Estamos a pocas semanas de los 50 años de la muerte de Franco y no pocos periodistas y políticos ya deben de estar puliendo frases para hablar de las excelencias de la Transición. Que si la democracia “que nos dimos entre todos”, que si la “reconciliación”, que si la “normalidad” y el “reencuentro”, que si la amnistía de 1977 y otras patrañas del estilo. ¡Y tanta gente inocente que se lo creerá a pies juntillas! Pienso que, después de tantos años, va siendo hora de que nos dejemos de autoengañar y asumamos las auténticas razones que llevaron a la Transición, siendo la principal y más evidente el hecho de que a los franquistas se les moría el dictador y necesitaban urgentemente una fórmula mágica que les permitiera seguir mandando de una forma u otra.

Que hace 50 años la España oficial se viera obligada a iniciar una complicada Transición es una evidencia. Tenían que proceder a una operación de lifting democrático inédita en la Europa occidental. Y a fe mía que si el inoportuno precedente portugués de la Revolución de los Claveles era lo último que les interesaba seguir, teniendo en cuenta que tenían en la cárcel y en el exilio a los únicos militares —los de la UMD— verdaderamente comprometidos con la democratización. Además de legitimar todo lo que se pudiera de la herencia franquista —con un grado de cinismo estratosférico—, la operación debía servir a la oligarquía franquista —y a los cómplices pactados— para ir abriendo la puerta a los generosos fondos europeos de los que ha vivido España desde entonces junto con una protectora integración en la OTAN.

La cuestión era asegurar a toda costa un destino diferente al del nazismo —juzgado y purgado en Núremberg— o del fascismo italiano —con Mussolini colgado boca abajo en Milán— sin que nadie con un mínimo nivel de vergüenza viera en ello ninguna flagrante contradicción. Evidentemente que los franquistas —y acólitos pactados (González, Carrillo, etc.)— hicieron todos los imposibles para que el último de los grandes asesinos fascistas del siglo XX no solo pudiera morir tranquilamente en la cama, sino dictando el futuro de un Estado con un “atado y bien atado” que habría sido del todo imposible de fijar si de verdad hubiera existido una voluntad de crear un Estado verdaderamente democrático. De nuevo, pensemos en Portugal.

¿De verdad alguien puede pretender que la Transición fuera democrática cuando la dirigieron los propios franquistas? ¿Alguien se habría podido imaginar que en Núremberg los jueces hubieran sido los propios nazis?

Para que el lector vea lo que quiero decir sobre la plena vigencia hoy del “atado y bien atado” —y no, no es un tópico— y antes de que os dé ejemplos que lo dejen claro, es vital, sin embargo, que abordemos una serie de lugares comunes que el relato constitucional encargado de este lifting ha tenido todas las facilidades del mundo para diseminar a sus anchas entre la gente, tanto en España como, desgraciadamente, en Catalunya, aunque con menos éxito. Y es el relato de que España debía ser —y es— una “democracia plena”. Y alguien dirá que lo es porque celebra elecciones regularmente y tiene una Constitución aparentemente democrática y votada por sufragio universal. Pero es vital no pecar de ingenuidad y analizar más a fondo el sentido de la expresión “atado y bien atado” para buscar su auténtica sustanciación fáctica en el día a día español más allá de los formalismos a menudo engañosos. Para empezar, ¿de verdad alguien puede pretender que la Transición fuera democrática cuando la dirigieron los propios franquistas? ¿Alguien se habría podido imaginar que en Núremberg los jueces hubieran sido los propios nazis? Cualquier análisis de la Transición y la violenta manera en que se produjo resulta devastadora desde cualquier punto de vista democrático. Otra cosa es que una Europa hipócrita estuviera dispuesta a hacer la vista gorda. Porque, la Transición, ¿qué tuvo exactamente de democrática, si se puede saber? ¿Buscó un cambio profundo de actitudes? ¿Realmente estableció leyes y normas que condenaran y apartaran los “valores” y las praxis de la dictadura? ¿Hubo un proceso de restitución de valores democráticos? ¿Pretendieron realmente hacer una verdadera reconciliación democrática, no ya con la Catalunya bombardeada y colonizada, sino con la España republicana? ¿O fue todo un paripé engañoso de unas dimensiones descomunales?

Quería terminar el artículo exponiendo al lector una serie de situaciones y hechos de la España actual para que considere en conciencia —y tratando, pues, de romper la abatida inercia con la que solemos contemplarlos— si con una Transición verdaderamente democrática se habrían podido producir. ¿Habría sido posible, por ejemplo, que dejaran impunes los crímenes del franquismo? ¿Habría sido posible que hoy los jóvenes no tuvieran ni puñetera idea de quién y qué fue Franco y el régimen de terror que presidió? ¿Habría sido posible mantener —incluso aumentar— el grado de catalanofobia sistémica que habita el ADN español y seguir ignorando el carácter nacional de Catalunya? ¿Habría sido posible que el Tribunal de Orden Público se transfigurara de la noche a la mañana en Audiencia Nacional con la redistribución impune de sus jueces franquistas entre aquel juzgado y el Supremo sin ningún tipo de purga ni operación de rehabilitación democrática? ¿Habría sido posible —32 años después de muerto Franco— que Zapatero justificara que la Ley de la memoria no permitiera la anulación de las penas a los antifranquistas con el estremecedor argumento de que hacerlo habría hecho tambalear los cimientos del Estado constitucional (sic) —por cierto, la más chocante y directa admisión de una continuidad franquista del régimen del 78—? ¿Habría sido posible que el Estado no hiciera ningún gesto para pedir perdón por el fusilamiento del president Companys como sí pidieron Alemania y Francia? ¿Habría sido posible que durante hasta cuatro días (noviembre de 2022) ocuparan un lugar de honor en la catedral de Sevilla los restos del general Queipo de Llano, responsable en la Guerra Civil de al menos 45.000 muertos en Andalucía y criminal que exhortaba por la radio a violar a las mujeres republicanas? ¿Habría sido posible que el Estado mantuviera las medallas, quinquenios y honores a una pléyade de torturadores —como Billy el Niño— e incontables militares golpistas hasta el día de hoy? ¿Habría sido moralmente posible que ayuntamientos como el de Madrid negaran el acceso a los teatros a grupos que querían representar obras sobre García Lorca? ¿O que hicieran lo imposible por saltarse la Ley de memoria para mantener —con argumentos absolutamente repugnantes— el nombre del madrileño paseo Vallejo-Nájera (el Dr. Mengele español)? ¿Habría sido posible que un actor pretendidamente de izquierdas como Antonio Banderas aceptara ser nombrado legionario de honor de la Legión Española (2013) o que en 2024 dudara —y se mofara— de los votantes catalanes heridos por la policía española el 1-O? ¿Se lo habría podido permitir? ¿Habría sido posible que un programa reciente de 2CAT nos presentara el nacimiento de la editorial Planeta como la humilde iniciativa de un pobre inmigrante andaluz (y no como la operación de saqueo fascista que fue)? ¿Habría sido posible que hooligans neofalangistas como Albert Ribera tuvieran los santos cojones de pretender que el castellano estaba perseguido en Catalunya y el catalán impuesto, cuando el castellano es el único idioma obligatorio? ¿Habría sido posible el mantenimiento de una monarquía tan impunemente corrupta como la actual? ¿Habría sido posible que un president de la Generalitat celebrara un 11 de septiembre en Madrid con un diálogo institucional en castellano con un notorio catalanófobo? ¿O que el otro día hubiera calificado los Premios de Asturias de “humanísticos” después de su concesión en 2017 a Juncker, Tajani y Tusk para agradecerles su vista gorda ante los 1.066 votantes heridos por la policía el 1-O? ¿Habría sido posible el discurso del rey Borbón del 3 de octubre? ¿O que hubiera accedido su padre al trono siendo heredero designado por un dictador? ¿Habría sido posible que Catalunya tuviera un president que hubiera apoyado —y premiado— a un grupo catalanófobo fundado por franquistas para oponerse diametralmente a la voluntad democrática del país y del Parlament en 2017? ¿Sería posible que una exdirectora de un medio tan notoriamente anticatalán como Crónica Global llegara a ser directora general de Comunicación de la Generalitat de Catalunya? ¿Sería posible que Pablo Hasél estuviera en la cárcel y el conseller Lluís Puig Gordi en el exilio? ¿Habría sido posible la suspensión e inhabilitación del president Torra o, por el contrario, el silencio del Gobierno ante hechos tan graves como el Catalangate, el Pegasus y el lawfare generalizado con la clara intención de eliminar a oponentes políticos? ¿Habría sido posible que un tribunal hubiera condenado a los representantes legítimos del pueblo de Catalunya a largos años de prisión y exilio por haber celebrado un referéndum?

Seamos realistas, ni en broma. Con una Transición hacia la democracia de verdad, como las que se hubieran producido en países de tradición democrática, nada de todo esto habría sido ni remotamente posible. Y yo pregunto: si todo esto —y tantos miles de incidencias más cada año— les ha resultado y resulta posible hoy, ¿cómo se entiende que haya alguien con media onza de sensatez que ose calificar la Transición Española y el Régimen del 78 de plenamente democráticos? Venga ya, que la democracia, o es plena o no es democracia.