"Dame un porqué y te encontraré a uno cómo", parece que dijo Nietzsche. Bien cierto, hacer girar los debates sobre el cómo, sin saber el porqué, es perder el tiempo y errar, no ya en el objetivo que no existiría, sino en el propio cómo. Creo que en relación con la educación estamos instalados en esta situación. El problema no es saber cuántos docentes tiene que haber en el aula o cómo se enseña (cosa diferente es pedir resultados); ni si se tienen que usar más o menos las tecnologías de la información y la comunicación, léase móviles y otros; ni si las calificaciones deben tener esta o aquella terminología; o si la enseñanza debe ser por proyectos o por materias; y así una infinidad de debates interesantes únicamente si se tiene claro qué se quiere conseguir con la educación. Hay que preguntarnos por el porqué, por el sentido de la educación.

Hay quien dice que el objetivo de la educación debería ser conseguir que cada persona pueda vivir su vida con criterio propio, lo cual, sin embargo, solo se alcanza, paradójicamente, a través del criterio de los demás. Particularmente no me desagrada nada esta propuesta. Habría que profundizarla mucho más, pero con el barniz que permiten estas breves líneas, se podría resumir con aquello que parece que dijo Newton: "somos enanos a hombros de gigantes".

Hay que preguntarnos por el porqué, por el sentido de la educación

Los que ya tenemos una cierta juventud acumulada hemos tenido profesores-maestros que nos han hecho admirar lo que nos enseñaban. No buscaban la admiración hacia ellos, sino hacia aquello que enseñaban. Eran portadores de algo que los trascendía. Los de mi generación, creo que, modestamente, también, lo hemos pretendido. No se trata de repetir una tradición, sino de usar esta tradición para mirar más allá. Los hombros de los gigantes nos permiten mirar más allá. Mirarse el ombligo, que es lo que se consigue solo buscando pasárselo bien, es no ver nada más allá, ni más aquí. Admirar quiere decir mirar hacia fuera. El profesor-maestro nos tiene que empujar a mirar más allá de nosotros mismos, proponiéndonos algo que por su mismo contenido nos atraiga. La admiración es la chispa del amor. A muchos nos ha llenado la vida este amor. No estaría nada mal que la educación sirviera para promover el amor hacia el conocimiento. Los profesores-maestros aman lo que enseñan y transmiten este amor. Sea a la hora de enseñar a leer y escribir, o de hacer sumas y restos, o a la hora de explicar las leyes de la termodinámica o la teoría del conocimiento de Kant. Entonces, y solo entonces, este amor será útil para proponer procedimientos y competencias, sabrá encontrar el camino como el agua sabe encontrarlo cuando parece que no lo hay.

Además, todo eso debe ser conjugado con la diversidad de capacidades y necesidades de cada uno de los niños y jóvenes. Si la educación tiene también la finalidad política de distribuir la ciudadanía en responsabilidades futuras, eso no lo puede hacer sacrificando a nadie por sus capacidades diversas. Esta dimensión inclusiva de la educación se debe hacer con el objetivo de emanciparnos desde la diversidad. Todo el mundo está desde su diferencia. El buen profesor-maestro sabe sacar lo mejor de la diferencia de cada uno.

De la teoría de "la letra con sangre entra" a la teoría de "hace falta aprender jugando y pasándoselo bien", hay mucho recorrido. Pero me da miedo que en lugar de saber encontrar el punto de sabiduría, nos pase aquello que nos predecía Bauman cuando le preguntaron si la historia tiene un movimiento pendular entre el sólido y el líquido y respondió que todavía hay otro estado de la materia, el gaseoso. Entonces, hurgaríamos más sobre el cómo sin saber el porqué. Este es un mal de la modernidad occidental y no solo del país. Como país tenemos que superar la herida al amor propio de los malos resultados para mirar incluso más allá de los límites de nuestra civilización y contribuir a su progreso. Finlandia, por ejemplo, entre muchas otras razones por las cuales brillaba y brilla en el ámbito educativo es porque tiene una idea muy clara de la importancia de la educación: quizás no podrán vencer en fuerza, pero sí en preparación. Hay que encontrar sentido a la educación.

La educación debe servir para promover a los ciudadanos en el ascensor social; debe servir, también, para garantizar que todo el mundo queda incorporado al conjunto social, sean cuales sean sus capacidades y nadie queda excluido por no haber alcanzado determinados contenidos; pero, también, debe servir para hacernos partícipes a cada uno de un conjunto que va más allá de nosotros mismos y gracias al cual podemos ser libremente e individualmente llevando a la comunidad más allá. Como dice la máxima budista, "para evitar que una gota de agua se seque, la única opción es ponerla junto con las demás gotas que forman el mar".

Josep Maria Forné 

Profesor de filosofía