Si una estrategia ha tomado Joan Laporta que tiene sentido y recorrido es su alianza de facto con Florentino Pérez. Son los dos grandes clubs de la liga española y comparten suntuosos intereses económicos y deportivos.

Cuando Laporta toma partido al lado de Florentino por la Superliga lo hace dibujando un futuro que a los catalanes nos tendría que interesar, como país, más que a nadie. Y, sin querer ofender, no hay que decir que entre jugar en una liga con la flor y nata del fútbol europeo cada fin de semana o en estadios tan apasionados de espíritu como modestos de chaleco (incluidos los hipotéticos catalanes) no hay color. Que hoy por hoy esta liga todavía no sea viable no quiere decir que en un futuro no se acabe imponiendo, por estricto sentido del espectáculo y del negocio, como lo hizo la Copa de Europa ideada por Santiago Bernabéu que desbancó otras competiciones. El error mayúsculo en 1955 fue ponerse de culo desde un comienzo a la flamante nueva competición para acabar entrando por la puerta de atrás, agobiados ante el repóquer de copas de Europa blancas que no fueron un mérito de Franco sino un error garrafal de aquella junta directiva que presidía el empresario textil Francesc Miró-Sans con jugadores como el mítico Kubala.

Si algo evidencian los audios de Florentino Pérez -más allá de que nadie aguantaría un escrutinio así- es que no se casa con nadie y que no quiere aguantar las impertinencias de unos jugadores que muy a menudo (con contadas excepciones) son unos millonarios consentidos sin cerebro, egoístas y con ninguna empatía que no sea su cuenta corriente.

Si Bartomeu (o tantos otros) hubiera tenido la misma actitud con la plantilla azulgrana que el presidente blanco, ahora no habría un Barça mediocre hecho a medida de un veterano que ya no está ni de un Club que solo puede fichar a jugadores si llegan regalados y sin humos, que todo dicho sea de paso quizás es lo mejor de esta crisis de resultados y quiebra económica.

Los aficionados están hoy predispuestos como nunca a la paciencia y a aceptar que en este Club, hoy, no se le puede pedir la luna

El Barça, con una plantilla onerosa como ninguna otra, ha visto cómo teniendo el mejor jugador en el campo batiendo registros goleadores hacía el ridículo los últimos cinco años en la Champions mientras el Madrid de Florentino ganaba tres champions seguidas, ¡tres!, un hito histórico que ni remotamente ha acariciado el Barça. Los títulos individuales como pichichis o mejor jugador podían recaer en un jugador azulgrana mientras los colectivos, los de Club, los de entidad, los que se exhiben ufanos y pasan a la historia, están en las vitrinas blancas. Y no hay paliativo posible ni consuelo que no sea de bobos fetichistas que se conforman con platos de segunda.

Sí, también hace bien Laporta de la mano de Florentino o incluso a rebufo. No hay que inmolarse. Parapetado tras el Rey blanco mientras este abre camino y se araña, como con la Superliga. Pero si alguna cosa tiene que aprender Laporta de Florentino es a sacar rendimiento de los jugadores, a calibrar cuando es hora de prescindir de ellos o pararles los pies en seco. Sin ningún tipo de duda. El Club y su grandeza por encima de cualquier jugador, los millones en el campo pero con juicio y orden y haciendo prevalecer una ecuación de rendimiento deportivo y coste económico.

Y eso pide una Junta seria y eficiente, no aquel grupo saltando sin ningún sentido institucional celebrando la contundente victoria electoral. El único que mantenía las buenas formas aquella noche fue Jaume Giró, tanto porque es un señor con sentido del ridículo como porque era consciente del estado de las arcas. Y precisamente Giró es el único que ya no está. Él, que tiene una buena relación personal con Florentino, era precisamente uno de los que habría contribuido a no hacer el indio ni ninguna temeridad, a no gastar más de lo que se tiene, a arreglar la confusión.

Laporta puede ser un buen presidente. Mantiene el aura que lo catapultó a la presidencia. Cierto que no tiene el crédito de Florentino (por títulos recientes y control del Club) pero el barcelonismo las dificultades del Barça las tiene tan interiorizadas que pueden ser más una oportunidad que no una losa, siempre que controle tanto a los que saltaban como forofos del Liverpool en una taberna junto a Anfield Road como a una plantilla consentida y alimentada por un entorno que ha favorecido el descontrol financiero, el ego y la avaricia.

Los aficionados están hoy predispuestos como nunca a la paciencia y a aceptar que a este Club, hoy, no se le puede pedir la luna. Hay siete de títulos, nostalgia por un pasado glorioso que todavía está tan vivo. Pero no urgencias históricas sangrantes.