Albert Rivera quería convertirse en el Emmanuel Macron español. Y lo podría haber conseguido. Las dinámicas de Ciudadanos y La República en Marcha tienen paralelismos: dos movimientos liberales relativamente nuevos que surgen de las cenizas de la socialdemocracia pero recogen también del centrederecha desencantado del bipartidismo. Pero sólo un elemento lo ha perturba todo: Andalucía. Allí con quien pactaron es con Vox, los socios de Marine Le Pen en el Estado español. En estas elecciones generales, el dirigente unionista se encuentra en una encrucijada. Tendrá que decidir si coge la salida a la derecha o se mantiene en el carril central.

Posibilidad de salir de la tendencia a la derecha tiene una, que es señalada por todos sus rivales: el pacto con el PSOE. El último barómetro del CIS antes del 28-A lo dibujaba como un escenario más que plausible: por la banda alta llegarían a sumar hasta 189 diputados. La mayoría absoluta se sitúa en 176. Sólo hay un inconveniente: Albert Rivera mantiene su cordón sanitario al presidente español Pedro Sánchez, a quien no considera "constitucionalista" sino aliado de los independentistas y los batasunos.

Sin ir más lejos, desde hace dos semanas, el líder de Ciudadanos no para de ofrecerse a Pablo Casado para formar un gobierno de coalición como el de Andalucía, otra vez sin renegar de los votos de la extrema derecha. Aunque el candidato del PP ya no le hace caso, Rivera ha insistido esta semana pasada mitin tras mitin. Dice que quiere exportar la vía andaluza a todo el Estado español.

Desde Cs han calculado que tienen más pérdidas hacia el PP que hacia el PSOE, y por eso salen a disputar estos votos. Pero desde Ferraz se friegan las manos. Con una derecha escorada al extremo, que tiene como única prioridad echar a Sánchez al precio que sea, todo el centro moderado que podía representar el partido de Rivera se lo quedan los socialistas. El presidente español ha planteado una campaña plana, sin salidas de tono. Las estridencias y los platos por la cabeza, para el trifachito.

Mientras tanto, el partido de Macron tiene en stand by la alianza con la formación de Rivera en las elecciones europeas. Desde París han decidido esperar a ver qué pasa en las elecciones del 28-A, y qué escenario de pactos se dibuja, antes de sellar el acuerdo para concurrir conjuntamente a los comicios. Para los macronistas, el pacto con la extrema derecha es una línea roja. Es este el cordón sanitario.

Rivera intenta un Lluch

El acto del fin de semana lo ha protagonizado el mismo Rivera, que se ha ido al municipio guipuzcoano de Errenteria, feudo abertzale gobernado para|por Bildu. Allí, ha sido recibido por lazos amarillos gigantes en la plaza donde actuaba y una sonora cacerolada mientras ha durado el acto. Y el líder de Ciudadanos ha intentado emular al socialista catalán asesinado por ETA, Ernest Lluch, cuando les ha dicho que picaran más fuerte las cazuelas porque no les escuchaba. El resultado, sin embargo, no ha sido el mismo. Tampoco la época es la misma que los años de plomo de la banda terrorista.

Este fin de semana, el primero de la campaña, ha tenido un color muy vasco. Excepto el candidato a la reelección Pedro Sánchez, los principales líderes españoles se han dejado ver, desde Pablo Casado y Santiago Abascal hasta Pablo Iglesias. Este último ha aprovechado el Día de la República para ir a Éibar, el primer municipio de todo el Estado que el 14 de abril de 1931 colgó en el balcón del Ayuntamiento la bandera tricolor republicana.