No hace falta tragarse la propaganda oficial, pero como las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran, lo cierto es que esto que dicen que es un plan de paz para Oriente Medio inventado por Donald Trump es objetivamente mejor que lo que había la semana anterior. La pérdida de vidas humanas se ha reducido drásticamente y las ayudas humanitarias funcionan no tan mal como antes.
Hay, sin embargo, un hecho evidente: no son los palestinos, ni siquiera los israelíes, quienes están decidiendo su futuro. Su futuro lo deciden otros, ahora, mejor dicho, otro, con la autoridad que se ha autootorgado de acuerdo con la fuerza que se le supone. Es, de hecho, un caso de manual de colonialismo si además piensan nombrar a un virrey extranjero.
No es para echar las campanas al vuelo, no es para conformarse, no sabemos cuánto durará y tampoco hay que olvidar todo lo que ha pasado, pero tendremos que aceptar que siempre es mejor un alto el fuego que la guerra.
Ahora veremos qué pasa con Ucrania, pero Trump ya ha dejado bastante claro que, como Ucrania no puede ganar a Rusia, tendrá que aceptar exigencias rusas. Por supuesto, renunciar definitivamente a Crimea, anexionada en 2014, y ceder, si no toda, la mayor parte de los territorios bajo control ruso: Lugansk, Donetsk, Zaporiyia y Jersón, fruto de la invasión. Sería una especie de claudicación y un precedente peligrosísimo, pero, si todo va bien, volveremos a decir que es mejor el silencio que el ruido de los bombardeos.
Todo ello permite confirmar —no es un descubrimiento— que el cinismo es el auténtico valor universal, compartido por Occidente y buena parte de Oriente. En Sharm el-Sheij compartían la foto de familia —nunca mejor dicho lo de familia— representantes de países que se llaman democráticos y dictadores sanguinarios, todos absolutamente entregados al espectáculo de pleitesía organizado a mayor gloria de Donald Trump.
Los representantes que más suelen llenarse la boca hablando de derechos humanos, de libertades y de democracia como valores pretendidamente universales son los jefes de Estado y de Gobierno de los países europeos que, sin embargo, actúan como invitados de piedra sometidos a las directrices que impone el presidente de los Estados Unidos. La prensa británica destacó la vergüenza de su primer ministro, Keir Starmer, participando como un monaguillo en aquel espectáculo de Sharm el-Sheij. La prensa española más progubernamental celebraba que el emperador hubiera tenido unas palabras para Pedro Sánchez a pesar de que incorporaban una amenaza.
Lo que hace Donald Trump humillando a los líderes europeos es poner en evidencia que Europa, ahora y antes, no ha pasado de ser un protectorado de Estados Unidos
Sin duda, los anteriores presidentes de los Estados Unidos eran más educados, mantenían las formas con un protocolo estricto, y algunos como Kennedy, Carter y Obama procuraban hacerse los simpáticos con los aliados europeos. Donald Trump, en cambio, actúa con un descaro absoluto, presumiendo como un cuñado en la barra de un bar de cómo los europeos le hacen la pelota.
Podríamos decir que esta manera de comportarse de Donald Trump es obscena, en el sentido etimológico que antiguamente se le daba al término. Obscaenus quiere decir 'fuera del escenario' o 'lo que no se debería mostrar', pero quizás tiene algún aspecto positivo si partimos de la base de que es mejor conocer la verdad que vivir engañado.
La estrategia de Donald Trump con respecto a Europa es diferente en las formas, pero en el fondo es prácticamente la misma que han aplicado sus antecesores en la Casa Blanca. Estados Unidos siempre ha considerado a Europa como un pilar fundamental de su liderazgo global y de su propia seguridad. La presencia militar de tropas y armas nucleares estadounidenses en territorio europeo han formado parte de los planes estratégicos del Pentágono, independientemente de quién presidía el país y quién gobernaba en Europa.
Europa nunca ha funcionado como sujeto en el escenario internacional. La presidenta de la Unión Europea, la ínclita Ursula von der Leyen, ni siquiera fue invitada a Sharm el-Sheij. Pero sí que durante décadas los jefes de Estado y de Gobierno de los países europeos han querido simular que ejercían su propia soberanía y que tenían una agenda internacional propia. Lo que solían hacer los presidentes de los Estados Unidos era darles coba, obsequiarles con reuniones bilaterales y multilaterales para que se sintieran importantes, pero, a fin de cuentas, las decisiones y las estrategias globales se decidían entre Arlington, Virginia y Washington D. C.
Ahora mismo, la directriz americana impone a los europeos aumentar el gasto militar hasta el 5% de su PIB. Esto no viene de Trump, Obama ya inició la reclamación. Para llegar al 5% del PIB hay que aumentar el gasto militar en 500.000 millones de euros más cada año. Solo Pedro Sánchez protestó un poco, pero todos los representantes que participaron en la cumbre de la OTAN, también Sánchez, firmaron un compromiso que es del todo imposible. La mayoría de gobiernos europeos están en crisis —Francia, ni decirlo, y Alemania, en recesión—, pero unos y otros jefes de Estado y de Gobierno le rieron todas las gracias a Trump en aquella imagen del Despacho Oval tan significativa.
Lo que hace Donald Trump humillando a los líderes europeos es poner en evidencia la verdad que se pretendía esconder detrás del escenario: que Europa no pasa de ser, como me decía hace poco un sabio, un protectorado de Estados Unidos, y que sus dirigentes no pueden ejercer más que de virreyes al servicio del emperador y de su complejo militar-industrial. La verdad nos hará libres, señala la referencia bíblica, pero en este caso la verdad lo que demuestra es que no somos tan libres ni soberanos como nos han querido hacer creer.