El president Aragonès parece tener más paciencia que el santo Job con su vicepresident. Suficiente como para no haberlo llamado a capítulo —al menos no públicamente—. El vicepresident parece reivindicarse como el conseller díscolo. Siempre que puede, dedo en el ojo a las colegas del Consell Executiu. Es su faceta más destacada, la que parece ejercer con más entusiasmo. A discreción. Es de tuit fácil.
La frivolidad y la impostura no tendrían que ser nunca virtudes. Puigneró maniobra por Madrid tanto como puede. Bajo mano. Es comprensible. Él mismo o sus subordinados. De mostrador en mostrador. Eso sí, sin luz ni taquígrafos. En Madrid intenta conseguir pienso. En Catalunya hace ondear la estelada con furia y enseña la bandera negra de Santa Eulàlia.
Una actitud estética que contrasta con la inequívoca voluntad de multiplicar los acuerdos con el PSC en las próximas elecciones municipales. Illa se frota las manos y en privado se muestra complacido, porque siente que la estrategia republicana para asaltar sus feudos chocará con una férrea complicidad. Incluida Barcelona. De hecho, Barcelona sobre todo. Si los concejales juntaires cuentan será para afianzar a Collboni, o al propio Illa si en el último momento se consumara el relevo.
¿Qué hace Puigneró en este Govern? Si tan a disgusto se siente, si sus socios en el Govern son tan poca cosa y tan poco dignos a la Patria, ¿qué hace él agarrado a la silla?
Quien sí que le recordó al vicepresident (de facto, de Waterloo) que ya bastaba de tanto teatro, fue la republicana Marta Rovira, publicando unos datos demoledores que evidencian la magnitud de la farsa del #nosurrender que tiene en Cuevillas y Borràs su expresión más hilarante. La sublimación de la comedia. Rovira se quedó corta. El Partido del Tuit ha votado con el PSOE en el 63,5 por ciento de las ocasiones y se ha abstenido en un 23 por ciento. Excepcional. Puigneró exigía encendido, a los republicanos, hacer perder votaciones al Gobierno del PSOE y Unidas Podemos. Vistas las cifras, el cinismo es superlativo.
La actitud de pavo también es difícil de interpretar. Ahora no nos preguntaremos qué partido ha empatado el vicepresident para ir aleccionando a diestro y siniestro, ni qué currículum confrontado tiene después de 30 años de cargo en cargo. El balance sería —todo sea dicho con el máximo respeto en el mejor de los casos— el de un hombre de orden convencional.
Una segunda incógnita, no menor, es preguntarse ¿qué hace Puigneró en este Govern? Si tan a disgusto se siente, si sus socios en el Govern son tan poca cosa y tan poco dignos a la Patria, ¿qué hace él agarrado a la silla? Porque no será que lo hayamos visto poniéndose manos a la obra con Rodalies o la AP-7.
Dicen que el santo Job tenía una paciencia casi infinita. Pero sólo casi. Incluso el presidente más paciente un día deja de serlo. Y sería profundamente injusto que pagaran justos por pecadores. Porque hay consellers y conselleres, azules y amarillos, que están en Govern enfundados en el hábito benedictino del ora et labora.
PD.: Lo mejor de todo es que si algún día la nueva dirección juntaire cumpliera la promesa de someter a votación la continuidad del Govern, Puigneró sería el primero en defender que, como en la Diputación, con la comida no se juega.