La abuelita indepe del 4º 2ª, que vive en Cornellà (de Llobregat), tiembla. Si España fuera un país serio, quienes llevan sus riendas estarían preocupados. El pulmón político y financiero del país, es decir, Madrid y su área metropolitana, el quilómetro cero de la España radial, está a punto de estallar. La bomba vírica, la Covid, se ha activado de nuevo —la nueva (a)normalidad, estaba cantada— y el nivel de contagios amenaza con un fantasmagórico regreso a los peores días de la siniestra primavera de la pandemia. Madrid está sanitariamente y políticamente fuera de control. La prueba es que Salvador Illa se ha despeinado. He ahí la clave de lo que pasa: el pelo (ligeramente) alborotado del último ministro serio que queda en el gobierno de España. Si España fuera un país serio, la señora Isabel Díaz Ayuso, la Dolorosa, esa especie de Juana de Arco patosa de la derecha extrema, no sería presidenta de la Comunidad de Madrid. Pero España no es un país serio y Madrid, hoy, más que nunca, con sus politicastros y politicastras y el virus infestándolo todo, es una metáfora de España.

Si España fuera un país serio, el jefe del Estado, el Rey, no se pasaría la Constitución por el arco del triunfo. Reza el artículo 56.1 de la misma: “El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones, asume la más alta representación del Estado español en las relaciones internacionales, especialmente con las naciones de su comunidad histórica, y ejerce las funciones que le atribuyen expresamente la Constitución y las leyes”. El 1 de octubre del 2017, se celebró en Catalunya un referéndum de autodeterminación-protesta, ilegal en tanto que unilateral —según el ordenamiento jurídico español vigente—. Pero la convocatoria ilegal de referéndums fue despenalizada con la reforma Zapatero del Código Penal en 2005. Por eso, algunos de los consellers de aquel Govern que hoy están en la cárcel o en el exilio estaban aquellos días convencidos de que la respuesta del Estado al 1-O distaría mucho de la que ha sido. No podían equivocarse más: olvidaron que España no es un país serio. Felipe VI, necesitado de la fantasía de un nuevo 23-F para legitimar su renqueante reinado y reconducir la crisis de la Monarquía, amparó la represión desatada por la policía el 1-O con su discurso del 3 de octubre, en el que, a la práctica, situó fuera de la ley al Govern y a la mitad de los catalanes. Eso sí, el Rey se aseguró, de paso, importantes fidelidades por lo que pudiera suceder. 

Felipe VI politiquea muy mal, erigido en soberano a la antigua, desatado como un Felipe V cualquiera asediando —y sentenciando— a los díscolos 'súbditos' catalanes

Aquel 3 de octubre del 2017, centenares de miles de personas habían paralizado Catalunya. Aún hoy, muchos independentistas creen que ese fue el auténtico momentum para declarar la independencia ante el mundo. El caso es que muchos se manifestaron, simplemente, porque la policía española había golpeado a la abuelita indepe del 4º 2ª sin ascensor que vive en Cornellà (de Llobregat) cuando fue a votar. Aquella noche, el president Carles Puigdemont —el relato de aquellas horas figura en su libro M’explico. De la investidura a l’exili (La Campana)— recibió un whatsap de un político español tras oír el discurso real: “El rey acaba de perder la Corona”. De perdidos al río, el hijo de Juan Carlos I, ese hombre que marchó al exilio como su abuelo, Alfonso XIII, pero sin necesidad de que se proclamara lo que Felipe González llama la “republiqueta plurinacional” de Pablo Iglesias, se ha puesto ahora de parte de la cúpula judicial y la derecha extrema contra el gobierno PSOE-Podemos. Si España fuera un país serio, no tendría al frente del Estado un rey de parte, que ni arbitra ni modera sino que conspira, divide, enfrenta y castiga. Y además lo hace fatal: Felipe VI politiquea muy mal, erigido en soberano a la antigua, desatado como un Felipe V cualquiera asediando —y sentenciando— a los díscolos súbditos catalanes. 

Si España fuera un país serio, el Tribunal Supremo fallaría en contra de la inhabilitación del president Quim Torra, por haberse negado a retirar una pancarta política del balcón del Palau de la Generalitat. Pero ese tribunal está presidido por el mismo juez que el viernes, en Barcelona, acusó al gobierno de Pedro Sánchez de poco menos que de haber secuestrado al Rey al impedirle acudir, según parece, al acto de la Escuela Judicial en Barcelona. Y Felipe VI le dio la razón. Incluso Puigdemont y su Govern tenían fe, aquella noche del 3 de octubre del 2017, en el discurso del Rey: “¡Tan fácil que lo tenía! Si hubiera sido inteligente, habría hecho un discurso que nos habría obligado a dialogar”, relata el president exiliado en su libro.

En el fondo, España depende de su relación con Catalunya para disimular su condición de Estado fallido, no en lo económico, sino como proyecto nacional

La abuelita indepe del 4º 2ª sin ascensor que vive en Cornellà (de Llobregat) y que es de un pueblo de Cuenca que el maldito coronavirus está volviendo a poblar con gente que huye de las ciudades, hace tiempo que perdió la fe en España. También sabe que España, en el fondo, tiene mucha suerte: con los indepes catalanes y los catalanes en general, la ha tenido y la tiene toda, o casi. En el fondo, España depende de su relación con Catalunya para disimular su condición de Estado fallido, no en lo económico, sino en lo cultural-simbólico, como proyecto nacional. Y así flota, a la deriva, en su travesía hacia ninguna parte. Incluso en medio de una crisis política e institucional, además de la sanitaria, tan grave como la actual. Pero cuidado, capitán. Al final, puede que España se hunda sola. Al final puede que no quede para salvarla ni la abuelita indepe del 4º 2ª sin ascensor que vive en Cornellà (de Llobregat)...