Barcelona, miércoles, sobre las siete y media de la noche. Las principales arterias de la capital catalana están absolutamente colapsadas, pero no circula ni un vehículo. El motivo: se han convertido en un aparcamiento para los miles de tractores que han hecho el largo y lento trayecto hasta la ciudad desde todos los puntos del territorio. Están vacíos, porque sus conductores se encuentran todos concentrados en la plaza Sant Jaume, pendientes del encuentro de que les ha prometido el presidente Pere Aragonès y el conseller David Mascort en el palacio de la Generalitat. Una delegación de agricultores y ganaderos se ha reunido con los máximos responsables del Govern para compartir su indignación y expresar su malestar. Quieren soluciones, y confían que con esta masiva manifestación podrán conseguirlas.

Salen los protagonistas a la calle. El jaleo pronto se apacigua hasta hacerse el silencio para explicar cómo ha ido la reunión. Informan a los representantes de los campesinos. "El Govern se ha comprometido a continuar la mesa|tabla de diálogo con el campesinado. Hemos quedado en que nos volveremos a reunir en 10 o 15 días", explican. Los resultados del encuentro no son satisfactorias ni están a la altura de la histórica movilización que han conseguido; hay silbidos y gritos de rechazo. Una voz se alza por encima del resto y hace girar algunas cabezas. "Queremos garantías, queremos un papel firmado", suelta de forma estridente uno de los campesinos.

Es Joan Rius. Tiene 22 años y es ganadero: cuida vacas en su granja de Castellfollit del Boix. Con su bigote de modernillo, peinado de mullet y camiseta de Soziedad Alkoholika, representa a la nueva generación de campesinos, de los cuales cada vez hay menos en un oficio cada vez más envejecido. Forma parte del colectivo más reivindicativo, y está dispuesto a llegar hasta el final.

Cuando empieza a aflorar en el ambiente la posibilidad de volver hacia casa esa misma noche, él y su grupo tienen claro que quiere quedarse en Barcelona. De hecho, la noche anterior ya la han pasado durmiendo sobre un colchón en el remolque del tractor, cortando la C-16 a la altura de Sallent. Una noche más no hará daño a nadie. Y con respecto a la comida, todavía les quedan butifarra, hamburguesas, pan y embutidos de las comidas anteriores, en que también han tenido lugar en una posición indeterminada de la amplia red vial catalana. "El producto lo tenemos, no falta", dice, orgulloso de su oficio.

Del campo en el Parlament en 48 horas

Cuando al día siguiente —jueves— por la mañana la gran mayoría de tractores que han pasado la noche en Barcelona empiezan a abandonar la capital y hacer el camino de vuelta, él y sus compañeros deciden quedarse. Son una cincuentena de campesinos del Berguedà y del Bages que no están contentos con los frutos de la reunión con el presidente Aragonès y el conseller Mascort. Quieren más concreción, y están dispuestos a hacer lo que haga falta. A contracorriente de los otros miles de agricultores y ganaderos, este puñado desfila hasta el Parlament. Pero no para protestar, sino que para reunirse con los representantes políticos que tantas veces han desatendido sus demandas.

No entran todos porque son demasiada gente. Se eligen a ocho, y Joan es uno de los escogidos. Entra con sus compañeros en el Parlament —los otros esperan fuera— para reunirse con la presidenta de la cámara, Anna Erra; después de un breve remanso, un segundo encuentro de rigor con una docena de diputados de casi todos los partidos políticos. Prácticamente en 48 horas, han pasado de estar cuidando el campo y el ganado a comunicar directamente a la clase política sus problemas y sus demandas. "Nadie se lo esperaba", reconoce a Joan. "Si nos lo hubieran hecho decir tampoco nos lo habríamos imaginado". Pero sí que tiene clara una cosa: "Hacemos lo que haga falta para poder tener una vida más digna y justa".

En gran parte, lo ha conseguido. Los partidos políticos —también ERC, que sostiene al ejecutivo— se han comprometido a instar al Govern a revisar las restricciones de agua impuestas para hacer frente a la sequía, agilizar los pagos de las ayudas todavía pendientes de abonar, y racionalizar la burocracia. Si la jornada del miércoles había concluido con un sabor amargo por la falta de garantías que Aragonès y Mascort cumplirían su promesa, ahora tienen un papel firmado por los partidos. "Ayer solo hubo palabras, pero las palabras quieren. La gente quería resultados", ha señalado Joan. Y un aviso: "Si no cumplen eso, se habrán metido al agujero de su entierro". Lo que no pudieron conseguir ayer 3.000 campesinos de todo el país, lo han arrancado hoy una cincuentena del Bages y el Berguedà. Después de una comida de campeones para celebrarlo, toca sacar los últimos tractores de Barcelona y empezar el largo viaje de vuelta.