La votación estaba realmente ajustada. Tanto era así que cualquier error humano o tecnológico, sin todos los votos acabados de cerrar, lo podría haber enviado todo al garete. Pedro Sánchez tuvo suerte que los errores le beneficiaron: dos diputados de Vox le votaron la quinta prórroga del estado de alarma y Adriana Lastra se abstuvo porque no le funcionaba el botón del sí. Pero también durante aquellas horas el diputado canario Pedro Quevedo cambió su voto favorable por una abstención. Estos son los riesgos de las carambolas parlamentarias, de jugárselo todo en cada votación. Lo que desde La Moncloa han bautizado como geometría variable, que ha provocado la primera gran crisis del gobierno de coalición por el acuerdo EH Bildu y su posterior rectificación. Con un elemento tan simbólico como la derogación de la reforma laboral.

En cuestión de horas, Sánchez ha enfadado a todo el mundo con su "jugada maestra" de acuerdos al mismo tiempo con Arrimadas y Otegi. Ha enfadado a su nuevo socio, Ciudadanos, a quien escondió el pacto con Bildu. Ha enfadado a Bildu, que ha visto como firmaban una cosa y en dos horas era papel mojado. Ha enfadado a al PNV, que ve que los abertzales le roba protagonismo. Ha enfadado a ERC, que no es capaz de conseguir ni una fecha orientativa para la mesa de negociación después de que Cs se vanaglorie de haberla desactivado. Ha enfadado a la vicepresidenta económica Nadia Calviño, a quien ocultaron el acuerdo, y la patronal CEOE, que cree que no se tiene que derogar. Ha enfadado a la ministra a Yolanda Díaz y los principales sindicatos, que han visto cómo esto se hacía fuera de la mesa de diálogo social, que con tantos esfuerzos han construido. Ha enfadado al grupo PRISA... Y el PP y Vox ya estaban enfadados de antes. El desconcierto sí que es transversal.

Desde La Moncloa se justifican: no podían perder la votación. Por primera vez, Sánchez llegaba este miércoles al Congreso de los Diputados sin tener los votos garantizados y había que asegurarlos como fuera. Por eso hacía una semana que mantenían intensos contactos, liderados por la vicepresidenta Carmen Calvo, con casi todos los grupos, desde Ciudadanos y el PNV hasta ERC, JxCat y EH Bildu. En el caso de los republicanos incluso se alargaron hasta la madrugada. Todo se hizo con el conocimiento y visto bueno del presidente Sánchez. Finalmente salió adelante prometiendo a Ciudadanos que sólo duraría quince días, aunque ya hablan de una sexta prórroga, y prometiendo a Bildu la derogación "íntegra" de la reforma laboral, que al final será parcial, sin tocar una coma del programa del acuerdo de gobierno. Incluso contempla derogar un artículo ya derogado. Política fast food.

El primer experimento con la geometría variable —doble acuerdo con Ciudadanos y EH Bildu- ha salvado una votación, pero ha provocado un terremoto sin precedentes

Hasta ahora, el Gobierno ha podido tirar los primeros meses con el apoyo de la mayoría que hizo posible la moción de censura y la investidura. Aquella mayoría, sin embargo, hoy está en la UCI. El pacto con Ciudadanos, la geometría variable incorporando a la derecha, ha acabado de dinamitar los puentes. No sólo de ERC, sino incluso de Compromís, que también se ha plantado ante el maltrato financiero al País Valencià. Desde el atril este miércoles, Íñigo Errejón enviaba un aviso a navegantes: hay que "cuidar a los socios" porque aquella mayoría se está "desvaneciendo". Gabriel Rufián añadía que se enterraba "quizás de forma irremediable".

El primer experimento con la geometría variable —doble acuerdo con Ciudadanos y EH Bildu- ha salvado una votación, pero ha provocado un terremoto sin precedentes. Pedro Sánchez quería emular a Zapatero y asegurarse cierta estabilidad, no estar a expensas sólo de los independentistas. Con el regate y la mirada cortas, y la política de baja volada, ha conseguido lo contrario: inestabilidad, el gran mal de la anterior legislatura. Y en el peor momento: a las puertas de la peor depresión económica en décadas y el precedente de la política de austeridad del 2008. Las turbulencias irán a más a medida que se consoliden las previsiones macroeconómicas. Las turbulencias externas y también las internas, que la derogación de la reforma laboral ha puesto encima de la mesa con el choque entre los vicepresidentes Iglesias y Calviño. El Banco de España ya avisa de que harán falta "ajustes", que en la anterior crisis se tradujeron en recortes sociales. En La Moncloa ya se han encendido las luces de alarma.

Choque contra los poderes fácticos

El acuerdo con EH Bildu no sólo ha evidenciado los límites de la política fast food de Sánchez, sino incluso los límites de una política progresista ambiciosa. El primer lugar donde se encendieron las alarmas fue en el todopoderoso Grupo Prisa, que a través de un editorial en El País pidió que rodaran cabezas: "Esta vez las cosas han ido demasiado lejos, y la única manera en la que podría contener la hemorragia política provocada por el acuerdo sobre la reforma laboral en un contexto impropio y con un socio inadecuado es depurando responsabilidades". De no hacerlo, avisaba, "será el propio presidente Sánchez el que se arriesgue a perder toda cobertura". Horas más tarde, se sumaba la gran patronal CEOE, que se levantaba de la mesa de diálogo social con el Gobierno y los sindicatos. Al principio de la legislatura fue el poder judicial, que la cogió con Iglesias, y ahora es el poder económico y mediático.

Negociaciones con ERC, torcidas a última hora

Por primera vez durante los dos meses de estado de alarma, el Gobierno se había sentado de verdad a negociar con el independentismo. Los contactos y conversaciones discretos empezaron el lunes 11, con las llamadas de Carmen Calvo a Gabriel Rufián y Laura Borràs, y concluyeron esta semana con una conversación entre Pedro Sánchez y el vicepresident Pere Aragonès. Por el camino, incluso recuperaron los equipos negociadores de la investidura, que tan bien funcionaron en su momento. Importantes dirigentes republicanos tenían expectativas altas de que acabara saliendo bien. Hasta que se anunció el acuerdo con Ciudadanos, que inesperadamente lo torció todo de forma irreversible. El problema de jugar a varias bandas. Es incompatible pactar con el independentismo catalán una mesa de negociación y con Ciudadanos su desactivación. Curiosamente, a diferencia del acuerdo con Bildu, el PSOE no emitió ninguna "nota aclaratoria" después de que Ciudadanos se vanagloriara de parar la mesa de diálogo. Tampoco han puesto fecha a la segunda reunión de este foro bilateral.

La extrema derecha toma las riendas de la oposición

Con un Pablo Casado totalmente desubicado, que también tiene que apagar incendios en la Comunidad de Madrid de Díaz Ayuso, la extrema derecha ha capitalizado en España el descontento con la gestión del Gobierno (que según el CIS friega el 50%). No sólo en el Congreso, sino también en las calles. Aquello que empezó en un barrio rico madrileño como Salamanca ha acabado este sábado colapsando el centro de Madrid y exhibiendo músculo en todas las capitales de provincia. Al frente, Santiago Abascal y su tropa, que amenazan a Sánchez con acabar en los tribunales. "Junqueras también se reía de las denuncias de Vox", le avisaba este miércoles desde el hemiciclo.

 

 

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