El Rey, another one, ha vuelto. Felipe VI fue el encargado de entronizar el ya célebre "¡A por ellos!". El 3 de octubre fue Él, y sobre todo Él, el último baluarte de la restauración monárquica del 78. Felipe VI del Reino de España encarna el resurgimiento del aparato del estado ochocentista, de la putrefacción latente, que durante un lapsus de tiempo estuvo confinado en la cueva. Durante unos años, a lo largo de los años ochenta y parte de los noventa, el Estado forjado a golpe de estado militar, sanguinario, estuvo en letargia. Aquel esqueleto estatal, la esencia del Reino, heredado de los gobiernos militares del siglo XIX y esculpido a sangre y fuego por las dictaduras criminales de Primo de Rivera y Francisco Franco, pasó unos años de ostracismo. La lucha contra ETA y el anticatalanismo latente como sustrato social de una parte sustancial de la identidad española permitieron abrir, de par en par, la jaula de oro en la que se habían refugiado las familias de fascistas y franquistas de vieja estirpe y recuperar el discurso desacomplejado de una derecha que en España siempre ha sido extrema y que rivaliza y a menudo se confunde con la extrema derecha pura y dura, xenófoba y racista, que hoy representa Vox.

Entre Ciudadanos y Vox, entre Ciudadanos y el PP, el matiz es tan minúsculo que a menudo cuesta encontrar ninguna diferencia de fondo. Están cortados por el mismo patrón. Son los protagonistas del Holocausto español de Paul Preston, del asesinato salvaje de miles de personas, de decenas de miles en la retaguardia porque sencillamente eran obreros o jornaleros con sed de justicia y hambre (muy a menudo y literalmente muertos de hambre) de libertad. Y ya los tenemos aquí, nuevamente desacomplejados, los herederos sociológicos del franquismo y de la dialéctica de los puños y las pistolas de Primo de Rivera. Al menos, en aquella España carpetovetónica, había una izquierda que plantaba cara. El PSOE de hoy, en cambio, es de un acomplejamiento tan notable ante la derecha casposa, hija de la casta dictatorial, que es incapaz de formular un discurso de fondo al nacionalismo de estado que representan Ciudadanos y el PP, ahora empujados por los fanáticos de Vox blandiendo la bandera española y las esencias patrias con más energía que nadie.

Felipe VI del Reino de España encarna el resurgimiento del aparato del estado ochocentista, de la putrefacción latente, que durante un lapsus de tiempo estuvo confinado en la cueva

Las penas que ha solicitado la Fiscalía General del Estado responden nuevamente a la presión que ha ejercido la monarquía como cúspide del aparato de un estado reaccionario que exige un escarmiento ejemplar para satisfacer un nacionalismo español desvergonzado que impregna buena parte de la sociedad, un nacionalismo cada vez más envuelto con la bandera franquista para tapar todas sus miserias y corruptelas infinitas. El Rey, empujado por Ciudadanos ante un PP noqueado, determinó la reacción del Estado la noche del 3 de octubre. Y ha sido nuevamente el Rey quien ha impuesto su tesis de mano dura reinterpretando una Constitución que hoy tiene en sus máximos opositores de origen a sus más feroces defensores. La paradoja coge carta de naturaleza en un texto pactado entre violadores y violados, blanqueando toda la estructura represiva de 40 años de adoctrinamiento masivo, de represión y autarquía y de impunidad absoluta.

También fue un rey quien abrió la puerta a la dictadura de Primo de Rivera, el tatarabuelo de Felipe VI, saciado de fe patriótica y enarbolando un furioso discurso anticatalán. Y fue un rey, el nieto de aquel, que volvió como jefe de estado de la mano del general Franco. Pero la vida es cíclica y la historia se repite, para mal y para bien. Haríamos bien en no olvidar que aquel dictador de 1925 acabó cayendo y que aquel rey que lo apadrinaba se tuvo que largar, huyendo con la cola entre las piernas, en la eclosión del periodo de más libertad y fraternidad que había conocido el siglo XX.