Fermí y Maria Teresa son de El Masnou y llegaron el miércoles en Madrid justo para ver al Barça en el Bernabéu. Han decidido retrasar la vuelta a Barcelona y esta mañana la han reservado para venir al juicio contra los responsables del procés. Allí se han encontrado con Anna, una barcelonesa que ha venido a la feria Arco y ha aprovechado que tenía la mañana libre para intentar entrar en el Supremo. Ha llegado a las seis menos cuarto. Era la primera.

Sobre las ocho y media, ya están esperando en el pasillo del Supremo para acceder a las 10 en punto en la sala. Hay también un joven actor de ojos azules que no quiere decir el nombre porque dice que no quiere "tener problemas para encontrar trabajo". Y un valenciano que vive en Madrid y que acompaña a su padre que ha venido expresamente desde Valencia. "Para dar apoyo. Está muy enfadado", explica. A su lado está sentado a un barcelonés de Aragón. Está en Madrid por trabajo y ha querido aprovechar la mañana que tenía libre.

En el banco de al lado hay un grupo de cinco amigos de Málaga, dos de ellos juristas, que aprovechan el puente del día de Andalucía para venir a Madrid y al juicio; sentados al suelo, tres estudiantes vascos que quieren ver la sesión en directo y escuchar a su lehendakari; en el otro banco una estudiante madrileña que ya ha venido otros días; un observador internacional de Holanda...

A pesar de la indiferencia general en la calle, el juicio se ha convertido en un nuevo y potente foco de atención en Madrid. En una especie de destino turístico cívico. Después de días de largas colas de madrugada, esta mañana cuando se ha abierto la puerta del Supremo, los ciudadanos que intentaban entrar no llegaban a una veintena y, a diferencia de otras jornadas, respondían a un patrón mucho más amplio. Querían saber. Y verlo ellos mismos. Sin filtros.

Cuando ha llegado la hora de entrar en la sala, al público de la cola se ha añadido un grupo de eurodiputados que habían anunciado su visita. Han entrado también como público, al igual que hacen los observadores internacionales. Otros eurodiputados han ocupado espacio de las familias. Una eurodiputada francesa se ha presentado con su hija que tiene fiesta en la escuela. Todos llevan una acreditación que los identifica como público, como autoridad, como familia, como prensa.

Han entrado en la sala y durante tres horas han vivido en directo aquello que pasa dentro. Han visto desfilar a Iñigo Urkullu, Gabriel Rufián, Albano Dante Fachin, Ernest Benach y Ada Colau. Han notado cómo los ánimos se removían delante de algunas de las respuestas, se les ha escapado alguna risa ante las ironías de los testigos y del mismo Marchena y han recibido el toque de atención del presidente de la sala amenazando con desalojar la sala.

En el momento en que Marchena ha levantado la sesión, a la una y media, todos ellos se han acercado a la primera fila para saludar a los presos, entre familiares y diputados. "Ànims", le dice Oriol Junqueras a una señora del público que le estrecha la mano. Fermí y Maria Teresa se lo miran tras el cordón rojo que limita el espacio del público. No saben qué decir. Se limitan a mirar y se marchan hacia Barcelona.