Sorpresa: se frustra la ilusión del 1 de octubre y en Catalunya crecen partidos alternativos (yo no los llamaría antisistema, porque el independentismo ya lo era bastante) con la comprensible inercia de denunciar ese hecho y castigarlo. El mismo fenómeno sucede en España, donde todo el mundo sabe que VOX no empieza a crecer de verdad por el tema migratorio, sino por las cuotas de telediario que les proporcionó la acusación particular en solitario que ejercieron durante el juicio a los presos políticos. VOX crece de otro tipo de frustración, la frustración de saber que la independencia tuvo que impedirse por métodos ilegales o directamente por la fuerza. Crece del no gustarse, también. Tampoco. Eso significa que el régimen del 78, por un lado, no fue capaz en el año 2017 de articular una respuesta válida a las demandas catalanas; y, por otro lado, que tampoco es capaz de frenarlas desde el lado español (no si se quiere conservar a la vez una imagen de país democrático). Y si no hay un régimen que permita ninguna de las dos cosas, se desgarran un poco más las costuras. Cuando no hay camino intermedio, el agua siempre corre por los lados. Oh, sorpresa.
Sorpresa: se incumplen sistemáticamente los pactos firmados con Junts y con ERC referentes al autogobierno o la financiación, y se espera que la gente no se ponga nerviosa o se sienta, de nuevo, sin salida. Ya no hablamos solo de autogobierno, sino de unas condiciones socioeconómicas cada día más difíciles en las que existe la certeza de que el aumento de la riqueza estadística no se traslada en absoluto al grueso del bolsillo, y donde las ayudas públicas ya son objeto de disputa a garrotazo limpio. Una atmósfera así aconsejaría más que nunca rigor en el cumplimiento de los acuerdos, tanto los nacionales como los sociales, pero la frivolidad extrema de los socialistas (y su legendaria vocación de levantar camisas) hace que todo gire en torno a su sagrada permanencia en la silla (y la causa de Palestina). No solo se incumplen los acuerdos sino que, además, se establecen cordones sanitarios en ayuntamientos como el de Barcelona (a Trias sí le hicieron un verdadero cordón sanitario antiindependentista), o se vota el 155 junto al PP (suspendiendo el autogobierno y facilitando la represión). Y se pretende que la gente no busque otras salidas. Por radicales y extravagantes que sean. O cuanto más radicales y extravagantes, mejor. Oh, sorpresa.
Esta es, como ya nos muestran los medios descaradamente, la competencia más interesante de nuestro panorama político: la hegemonía independentista
Sorpresa: se pretende sumergir el nacionalismo/soberanismo catalán en la elección entre derechas e izquierdas, entre el fascismo y el Pacto de San Sebastián, y se olvida que hay una gran masa de gente que no cree en un bando ni en el otro (como ya sucedía en la Guerra Civil). Gente que solo quiere aferrarse al bando identitario, en efecto, el de “Catalunya primero”, en efecto, el de “¿Monarquía? ¿República? ¡Catalunya!” que encarnan formaciones como Junts (bando ordenado) y Aliança Catalana (bando más tóxico) porque es que no pueden hacer otra cosa. Porque no son otra cosa: partidos, principalmente, de identidad. Como el PNV, como el SNP. Cada uno con su estilo, claro está, y sus prioridades, y su apuesta mayor o menor por el ruido. Más que extrema derecha, Aliança parece el partido de extrema Catalunya (con todas las toxinas que, sin duda, eso incluye). Esta es, como ya nos muestran los medios descaradamente, la competencia más interesante de nuestro panorama político: la hegemonía independentista. Con muchas variables aún por resolver. En todo caso, la aparición de esta nueva competencia, dada la falta de viabilidad actual de las otras vías planteadas, no debería sorprender a nadie. Podría haber tomado otras formas (todavía recuerdo aquellos matrimonios en los que Josep Maria votaba Junts y Maria Teresa votaba la CUP), pero ahora mismo ha tomado esta. Veremos cuánto dura, pero ahora es la que mejor surfea los signos de alma trumpista de los tiempos, un alma que ya mucha gente (incluso varios articulistas independentistas) tenía poco disimulada y que ahora van dejando ver sin pudor. Pero, sobre todo, es la que mejor surfea por los márgenes de lo de siempre. Oh, sorpresa.
Sorpresa: desde hace más de 300 años pasamos de períodos de paz tensa a revueltas catalanas recurrentes, y posteriormente a represión, volviendo después a encajes imposibles o a incumplimientos flagrantes (léase el libro de Aleix Sarri, que nos remonta hasta las traiciones de Caspe). Y sabiendo todo esto no se puede esperar que no se imponga la vaca de la mala leche, como ya se impuso hace ocho años con la famosa “desafección” vaticinada por Montilla (si bien entonces la reacción fue multitudinaria, cívica, ordenada e incluso vencedora de un referéndum). Veremos cómo acaba todo esto, pero la buena noticia, dentro de los peligros evidentes, es que este cadáver está muy vivo. Ha caído un rayo. Como mínimo, veamos si alguien se despierta