"Han nacido en Catalunya y tienen el liderazgo de la oposición", se justificaba un alto cargo del Partido Popular de Madrid a las puertas de la campaña del 21-D sobre la pujanza de Ciudadanos. Las encuestas castigaban a Xavier García Albiol con una horquilla de 6-7 diputados y aún no daban a Inés Arrimadas más de 27 escaños. "Tenemos voto oculto", añadía el dirigente genovés. "Los sondeos siempre nos hacen de menos", zanjaba después. Pero en pocos días, Cs mostró un auge sin precedentes, amenazando con dejar al PPC en el Grupo Mixto. 28-30, 31-33... 35 diputados. Los recelos se extendían en el Congreso y algunos se cuestionaban en privado: "¿se podría repetir aquí la situación?".

A medida que los sondeos insisten en la posibilidad de que la formación naranja arrebate a ERC la victoria el 21-D y/o se consolide como el primer partido "constitucionalista", los populares vigilan a la marea naranja ante el temor de que les desborde en España, pese a que perdió 8 escaños en la repetición electoral –donde Cs pasó de 40 diputados (2016) a 32 (2017). El motivo es que Rivera empezaría a consolidarse en nichos que hasta el momento Génova creía controlados: el voto joven, el discurso liberal, el discurso territorial españolista –y la habitual crítica a la corrupción.

En el primer caso, personalidades del partido se cuestionan por qué la estrategia de colocar a los jóvenes vicesecretarios Andrea Levy, Pablo Casado o Javier Maroto para atraer el voto juvenil no estaría contribuyendo a frenar la brecha generacional. Ello implica que los ciudadanos socializados después de la transición tenderían a votar fuerzas emergentes, como Cs en el espectro de la derecha, y Podemos en el de la izquierda. Si bien, la media de edad del votante del PP continúa en los 55 años, obligándole a pivotar entorno a políticas que consoliden dicho grupo de interés –como son las pensiones.

En segundo lugar, el discurso económico liberal ha fragmentado el clásico bloque de la derecha española hasta ahora liderado por el PP. Ejemplo es que el expresidente José María Aznar –uno de los valedores de Rivera– fue igual de crítico que Cs con ciertos incumplimientos sobre bajar impuestos, contenidos en el programa electoral del Rajoy. El dirigente catalán consiguió, si bien, pactar con Hacienda una bajada del IRPF a las rentas bajas y sacar adelante la ley de autónomos. Una crítica similar hizo la expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre hace meses, tachando a Cristóbal Montoro de "socialdemócrata".

Tercero, emerge la visión territorial jacobina / liberal-uniformadora de Cs –en oposición a la ruralista del PP– que llevó a la formación a no obtener ningún escaño en los comicios de Euskadi y Galicia de 2016. Ejemplo sería la férrea crítica al cálculo de la cuota vasca que no sólo lo levantó recelos entre los barones del PP, también provocó admiración entre algunos dirigentes –para problema de Rajoy. Eso pasa porque Rivera estaría capitalizando un voto vinculado a aquello que el PP denomina "españolismo" o "nacionalismo" español, en oposición a su supuesto "patriotismo", como evidenció el último CIS.

En último término, Cs podría calar como un voto útil –por su facilidad para forjar pactos en el Congreso–, y en caso de eventual formación de Gobierno, sumado a una dura crítica que tradicionalmente ha convertido en su seña de identidad, cuanto a la corrupción.

En contraposición, ciertos elementos conocidos juegan en contra de la expansión de Cs: menor consolidación territorial y orgánica que el PP; votante más volátil; dificultad para capitalizar los beneficios de impulsión de políticas públicas del Ejecutivo –que pretenden corregir ahora con la entrada en el Gobierno quizás en el 2020; la dificultad por calar entre los nichos de del PP y el espacio rural; el rasgo diferencial catalán.

El hecho es que el partido de Arrimadas se habría hecho fuerte en Catalunya como consecuencia de ser el el voto útil dentro del bloque constitucionalista, después de que el PPC no se haya diferenciado del PP. Eso se suma que Cs nació con una tendencia socialdemócrata en el Parlament, a diferencia de la liberal en el Congreso. Un crecimiento y amenaza utópica para el PP, si bien, que Rivera quiere exhibir con orgullo en Madrid –implicándose al máximo en la campaña catalana–, para resarcirse tal vez de la espinita que dejara el mote "pichón", "naranjito", y demás expresiones con que los populares se burlaron de él.