La vuelta al colegio está generando mucha controversia a nivel general, entre otras cuestiones por la inseguridad que produce el hecho que millones de estudiantes vayan a compartir espacio en los centros cuando los rebrotes siguen intensificándose y no tienen visos de detenerse en las próximas semanas.

Con el objetivo de dar las recomendaciones sanitarias más acertadas e intentar reducir el riesgo de contagio, la Asociación Nacional e Internacional de Enfermería Escolar (AMECE) y la Asociación Científica Española de Enfermería y Salud Escolar (ACEESE), junto al Instituto Español de Investigación Enfermera y el CGE, han lanzado un plan estratégico de enfermería escolar para la prevención de la COVID-19 en los centros educativos y una guía de recomendaciones para el reinicio de las clases en los centros educativos.

Niño en el aula

En los documentos elaborados se plasman las medidas de seguridad que se deberían acatar en todos los centros para poder tener una educación con los menores riesgos en esta nueva realidad. Según los enfermeros, “no podemos poner en peligro la salud no sólo de los más pequeños, sino de sus familiares o convivientes por no atajar el problema desde el principio y poner las medidas necesarias para ello. Es imprescindible que, desde las autonomías, pero también desde el Gobierno central se pongan todos los mecanismos a funcionar. Nos jugamos muchísimo con esta vuelta a las clases y no se puede dejar nada a la improvisación, ya que afectaría también a la actividad laboral de los padres y por tanto a la economía en general”.

La educación, tal y como se conocía hasta ahora, debe dar un vuelco de 180º. La comunidad educativa tiene que estar preparada para la nueva normalidad y las aulas o la manera de dar las clases también deben adecuarse a ellas. Además, es necesario contemplar situaciones particulares como las escuelas infantiles o las de educación especial. También habrá que fijarse en las características propias de cada edad. Así, no será lo mismo tratar con niños de 0 a 6 años que con adolescentes.

“La población infantil presenta determinadas características como la imposibilidad de controlar la emisión de secreciones o de adoptar medidas de higiene personal que pueden facilitar el contagio. Entre los adolescentes de 12 a 18 años nos encontramos con unas características inherentes a su proceso madurativo que les hacen un grupo de especial vigilancia”, dice el plan estratégico. 

También se apuntan a la necesidad de no olvidar las principales claves para evitar el contagio. Mascarilla, higiene de manos y distancia física son los tres puntos que más hay que recalcar en esta vuelta. Bien es cierto que no en todos los ámbitos será posible llevarlo a cabo, pero en aquellos en los que no puedan respetarse esas medidas, habrá que intentar implementar otras formas de prevención como garantizar y fomentar la ventilación frecuente de las aulas y espacios comunes o aumentar la limpieza de los espacios y objetos.

Niña en clase

Junto a todas estas reglas, también debe ponerse en marcha un protocolo de aislamiento y tratamiento a posibles casos positivos COVID-19, en el que apuntan a que las enfermeras deben jugar un papel esencial. En el caso de detectar síntomas, debe ser el tutor o profesional que establezca el equipo directivo el que acompañe al menor hasta una sala de aislamiento, desde donde se hará una valoración de estos en un primer chequeo y se avisará a los servicios sanitarios y a sus familiares, indicándoles que deben contactar con el centro de salud o donde indique la Sanidad pública.

Por último, se debe tener presente la posibilidad de que el contagio por COVID-19 traiga consigo un estigma para aquellos menores que están infectados e incluso para los que ya han pasado la enfermedad. Con el objetivo de evitar esta estigmatización, se hace muy necesaria la educación para la salud que realizan estas profesionales sanitarias.