El tema del día en las portadas es la guerra Israel-Hamás, pero lo que sirve en Quioscos & Pantallas por titular es la primera de ABC, que tiene más garra. El tabloide monárquico dice que el comisario de justicia europeo, el belga Didier Reynders, "sienta a PP y PSOE para despolitizar el CGPJ". Es un lenguaje robusto y viril, con aroma de escuela antigua, de esas donde el maestro imponía disciplina con regla, bronca y pescozón. Tiene gracia que ABC, siempre tan escrupuloso con la soberanía de España, celebre esta pérdida de soberanía y de imagen. Tampoco dice nada del poco talento de sus políticos, incapaces de resolver la renovación del Consejo del Poder Judicial desde hace cinco años. También tiene gracia recordar todas las veces que ese diario se ha hecho eco del argumentario de la derecha nacionalista española —o sea, de la derecha española, a secas— que acusa al gobierno de Pedro Sánchez de poner España en manos de un prófugo de la justicia, etcétera, llamado Carles Puigdemont, que también reside en Bélgica. Reynders vale. Puigdemont, no. Quién iba a decir que Bélgica, la antigua y rebelde colonia hispánica, volvería con esta, llamémosle venganza.

La mayoría de los diarios, sin embargo, abren portada con el pronunciamiento preliminar del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, que ha ordenado a Israel que evite actos de genocidio en Gaza, sin exigirle el alto el fuego ni cuestionar su derecho a defenderse. El tribunal de la ONU ha rehusado las cautelares pedidas por Sudáfrica contra el Estado hebreo, al que ha demandado por genocidio. La contundencia sumaria de los títulos de las portadas ignora el contexto del caso y transmite la impresión que el fallo es definitivo. No lo es. El tribunal no ha decidido aun si Israel está cometiendo genocidio. La decisión final sobre esta cuestión tardará meses. La victoria parcial de Sudáfrica tampoco puede interpretarse como un avance de la sentencia final, porque los requisitos y pruebas para ganar un caso por genocidio son muy difíciles de satisfacer. Lo que ordena de momento el tribunal es que Israel deje claro con los hechos que la guerra es contra los terroristas de Hamás; que haga un uso razonable de la fuerza —estableciendo zonas de verdad seguras para los civiles, por ejemplo— y que permita la entrada de más ayuda humanitaria: agua, comida, energía, medicinas, personal sanitario...

La sentencia se ha emitido en el contexto global sobre el cual hay que ver el caos de Oriente Medio. Israel no depende de él mismo para derrotar al partido terrorista islamista que subyuga y empobrece Gaza y a los gazatíes y es un impedimento para la paz. Israel depende del apoyo de los Estados Unidos —el único Estado con poder para contener a Irán— y de la Unión Europea y los Estados del Golfo Pérsico, también opuestos a la influencia de Irán en la región. En ese contexto, pronunciamientos como el del Tribunal de La Haya, aunque parezcan suaves y poco claros, dejan a Israel muy mal parado ante sus aliados.

Especialmente mal parado sale el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Bajo su mandato, Israel ha visto fracasar su doctrina de seguridad tradicional, que consistía en renunciar a la paz con los palestinos, ignorar los acuerdos favorables a la solución de los dos Estados, mantener los asentamientos en territorio palestino, levantar muros y repeler los ataques e infiltraciones con tecnología. Nada de eso funciona ya. Los muros no han frenado las atrocidades de Hamás. Las defensas antiaéreas de Israel son vulnerables al arsenal de misiles cada vez más sofisticados de las milicias terroristas sostenidas por Irán en Líbano, en Yemen, en Siria, en Iraq… Al mismo tiempo, en Gaza, dos millones de civiles corren el riesgo de hambruna. Los ataques de los hutís yemeníes a los barcos en ruta hacia el canal de Suez amenazan el comercio mundial. La frontera norte de Israel vive en tensión: podría abrirse un segundo frente entre Israel y Hizbulá en el Líbano.

En fin. Es un pitote más allá de Gaza y resolverlo pide el apoyo de los EE.UU., de la UE y de los Estados árabes del Golfo. Pero ni el gobierno ni la política de Netanyahu tienen muchos amigos entre estos actores. La orden del tribunal de La Haya no es un gran incentivo para que Israel detenga una guerra que sus líderes consideran imprescindible para proteger la seguridad nacional. Lo que puede hacer es que los gobiernos aliados repiensen su apoyo. La sentencia también ilumina esta situación. Las portadas de este sábado, no tanto. Era ciertamente complicado.

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