Ha sido decir que el PP no tenía ningún protagonismo en las portadas para que, patapam, todo vaya en sentido contrario. Últimamente, los diarios madrileños pelean por vender dos relatos diferentes. Por una parte, El País insiste en sostener el actual estado de cosas al señalar al PP como un partido indeseable. En Europa, dicen, el PP es partidario de condiciones rigurosas sobre el dinero de los fondos de reconstrucción pospandemia. Quieren decir que los peperos pretenden controlar al gobierno desde Bruselas (donde los populares sí tienen mayoría suficiente) abriendo y cerrando el grifo del dinero europeo que España necesita sí o sí.

Este relato tiene potencia pero es complicado, aunque el diario de los progres clásicos lo simplifique como una muestra de escaso patriotismo y de hipocresía nacionalista, etcétera. Peor aún, como en Europa todavía no pasa gran cosa en relación a esos fondos, es complicado sostener la cosa en portada. Ya van cuatro días seguidos tocando la misma música con poca variedad de arreglos. Corren el riesgo de que la gente aborrezca la melodía.

La tuna de la derecha tampoco ha renovado mucho su repertorio, pero lo ha actualizado con gracia y ofrece más variedad. Explica muchas historias para favorecer lo que antes de la pandemia se llamaba Pacto Nacional. De momento, esas historias son de cuatro tipos. Las que presionan al PP para que abandone la estrategia de la crispación —concepto muy cerca ya de la papelera de los tópicos—. Después están las que desacreditan a Podemos de pensamiento, palabra, obra y omisión —cosas como eso de la tarjeta de móvil que llevan El Mundo y La Razón, asunto de una calidad y credibilidad inferiores al de la mani del 8-M y la covid, imagínate cómo están, pobres.

El tercer tipo de historias son las que ridiculizan a los ministros más "rojos", como hace ABC con Isabel Celáa, titular de Educación. Finalmente, están las que vejan o enfangan a cualquier socio parlamentario del gobierno, especialmente a indepes y soberanistas —porque Teruel Existe y compañía ya no existen— como hace El Mundo diciendo, ay, uy, que unos de Bildu han ido a visitar a un etarra preso. Entenderás que esto es gravísimo y hay que decirlo mucho, sobre todo comparado, por ejemplo, con el terrorismo de Estado, del que no se debe decir nada, aunque sea la materia fundacional de ese diario, como explica o explicará el mismo fundador, Pedro J. Ramírez, en este serial hagiográfico que publica el digital con el que se abriga.

Se conoce que no vale para portada el juicio al Mayor Trapero y a la cúpula de los Mossos y del Departament d'Interior, donde se verifica la calidad de la democracia y de la justicia españolas. Todo eso no aparece en las portadas de hoy (ni de ayer, ni de anteayer...). Quizás porque ya han descontado que los condenarán o, todo podría ser, porque es un lío saber de qué se les acusa —ni los fiscales lo han dejado muy claro— o porque es complicado construir un relato Buenos & Malos por la debilidad de las pruebas y la poca maña de la fiscalía en montar una acusación creativa con un poco de garra. Además, la sala del juicio está donde Judas perdió la alpargata. Oiga, así es muy difícil trabajar.

Este asunto tampoco lo llevan en primera El Periódico ni La Vanguardia, mientras que El Punt Avui y Ara le conceden un recorte que llora por debajo de la página, un poco para que sus lectores, que lo siguen, no lo echen de menos. Los cuatro diarios impresos de la capital abren con la misma materia: toda Catalunya entra hoy en fase 3, oportunidad que merece títulos como los que se hicieron para el desembarco de Normandía. No es que la cosa no merezca abrir la portada. Al contrario, seguramente lo merece más que la tarjeta de móvil del ayudante de Pablo Iglesias o el debate inicial de los fondos europeos. Pero seamos conscientes de que se trata de poner a toda portada cosas como viajar de Barcelona a Benavent de Segrià, 160 kilómetros de rutina. Así estamos.

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