Cuando Lluís Reverter llegó al Ayuntamiento de Barcelona, en 1979, como concejal en representación del PSC, en cuya lista figuraba como número nueve y los socialistas obtuvieron 16 concejales, el nuevo alcalde, Narcís Serra le encargó el área de Relaciones Ciudadanas. Tenía 36 años, era hijo de un conocido droguero de Sarrià, en cuyo establecimiento trabajaba desde bien joven, y carecía de estudios universitarios. Pero contaba con un as a su favor: la droguería había sido para el todo un máster en relaciones públicas y allí aprendería el trato con la gente, con aquella sonrisa siempre permanente y ese savoir faire que no se aprende en las universidades. Se tiene o no se tiene. Al droguero de Sarrià, como se le conocía y le gustaba que se le llamara, el cargo le vino como un guante en un gobierno de izquierdas en la capital catalana, el primero desde el de Hilari Salvadó, de ERC, un comerciante hijo de pescadores de la Barceloneta que muy joven sufrió la muerte de su padre y de cuatro hermanos en un temporal, y que estuvo en el cargo desde 1937 y hasta el final de la Guerra Civil, en 1939, siendo el último alcalde republicano de la capital catalana.
El paso de Reverter por el Ayuntamiento de Barcelona fue relativamente breve, ya que la victoria de Felipe González, en las elecciones españolas de 1982, desplazó a Madrid al alcalde Narcís Serra a un ministerio muy peliagudo en aquella época como era el de Defensa, un año y medio después del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 del teniente general Milans del Bosch y del teniente coronel Antonio Tejero. De nuevo, Reverter tenía buenas credenciales, ya que se había encargado de lidiar con los militares en la organización del Día de las Fuerzas Armadas en Barcelona, a los pocos meses de la asonada militar. Su cargo en Defensa parecía hecho a su medida: responsable de la Dirección General de Relaciones Sociales e Informativas de la Defensa (DRISDE). ¿En qué consistía? Era relativamente sencillo, al menos para él, cultivar la relación con los militares y sus esposas. Puso en marcha una eficaz dirección general que tenía dos encargos: no olvidarse de felicitar a las mujeres de los militares el día de su santo y enviarles el correspondiente ramo de flores a las que fuera menester, siempre según el puesto del escalafón en el que figuraran sus maridos. Y profesionalizar las relaciones con los medios de comunicación, una carpeta, la de relaciones con la prensa, plagada de minas, ya que se trataba casi a diario de enfriar noticias preocupantes para el recién estrenado gobierno socialista.
A cada incendio que había con los militares, Reverter aplicaba el nivel de anestesia informativa que necesitara
Pero para esto también tuvo su fórmula: a cada incendio que había con los militares, alguna declaración subida de tono o alguna incidencia en algún cuartel, aplicaba el nivel de anestesia informativa que necesitara. Siempre la pauta era la misma y de sobras conocida por los periodistas que seguíamos la política: se anunciaba la apertura de un expediente informativo, que ocupaba grandes titulares, y pasado un tiempo, se archivaba con la discreción precisa, ya que el interés periodístico había desaparecido. En 1991, su mentor, Narcís Serra, accedería a la vicepresidencia del Gobierno en sustitución de Alfonso Guerra y su patrocinado tendría un nuevo cargo: secretario general de Coordinación y Servicios de la Presidencia del Gobierno. Fueron cuatro años fulgurantes entre Madrid y Barcelona, a la que volvía siempre los viernes por la tarde y ejercía de sarrianense. Por allí aquellos años, entre 1982 y 1995, pasaban jóvenes periodistas que querían un destino fácil o cerca de casa para realizar el servicio militar, que en aquella época era obligatorio, empresarios de postín necesitados de un contacto en Madrid o prohombres de la comunicación local, que querían medrar en la capital. Lo más llamativo era que a todos atendía y siempre salían todos contentos.
Reverter, fallecido este lunes a los 82 años, careció, pese a los puestos que ocupó, de grandes aspiraciones. Así se entiende que rechazara su incorporación al staff del rey Juan Carlos cuando le ofreció un cargo importante en la Zarzuela después de organizar los funerales de don Juan en Madrid. Después de 14 años, algunas peleas significativas con la Generalitat en los años de tensión entre Narcís Serra y Jordi Pujol, y de manera especial en la inauguración del estadio olímpico de Montjuic, con jóvenes independentistas protagonizando un momento histórico con protestas al Rey y llenando la zona noble de las gradas de senyeres, entendió que había llegado el momento de volver a casa. Aquí, se involucró estos últimos años en un sinfín de iniciativas sociales, religiosas o, simplemente, ciudadanas, del barrio. Actualmente, era patrón de la Fundació Amatller de Arte Hispánico, de la Fundació Pau Casals y del Consejo para Asuntos Económicos del Arzobispado de Barcelona.