Vale la pena escuchar la reciente y amable entrevista (casi cercana al masaje) que Josep Cuní hizo al president Salvador Illa en la radio nacional de los enemigos. Más allá del contenido —una previsible defensa de la obra del Gobierno Sánchez y de cómo el PSOE ha capeado la corrupción, en supuesto contraste con la del PP—, sorprende, y así se lo hace notar el propio entrevistador, la contundencia del Muy Honorable en sus respuestas. Más que la tonalidad, que, en efecto, sube unos decibelios si se compara con el habitual adagio sostenuto del president, uno no puede dejar de fijarse en la cadencia del habla; concretamente, en cómo Illa termina las frases con una pose conclusiva de seriedad que obliga a su interlocutor a permanecer en silencio, una quietud a la que el entrevistado acaba reaccionando con una leve sonrisa. Miradla, os lo recomiendo, y veréis cómo el president os recuerda notoriamente a un tal Jordi Pujol.
Que Illa se haya erigido en el principal valedor de Pedro Sánchez no resulta una novedad; durante las primarias en las que el líder del PSOE se enfrentó a Susana Díaz —ventrílocua de Felipe y Zapatero, en aquellos momentos— el PSC fue de las pocas islas que apoyaron al candidato outsider. Sánchez premió la fidelidad haciendo ministro a Miquel Iceta y enviándolo después a un cargo de aquellos que nadie sabe de qué pollas va, consistente en vivir de puta madre en París; tiempo después, el premiado fue Illa, líder de un ministerio sin competencias (urdido como trona para asaltar la Generalitat) que solo ganó relieve gracias a los regalitos víricos de Wuhan. El capitán del PSOE ha continuado premiando al socialismo catalán con la reciente feminización del partido (es notorio que las mujeres, pese a ser poderosas, tienden poco al latrocinio), erigiendo a la leridana Montse Mínguez como portavoz jefe.
Paralelamente a todo esto, Sánchez ya mostró su predilección por el virrey que tiene en Catalunya convocándolo a la Moncloa justo cuando estalló la predisposición comisionista de Santos Cerdán, en una reunión de tres horas de la que el Muy Honorable todavía no ha explicado ni el tipo de cafelito que se tomó allí. Todo ello, esta evolución pone de manifiesto como —a pesar de gobernar en minoría en el Parlament— el PSC quizás se está habituando a uno de sus períodos históricos con más acumulación de poder. Esto puede verse en las sesiones de control en la cámara catalana, que el president salva de una forma bastante torera, ayudado por la incompetencia de los otros portavoces con la excepción de Alejandro Fernández —que resiste el ostracismo de su partido con alusiones bastante delirantes al "Chili"; el señor de las mascarillas defectuosas, no la fruta picante— y de los discursos barrocos y autorreferenciales de Sílvia Orriols.
La supervivencia de Sánchez también puede servir al president para ayudar a la procesización de España
A un nivel puramente interesado, Illa ha asumido la misión de salvar al capitán Sánchez porque este es un hito esencial para que sus socios de Gobierno no acaben de hundirse en el contexto de unas elecciones con presumible auge de la derecha. Pero, si hilamos más fino, y de ahí el interés que citaba antes, la supervivencia de Sánchez también puede servir al president para ayudar a la procesización de España. Hablando con Cuní con referencia a la arenga de Aznar en el congreso del PP de Madrit, el Muy Honorable se escandalizaba de que “poner el contador a cero” implique “querer enviar a prisión a quienes no piensan como tú”; a su vez, en un gesto hasta ahora inaudito, Illa incluso se dirigió a la audiencia en catalán, apelando a las canciones de Serrat y a los versos de Espriu, para contrarrestar las acusaciones de provincianismo de Isabel Díaz Ayuso.
Siguiendo con el tema de la procesización del Estado, Enric Vila acertaba ayer mismo de lleno escribiendo que Sánchez ha entendido que el PP puede representar para España lo mismo que el artículo 155 comportó a Catalunya. Dicho de otra forma, Sánchez querría acabar federalizando España por agotamiento de la misma forma que Mas adoptó el independentismo de manera forzosa pero con una intención gemela. El lector dirá que esta es una apuesta muy cínica, sabiendo que el PSOE se puso de perfil cuando se anuló la autonomía en Catalunya y durante los guantazos del 1-O. Pero la política siempre se hace desde el presente, y ahora las alternativas son el involucionismo o una descentralización del poder madrileño iniciado desde la Moncloa con la colaboración de Puigdemont y Junqueras. Si Sánchez naufraga, quizás sería la última víctima del procés; pese a quien pese, esto también acabaría de enterrar el procesismo.
Esto explica, entre otras muchas cosas, el ataque de silencio que han experimentado los políticos catalanes en las últimas semanas. Sepulcral, como mínimo. O quién sabe si salvador.