El éxito escolar y personal de un niño no depende solo de la genética, la educación o el entorno familiar. Ahora, un estudio de la Universidad de Harvard apunta a un factor tan sorprendente como a menudo ignorado: el mes de nacimiento. La investigación concluye que los niños que llegan al mundo entre octubre y diciembre tienden a desarrollar, con el tiempo, más competencias cognitivas y sociales que el resto.

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Lejos de atribuirlo a la astrología o a alguna predisposición biológica, los investigadores remarcan que la explicación radica en el contexto académico y social que estos niños afrontan desde los primeros años de escuela.

Cuando un año de diferencia es un mundo

En muchos sistemas educativos, los nacidos a finales de año empiezan el curso casi doce meses más jóvenes que algunos de sus compañeros. Esta diferencia, anecdótica en la edad adulta, es crucial en la infancia: cambia la madurez neurológica, la atención e incluso la motricidad.

Por ello, los más pequeños se ven obligados a hacer un esfuerzo suplementario constante para seguir el ritmo académico, un reto que paradójicamente acaba convirtiéndose en su mejor aliado.

El “desventaja” que se transforma en motor

Este sobreesfuerzo actúa como un auténtico gimnasio para el cerebro. Según Harvard, la presión de tener que asimilar conceptos pensados para niños mayores estimula el desarrollo cognitivo y potencia habilidades como la resolución de problemas y la creatividad.

En lugar de quedarse atrás, estos alumnos aprenden a avanzar con mayor intensidad y constancia, lo que a largo plazo se traduce en un rendimiento superior.

Aprender a encajar y crecer con los demás

El beneficio no se detiene en el ámbito académico. Ser el más pequeño obliga también a moverse con agilidad dentro de la vida social del aula. Para ganar espacio y reconocimiento, estos niños desarrollan una inteligencia emocional notable: más empatía, más capacidad de adaptación y más recursos para comunicarse.

De este modo, lo que empieza como una dificultad se convierte en una escuela temprana de resiliencia y madurez, cualidades que resultan vitales a la hora de afrontar la vida adulta.

Harvard avisa: el mes de nacimiento es solo un factor más

Los investigadores insisten en que el mes de nacimiento no determina el futuro de un niño. La inteligencia y el carácter se construyen a partir de un entramado donde pesan la genética, la educación, el entorno familiar, la nutrición o los hábitos de vida.

El valor del estudio es poner de manifiesto cómo un detalle aparentemente menor —nacer en octubre, noviembre o diciembre— puede acabar jugando un papel sorprendente en la evolución personal y académica.

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