Me apropio del concepto de Josep Lluís Alay, que lo utilizó en un tuit reciente. Decía el jefe de la oficina del president Puigdemont, respecto de la bilateral España-Francia que harán Sánchez y Macron en Barcelona: "esta enésima versión del Tratado de los Pirineos que España y Francia preparan firmar en Barcelona el 19 de enero tendría que tener una respuesta catalana contundente en la calle. Basta de humillaciones." En la misma línea, Puigdemont pedía una fuerte movilización "para defender el país ante unos ilusos enterradores", en referencia a la afirmación de Pedro Sánchez que la cumbre visualizaría "el final del procés". Al mismo tiempo, Llach remachaba la cuestión recordando que una gran respuesta ciudadana, y en tan pocos días, solo la pueden organizar Òmnium, la ANC y el Consell per la República, si trabajan juntos.

Ciertamente, faltan pocos días —es el próximo 19— y las relaciones entre las entidades no pasan por su momento más excelso, contaminadas todas ellas por el virus de la división tan eficazmente fomentado por el Estado, pero en este país de los milagros todo es posible. En todo caso, es evidente que la respuesta dependerá de la voluntad de las entidades para implicarse a fondo.

Sin embargo, y más allá de la reacción que seamos capaces de tener, es un hecho indiscutible que esta cumbre se plantea como un auténtico acto de humillación a Catalunya y a sus derechos nacionales. Y por eso la organizan en territorio catalán, para recordar que ante los dos Estados que gobiernan nuestra nación, los catalanes somos tratados como tierra conquistada, sin ninguna capacidad de decisión. En 1659 Felipe IV de Castilla y Luis XIV de Francia descuartizaron nuestra nación, sin consultar las Cortes Catalanas, a las que les escondieron el pacto hasta 1701, y así perdimos el condado del Rosellón y parte de la Cerdanya. Aunque los territorios cedidos a Francia lucharon durante años por reunificarse en el Principat, Catalunya no ha vuelto a recuperar su integridad territorial. Y así lo harán notar Macron y Sánchez, reuniéndose en Barcelona sin que los catalanes tengamos nada que decir, ni que decidir, y con la intención desvergonzadamente explícita del mismo presidente español de demostrar que Catalunya está ya dominada. Es decir, no solo no hay ninguna intención, por parte del gobierno socialista, de demostrar sensibilidad por todo lo que ha ocurrido en Catalunya y por las heridas que hay abiertas —entre otras el exilio y los millares de encausados—, sino que necesita hacer el gesto contrario: venir encima del caballo como un señor feudal y pasearse por la tierra dominada: el imperio pisando la colonia. Un gesto de impertinencia que, además, dinamita todavía más la enorme farsa de la Mesa de Diálogo, cuyo insulto solo se mantiene porque ERC necesita fingir que finge que quizás finge hacer algo.

La necesidad de venir a Catalunya a echar la meadita para recordarnos quién manda, y para decirnos que nos ha derrotado (o eso cree) demuestra la poca categoría política de Sánchez, y su baja categoría humana

¿Pedro Sánchez tenía que plantear esta cumbre con los franceses en términos de soberbia política y de desprecio contra los millones de catalanes que se implicaron en el Primero de Octubre? Electoralmente es muy probable, porque zurrar a los catalanes es un rédito electoral permanente, y más después de habernos sublevado. En realidad, si repasamos la reyerta política española, siempre hay competición entre unos y otros para demostrar quién la tiene más larga y quién es más milhombres ante los catalanes. Pero este hecho, la necesidad de venir a Catalunya a echar  la meadita para recordarnos a quien manda, y para decirnos que nos ha derrotado (o eso cree) demuestra la poca categoría política de Sánchez, y su baja categoría humana. Y después vendrán algunos y nos dirán que estos son diferentes, que el PSOE no es el PP, que bla, bla, bla. Ciertamente, pueden ser menos chapuceros e incluso más simpáticos, pero son igualmente desalmados a la hora de despreciar nuestras heridas y negar nuestros derechos. De hecho, no tienen vergüenza, ni el facherío, ni el rojerío, tanto monta con respecto a Catalunya.

Sea como sea, esta cumbre es un insulto directo a nuestra dignidad, a los millares de represaliados y a la barbarie que sufrimos como pueblo. La cuestión, por lo tanto, es saber si permitiremos una humillación más, o estamos demasiado cansados como para mostrar un poco de dignidad. Veremos qué hará este gobierno autonómico liliputiense que sufrimos, pero no hay muchas expectativas. Nunca, en la historia de la recuperación de la Generalitat, habíamos tenido una estrechez de miras y una irrelevancia presidencial como la actual, de manera que tampoco importará mucho. Lo que hace falta es ver si las entidades son capaces de organizarnos y unificar criterios, con el fin de dar una respuesta ciudadana. Que sepa el chulo de Sánchez que nada ha terminado, que la causa catalana no nació con el procés, ni será él quien la entierre. No venimos de cuatro días de revuelta, sino de tres siglos de memoria, resistencia y lucha. Habría que recordárselo cuando se pasee encima del caballo.