poco, pero su rostro está ligeramente más sereno.
En el tanatorio Ronda de Dalt, cada miércoles es esto: un día en que la tristeza más profunda encuentra, en el lugar más insospechado, un poco de consuelo. Una mirada, una cola que se mueve, un silencio compartido. Humanidad, en su forma más simple y más necesaria.