¿Qué ha sido de charlar un buen rato con alguien (un amigo, un conocido o alguien que acabas de conocer…, da igual), disfrutando de la conversación y sin mirar el reloj —o el móvil, si nos situamos en el momento presente— ni meterle prisa a tu interlocutor porque tienes trescientas cosas que hacer después (como si tuvieras una vida muy interesante cuya complejidad nadie puede llegar a entender, ni siquiera tú mismo)? Vas por la calle, te encuentras a alguien y no hay absolutamente nadie —¡nadie!— que no te diga que tiene prisa. Toda esa historia de que las máquinas y la IA nos quitarían horas de trabajo y que todo el mundo estaría mucho más tranquilo y relajado para poder disfrutar de la vida, de la familia y de los amigos, ¿qué era, una mentira más grande que la declaración de independencia del 27 de octubre de 2017? ¿Dejarnos sustituir por las máquinas y la IA —y en el caso del 1 de octubre de 2017, dejarnos apalear— no ha servido, no sirve ni servirá para nada? ¿Estamos haciendo el primo? —en catalán fent el préssec (literalmente: 'haciendo el melocotón')— Bonita expresión, que me hace pensar que ahora me apetecería mucho comerme un buen melocotón de aquellos de antes, de los que tenían sabor a melocotón —no como los de ahora, que tienen sabor a todo menos a melocotón—, pero tengo mucha prisa, porque después de escribir el artículo tengo que hacer muchas cosas (tengo una vida muy guay, ¿sabéis?) y no tendré tiempo de hacerlas e iré a dormir tarde y entraré en una vorágine de estrés inacabable que…, eh!, espera, que me estoy convirtiendo en aquello que venía a denunciar en este artículo. Calma, poco a poco y con buena letra.

La gente hace trescientas actividades al día, además de las necesarias para sobrevivir, para no pensar

¿Dónde estaba? (porque, para los que no lo sepáis, una de las consecuencias del estrés es que pierdes la memoria) ¡Ah, sí, ya me acuerdo!, ¡hablaba de la prisa! No hace falta haber estudiado psicología, pero sí haberse analizado con un buen psicoanalista, para entender que hay mucha gente que hace trescientas actividades al día, además de las necesarias para sobrevivir, para NO PENSAR. La gente quiere tener prisa (aunque diga que “¡Ojalá tuviera más tiempo para descansar y hacer cosas con los míos!”) para no tener tiempo de pararse a pensar en sí misma y en quién es realmente. Es una constatación más obvia que que la lengua propia de Catalunya es el catalán. Si alguien realmente quisiera tener tiempo para no hacer nada, para embobarse, para mirar a las musarañas o para estar en la luna de Valencia, no haría trescientas —y me quedo corta— actividades al día. Así de sencillo.

¿Y por qué nos da tanto miedo, en general, hacernos preguntas, cuestionarnos y mirarnos al espejo —metafórico, obviamente, pero un poco literal, también, porque nuestras emociones se acaban inscribiendo en nuestro cuerpo y rostro— más de tres segundos? Ay, no, perdonad, es que aún soy muy inocente, seguro que tenéis mucha prisa y ya habréis saltado a la siguiente frase para no pensar ni profundizar mucho —o nada— en lo que estoy diciendo; que, hay que decir, es el quid de la felicidad. No hay persona más ciega que aquella que no quiere ver la realidad (¡porque no tiene tiempo, obviamente!). Y no hay nada que interese más al capitalismo y a la sociedad de consumo que que la gente vaya estresada y no tenga tiempo de pensar por qué consume por encima de sus posibilidades y por qué compra cosas totalmente innecesarias para su bienestar. Y ahora me voy corriendo que he quedado con un amigo para decirle que tengo prisa y que no podré quedarme mucho rato porque después tengo que ir a comprar y decirle, a la dependienta, que se dé prisa en atenderme porque si no llegaré tarde al otorrinolaringólogo…