Han pasado ya casi tres años pero Pablo Casado no ha sabido construir un liderazgo propio. Y eso explica los constantes temblores de piernas. No es Winston Churchill, por mucho que llene los estantes con sus libros. Y ante la falta de una marca propia, su acción política es la que es. No ha podido romper con el pasado y vive de ir siempre un paso por detrás de la extrema derecha. Y de copiar las viejas fórmulas (las de sus predecesores) y las nuevas (las de sus rivales). Todo ha acabado volviendo: desde las mesas de firmas "contra Catalunya" hasta la fotografía de Colón. Y la corrupción.

El 4 de mayo pasado parecía que se abría un nuevo panorama para Pablo Casado. La victoria no era exactamente suya, sino de la lideresa madrileña Isabel Díaz Ayuso, pero en Génova veían cómo las encuestas les volvían a sonreír. Al día siguiente de aquellas elecciones madrileñas, el líder de la oposición se hacía suyo el tsunami y proclamaba un "punto de inflexión" y el "kilómetro cero del cambio en España". Pero aquel capital político parece haberse dilapidado en tan sólo un mes. Y con una Ayuso discreta, que no ha desafiado el liderazgo estatal del Partido Popular. Los fantasmas de Casado no se van: ni el asedio judicial a la corrupción, que les echó de La Moncloa, ni el efecto arrastre por parte de la extrema derecha de Vox, que lleva la batuta del discurso sobre Catalunya.

Justamente durante la moción de censura de Santiago Abascal contra Pedro Sánchez, el pasado otoño, Pablo Casado quiso escenificar la ruptura con Vox. Desde la tribuna de oradores, el presidente estatal del PP marcaba perfil propio y planteaba el divorcio a la formación de extrema derecha, una escisión de sus propias filas. "En estos dos años como presidente del Partido Popular no he contestado a sus provocaciones, por respeto a sus votantes. Hoy por fin ha quedado al descubierto. Hasta aquí hemos llegado", le lanzaba. Quería ser la ruptura de la foto de Colón. Pero ha durado muy poco. Sólo ocho meses.

El domingo que viene, 13 de junio, se repetirá la misma imagen en la céntrica plaza de Colón, nuevo punto de reunión del españolismo más ultra. Si hace dos años fue contra la mesa de diálogo entre el Estado y la Generalitat (con un manifiesto plagado de fake news), ahora lo es contra los indultos. Inicialmente convocada por la estrafalaria Rosa Díez, Vox no tardó en sumarse, arrastrando también al PP y Ciudadanos, que horas antes insistían en privado en que no querían volver a Colón. Y se ha visto arrastrado el mismo Pablo Casado, que asistirá a pesar de las reticencias iniciales. Apostaban por una presencia, sí, pero mucho más discreta. Para marcar perfil propio, Casado también ha vuelto a las andadas del PP: recoger firmas como hizo Mariano Rajoy contra el Estatuto ("contra Catalunya", literalmente). No acabó bien.

A remolque de la extrema derecha en Catalunya y con un nuevo asedio de la justicia contra la corrupción del PP, el mismo asedio que los echó de La Moncloa la primavera del 2018. Esta semana incluso la prensa conservadora, la más afín a Génova, hablaba de "pánico en el PP". El motivo: la imputación de la exministra y exsecretaria general María Dolores de Cospedal y su marido, el empresario Ignacio López del Hierro, por el operativo parapolicial para espiar y destruir pruebas en manos del extesorero Luis Bárcenas. El juez investiga al matrimonio por delitos de cohecho, malversación y tráfico de influencias. Desde la imputación, este miércoles, ninguna palabra de Pablo Casado, que ha huido de los micrófonos en los actos públicos que ha tenido.

María Dolores de Cospedal no es una exdirigente cualquiera del PP. Fue la secretaria general cuando Pablo Casado era vicesecretario de comunicación. Y se presentó a las primarias del 2018 para tomar el relevo de Mariano Rajoy. Aquella contienda ni siquiera las ganó el actual presidente estatal de los populares. La votación la ganó la exvicepresidenta española Soraya Sáenz de Santamaría, pero sin mayoría absoluta. Si Casado es hoy el inquilino de Génova es porque Cospedal le entregó su apoyo y sus delegados para hacerse con el cargo.

El conflicto en Catalunya y la corrupción sistémica, las dos piedras en el zapato que persiguen al PP desde su salida del poder. Y nada hace presagiar un "cambio de ciclo" en corto plazo, por mucho que se proclame desde el balcón de Génova. Más bien vuelven los temblores de piernas.

¿Y la mudanza de Génova?

El pasado febrero, cuando empezaba el juicio de los papeles de Bárcenas en la Audiencia Nacional y Luis Bárcenas ponía en marcha el ventilador, Pablo Casado hacía un anuncio histórico: abandonaban la famosa sede de la calle Génova, epicentro de la corrupción del Partido Popular. "No podemos seguir pagando facturas de cuestiones que ni conocemos", aseguraba el máximo dirigente del partido. De momento, de las mudanzas no se ha sabido mucho más. La formación ha fichado a las consultoras KPMG y CBRE para asesorarlos en la venta del edificio. Esperan sacar unos sesenta millones de euros, que les permitan pagar deudas millonarias.

El viraje permanente

Las elecciones celebradas este año demuestran los continuos virajes de Pablo Casado. En Catalunya, el PP optó por el ataque a la extrema derecha, con el líder estatal popular acusando a Vox de "querer sacar España de la Constitución y de la Unión Europea". El resultado final no fue bueno: la extrema derecha irrumpió con once diputados en el Parlamento y el PP bajó de cuatro a tres escaños. Dos meses después, en Madrid, se evitó el choque con la formación de Santiago Abascal. El balance: Ayuso arrasó y contuvo a los ultras. Pero Ayuso no es Casado. Ella sí ha construido un lideraje propio.