Que la policía española confiscara una pistola a un militar en el control de seguridad de las protestas ultras ante la sede federal del PSOE, en la calle Ferraz de Madrid, es un hecho grave que conecta el presente con la violencia fundacional con que se reconstituyó el estado español a raíz de la victoria franquista en la Guerra Civil. El procés independentista catalán ha actuado desde 2017 como un purgante tan efectivo de los intestinos del régimen del 78, construido a la vez sobre una amnistía de punto y final para los responsables de los crímenes y la represión de la dictadura, la lavativa funciona tan bien, que no me extrañaría de que al final saliera un Tejero a dar un golpe de estado. Es lo que han propuesto, al fin y al cabo, los mismos militares retirados que ya en su día abogaron por matar a 26 millones de españoles si hacía falta para frenar la independencia de Catalunya. Veintiséis millones de muertos: la solución final para hacer la España una que ni Franco en 1939 ni el conde-duque de Olivares en el siglo XVII vieron nunca, básicamente, por culpa de los catalanes.

La España que no se rinde —como cerró Núñez Feijóo su discurso de réplica en el debate de investidura de Pedro Sánchez— sufre un dolor de barriga descomunal, una brutal diarrea que salpica a la Corona —esas caras avinagradas del rey Felipe VI— y expele los vientos más malolientes de su historia contra el edificio de una democracia caducada de tanto mierdearla. La protesta de los jueces togados contra la amnistía a los líderes del procés pactada por Pedro Sánchez pone cara y ojos al lawfare, lo visibiliza y lo encarna como nunca hubieran soñado en Waterloo o en Ginebra. El joven alférez armado en la mani ultra de Ferraz, alumno de la Academia General de Zaragoza y, por lo tanto, compañero de la heredera en la Corona, la princesa Leonor, es el Tejero de 2023. España no se rompe, lo único que pasa es que se lo está haciendo encima y sale de todo y en cantidad. El laxante Puigdemont es tan efectivo para cuidar el restriñimiento y la flora intestinal española que, como dejó caer en el discurso de investidura, si Pedro Sánchez aprovecha la oportunidad, los indepes votarán al PSOE en una España tan saludable y renovada por dentro y por fuera como si saliera en un anuncio de yogur con bífidus activo.

El joven alférez armado en la mani ultra de Ferraz es el Tejero de 2023. España no se rompe, lo único que pasa es que se lo está haciendo encima y sale de todo y en cantidad

España todavía está carcomida por aquella dialéctica de los puños y las pistolas del falangismo de los años treinta que hoy revive en la arenga de Santiago Abascal a los jóvenes trumpistas de Vox con rojigualda agujereada, sin escudo: "¡Vamos a Ferraz!" Sánchez es señalado como traidor a la patria, el peor crimen —España no paga a traidores", rezan las pancartas— porque ha pactado con Puigdemont para seguir en el poder. El momento es delicado e inédito desde la transición, porque la revuelta de la derecha y la ultraderecha contra Sánchez dibuja simbólicamente la derrota de la España que ganó en 1939: los que ganaron, por primera vez en 80 años, se ven en el lugar de los perdedores. Esa es la imagen que devuelve el espejo patrio a esta hora.

Cuanto más se evidencia la magnitud del compromiso de Sánchez con Puigdemont, más crece Ayuso y madura su fruta

Durante la transición, la violencia ultra latente y el ruido de sables permanente en los cuarteles, que desembocó en el golpe del 23-F, no tuvo una masa en la calle que los acompañara, ya que el grueso del franquismo sociológico aceptó el régimen parlamentario vía la UCD de Adolfo Suárez, la AP de Manuel Fraga y, finalmente, el PP de Aznar. La prueba es que Fuerza Nueva, el partido de nostálgicos del franquismo que lideraba Blas Piñar, una figura de cuarta categoría del franquismo, solo logró un escaño en las elecciones de 1979. Ahora, en cambio, los nietos y biznietos del franquismo se sienten expulsados por el régimen parlamentario, como demuestran las manifestaciones del PP y los escraches ultras en las sedes del PSOE. Cuanto más se evidencia la magnitud del compromiso de Sánchez con Puigdemont, más crece Ayuso y madura su fruta —del "qué hijo de puta" al "me gusta la fruta"—; trumpismo de manual en modo faltona y chulapa, el subidón de la novia del Joker en el Madrid postprocés. Mientras tanto, y en el horizonte del moderantismo, las encuestas del CEO dicen que emerge un tal Salvador Illa.