El problema que Aliança Catalana tendrá para entrar con buen pie en Barcelona es que la capital de Catalunya es la única ciudad de tradición democrática que los americanos no liberaron después de la Segunda Guerra Mundial. Los alemanes han pasado por Guernica otra vez a pedir perdón por los bombardeos que inspiraron la famosa obra de Picasso. Lo han hecho la misma semana que conocíamos los datos de la minorización del catalán, y nadie ha establecido ninguna relación política. Es curioso. No he visto a nadie que recordara la marcadísima catalanidad barcelonesa de Picasso o que hablara de nuestro Guernica lingüístico.
Si los alemanes se hubieran quedado en París, como los partidarios de Hitler se quedaron en Barcelona, ya veríamos cuál sería hoy la lengua de la capital de Francia. Barcelona es el epicentro de todas las hipocresías europeas, y es una temeridad creer que bastará con un nombre famoso y el tirón de Sílvia Orriols para cambiar las cosas. En el Círculo Ecuestre, Enrique Lacalle ha hecho poner por primera vez en cincuenta años de democracia dos diarios en catalán para que los socios que aún no han perdido la lengua puedan practicarla. Da igual que la mayor parte de los mártires de la guerra con placa en la institución sean del país —en muchos casos catalanistas de la Lliga refugiados en Burgos. La lengua del dinero barcelonés es el último tabú de la España franquista.
En Barcelona, pues, hace falta un alcaldable que sienta profundamente la destrucción de la ciudad, que la sienta tan visceralmente como Orriols sintió la de Ripoll después de los atentados de La Rambla. La financiación de la campaña, el prestigio del candidato y todos estos detalles de marketing forman parte de las mismas preocupaciones hipócritas que llevan a hablar de la situación del catalán con gráficas y porcentajes. Se habla del retroceso de la lengua como si fuera un dato meteorológico, como si no tuviera nada que ver con la política. Supongo que pasa por el mismo motivo que los partidos exageran su idealismo y su ideología: por el miedo que nos da la historia y por los hábitos adquiridos en la marginación.
Barcelona necesita un alcaldable que sepa hablar al mundo como catalán, que haga entender a los alemanes que Europa no tendrá una España estable, ni un flanco mediterráneo que funcione, mientras los catalanes tengan que luchar por existir. Necesita un candidato que recuerde a los barceloneses que todas las piedras que admiran los turistas las hicieron catalanes que hablaban el idioma del país y que no es casualidad que la ciudad parezca estancada en los tiempos de Picasso y de Gaudí. El partido de Orriols busca financiación y un candidato famoso, pero debe encontrar a alguien que conecte con el alma de la ciudad, que sepa hacer entender que, hasta ahora, Barcelona solo ha prosperado cuando ha podido aprovechar los intervalos de libertad que dejaban las crisis españolas.
El discurso sobre el islam, que funciona en Ripoll para defender las raíces carolingias de Catalunya, no funcionará si se traduce literalmente en Barcelona
Barcelona puede convertirse en una ratonera si Aliança Catalana entra demasiado rápido, pensando en el resultado de las elecciones más que en la estrategia. El discurso sobre el islam, que funciona en Ripoll para defender las raíces carolingias de Catalunya, no funcionará si se traduce literalmente en Barcelona. Aquí, el papel autoritario y corruptor que Orriols atribuye al islam, lo ha hecho la imposición del castellano: lo han hecho las redes clientelares del PSC y las élites descatalanizadas por el franquismo. El dinero barcelonés está especialmente controlado desde finales del siglo XIX. Por eso Gaudí se hizo tan católico y Companys fundó el diario La Humanitat con un simpatizante de la Unión Patriótica, el partido de Primo de Rivera.
Barcelona tiene que caer como una fruta madura, igual que se sumó a las consultas por la independencia cuando ya habían triunfado en todas partes. Si el país estuviera lo suficientemente despierto, la entrada en Barcelona sería fácil: Primàries no habría tenido una deriva tan decepcionante y la red de Aliança en la ciudad sería mucho más rica y extensa. Apoyarse en el gesto solitario de Orriols, puede servir electoralmente durante unos años, pero no servirá en Catalunya si no se multiplica. Lo primero que deben aprender los militantes y los cargos de Aliança es dónde se han metido y eso pide tiempo. El valor del candidato de Barcelona dependerá de la profundidad del debate —y del escándalo— que sea capaz de generar, como ha pasado con Orriols en Catalunya.
Hay que pensar que Barcelona ya hizo caer la izquierda de Macià y después la CiU de Mas, en 2015. Barcelona es una capital y perdona más las farsas que las frivolidades. La independencia no se puede hacer, ahora mismo, pero se puede dar suficiente fuerza a la catalanidad para que Catalunya pinte algo en Europa. Al fin y al cabo, sin Catalunya, todos los intentos de salvar el régimen del 78, o de modernizarlo, nacerán muertos, porque son los catalanes los que lo han llevado a la crisis. El procés ha dejado abierta una rendija para que algún partido haga palanca con lo que queda de la Barcelona catalana. Madrid y Berlín intentarán cerrarla de la manera más folclórica posible. El trabajo de Aliança es aprovecharla para reconectar la ciudad con el futuro, que es como decir con los grandes momentos de su historia —cuando el ingenio y el ascensor social hablaban en la lengua del país y el talento no tenía que exiliarse.