El día después, ya tenemos a los bobos confinados. En eso habíamos quedado. Pero seamos sinceros y admitamos, cada uno en su grado de culpa, que a la luz de esta situación excepcional estamos revisando bobadas que hemos hecho, en las que hemos colaborado o, sencillamente, hemos permitido con nuestra pasividad. Por eso, también debemos aprender de errores pasados y sacar algunas conclusiones para el futuro que se avecina tras la pandemia.

No pretendo ser exhaustivo, sospecho que habrá tiempo para que esta lista de tareas crezca, pero vayamos ya con un par de apuntes. La primera vez que escuché esta advertencia, hoy preclara, fue en boca de Juan Ignacio Pérez Iglesias, exrector de la Universidad Pública Vasca y hoy director de la Cátedra de Cultura Científica de esta institución. Advertía el profesor, tras la crisis de 2008, del enorme error que suponía cortar la financiación de las líneas de investigación.

A los hechos me atengo. En las dos últimas semanas todos los medios de comunicación hemos recurrido a expertos a los que hemos pedido respuestas inmediatas, soluciones a corto plazo, vacunas exprés, retrovirales aplicables a esta enfermedad, etc. Pues bien, muchos de ellos lo han subrayado: no pidan que apaguemos un fuego si nos han cortado el agua. Y tienen razón: la investigación es como una planta, necesita ser regada de manera constante para obtener un fruto. Si dejamos secarla, de nada servirá que añadamos agua y abono; será necesario plantar otra vez la semilla, esperar que brote y cuidarla de manera constante hasta que dé fruto.

Debemos aprender de los errores del pasado y sacar algunas conclusiones para el futuro que se avecina tras la pandemia

Esto en el campo científico. Pero algo parecido ocurre en el ámbito social. La crisis provocada por la pandemia está haciendo aflorar realidades a las que no hemos prestado demasiada atención y tienen que ver con la suma de casos particulares, más o menos numerosos, que configuran un mosaico muy complejo: residencias de personas mayores, educación especial, problemas psiquiátricos, adicciones, agresiones machistas puertas adentro del domicilio, etc. La lista es enorme.

Hasta ahora, habíamos delegado en las autoridades dotadas de recursos con nuestros impuestos la solución a ese cúmulo de situaciones y colectivos. Teníamos la conciencia tranquila. Nuestro voto era suficiente. Ya no será así. O debería serlo y conviene que interioricemos una máxima que la mayoría estamos practicando desde nuestra capacidad. “No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”. Como quiera que la crisis es global, sustituyamos país por comunidad y nos saldrá a cuenta.