Dos movimientos, que no por repentinos dejan de tener especial trascendencia, han marcado significativamente el comienzo del nuevo curso político en JxCat: la reunión entre Salvador Illa y Carles Puigdemont, por un lado, y la salida del partido de Jaume Giró, por otro. Y es que resulta que precisamente la confluencia de ambos, el hecho de que se hayan producido uno tras otro, es el reflejo fiel del momento en que se encuentra la formación heredera de CiU y lo que permite analizarlo en clave de presente y de futuro.

 El actual presidente de la Generalitat, el 133º, ha tenido la virtud de rehabilitar políticamente primero a Jordi Pujol, al incluirlo con total normalidad en la tanda de entrevistas con sus predecesores que mantuvo cuando asumió el cargo, y ahora a Carles Puigdemont, casi un año después, al cerrar la ronda con el encuentro que tuvo lugar en Bruselas hoy hace una semana. No hace falta decir que el líder del PSC no ha procedido de esta manera para hacer un favor a los adversarios políticos, sino en beneficio propio, y que básicamente en el caso del líder de JxCat ha actuado con plena coordinación con Pedro Sánchez —no le hacía falta haber recibido ninguna instrucción expresa cuando coincidieron de vacaciones en Lanzarote porque siempre ha sabido perfectamente qué tenía que hacer—, que necesita tenerlo contento para poder agotar la legislatura.

En buena lógica, ambos le habrían tenido que agradecer el gesto. Jordi Pujol, de hecho, lo hizo entre sus círculos más estrechos, pero no así Carles Puigdemont, que incluso en público lo ha medio desdeñado, como si no supiera que la pretendida normalidad en la que quieren encasillarlo con esta acción es el resultado de haber pactado con el PSOE en España y de aceptar el marco de su terreno de juego. Es obvio, aun así, que se trata de casos muy diferentes, porque uno está retirado de todo y el otro sigue plenamente activo. Y este es justamente el principal hándicap de JxCat. Toda la acción del partido gira en torno a la figura del 130º presidente de la Generalitat y la principal prioridad, convertida en obsesión, es conseguir que se le aplique de una vez la amnistía, algo que desde el punto de vista humano es perfectamente comprensible y que dentro del soberanismo nadie cuestiona, pero que políticamente lo condiciona y lo lastra todo. Esto hace que mucha gente perciba a JxCat, más allá del abandono tácito de la vía independentista, como una fuerza alejada de sus necesidades y no la vea como alternativa al actual monopolio del PSC en las principales instituciones de Catalunya.

Una situación que en parte es consecuencia de la misma renuncia de JxCat a ocupar espacios de poder, primero saliendo del gobierno catalán en 2022 y después descartando que Xavier Trias compartiera la alcaldía de Barcelona con Jaume Collboni —uno, tres años, y el otro, uno— en 2023, por ejemplo. Un partido de gobierno no puede dejar escapar la oportunidad de tener en las manos parcelas de poder por pequeñas que sean, porque es la manera de presentar a la ciudadanía su proyecto político, que de lo contrario pasa tan desapercibido que la gente, cuando llega la hora de la verdad en las urnas, es incapaz de identificarlo. De hecho, que a estas alturas todavía tenga que continuar con la táctica de los tours por Catalunya para explicarse es la muestra de que quizás algo no debe estar haciendo bien y de que, en la práctica, ha dilapidado el legado de CiU. En la misma línea, negarse sistemáticamente a colaborar con un PSC al que cada día hacen falta apoyos externos en el Parlament para mantener la presidencia de la Generalitat le impide condicionar y dejar su huella en determinadas políticas en beneficio de los Comuns o de ERC y no le hace aparecer precisamente como una formación responsable. No solo no aprovecha la debilidad del PSC en beneficio propio, sino que con su actitud en realidad contribuye a fortalecerlo.

Se priorizan los intereses de partido por encima de los del país

La estrategia de JxCat es ignorar a Salvador Illa, pero a Pedro Sánchez, en cambio, dejárselo pasar todo. Y, si no, cómo se explica que, a pesar de las amenazas constantes de hacerle caer, pero que se quedan siempre en palabras y basta, hayan pasado casi dos años desde su investidura y haya llegado prácticamente a la mitad del mandato sin haber cumplido ni una sola de las promesas acordadas. En lo único que ha estado a la altura es en la aprobación de la ley de amnistía y en la solicitud de la oficialidad del catalán en la Unión Europea (UE), que son curiosamente las medidas cuya aplicación no depende del Gobierno, sino de actores externos como la justicia española en un caso y veintiséis países europeos en el otro. Por tanto, JxCat ya puede insistir tanto como quiera, que el líder del PSOE se lava las manos y que, en el caso concreto de la amnistía, los jueces españoles le harán sufrir aún más de lo que lo están haciendo, y más visto que la justicia europea, con según qué posicionamientos —el posible aval a la retirada de la inmunidad como diputado europeo que sufrió en su día es el último caso conocido—, les puede acabar yendo a favor.

Si a todo ello se añade que JxCat es un partido desdibujado ideológicamente, en el que conviven sensibilidades en algunos casos completamente antagónicas y que muchas veces no se sabe exactamente de qué pie calza, no es extraño que figuras como Jaume Giró hayan decidido abandonarlo. Y además lo ha hecho con un sonoro portazo, sin morderse la lengua, por "discrepancias con el partido", porque "las orientaciones actuales no coinciden con mi manera de entender la situación que vive Catalunya ni con la política que creo que conviene y necesita el país", escribió el jueves en el comunicado que anunciaba que se iba. "Catalunya vive hoy, por varias razones, en una encrucijada decisiva y la política es, demasiado a menudo, excesivamente táctica", se quejaba, y denunciaba que "se priorizan los intereses de partido por encima de los del país, y eso dificulta la colaboración entre las fuerzas principales y, de paso, el bienestar y el progreso del país", en un claro mensaje que tenía como principal destinatario a Carles Puigdemont.

Jaume Giró era, probablemente, el último bastión del pragmatismo que le quedaba a JxCat tras los pasos al lado de otros personajes encuadrados en este sector como Artur Mas o Xavier Trias. De acuerdo con ello, defendió enconadamente, siendo entonces conseller de Economia, la continuidad en el gobierno que presidía Pere Aragonès y, al perder la apuesta, a partir de ese momento fue arrinconado dentro del partido. Es, en todo caso y después de una larga carrera profesional en el entorno de laCaixa, una de esas personas que no necesita de la política para vivir, que tan pocas hay en Catalunya entre las que se dedican a ella. Es por ello que su salida de JxCat y la retirada de la política activa, que aun así él mismo deja la puerta abierta a que no sea definitiva, pone aún más en evidencia a los que se aferran al cargo y no lo sueltan a pesar de las señales que les llegan desde todos lados. Los que se van, los que se quedan y los que no hay forma de que se marchen.