Una de las escenas del libro del Génesis del Antiguo Testamento explica que Noé, al salir del arca después del gran diluvio universal, fue el primer humano en plantar viñas. Hizo vino de la uva y fue también el "primer" humano en emborracharse y quedar sin sentido en su tienda. El hijo pequeño se mofó, mientras que los otros dos hijos cubrieron la desnudez de su padre ebrio con respeto. La imagen mental que esta escena nos genera es una explicación del comportamiento humano. Todos sabemos que beber vino (o cerveza o cualquier otro licor o destilado) comporta incorporar alcohol a nuestro cuerpo. También sabemos que el gusto por el alcohol se adquiere, y que sus efectos sobre nuestro cuerpo son muy variados. La primera sensación que podemos tener es de desinhibición social y una cierta euforia. Usamos el eufemismo que alguien "va contento" para decir que ha bebido alguna bebida alcohólica y que empieza a sentir los primeros efectos. Después, dependiendo de las personas, puede hacernos sentir físicamente mal, eufóricos o dormidos, desconectados de la realidad o mareados. La ebriedad hace que no podamos controlar bien los movimientos y andemos tambaleándonos, podemos perder el sentido del equilibrio y caernos al suelo. El coma etílico implica la pérdida de conciencia. Aunque no lleguemos a estos extremos, al día siguiente nos espera una considerable resaca, con el estómago revuelto y un considerable dolor de cabeza. Un resumen en dos líneas de todo este proceso "social" de beber alcohol y sus consecuencias, lo encontramos en un poema de Lord Byron sobre Don Juan (que traduzco libremente): "Disfrutamos del vino y las mujeres, de la alegría y las carcajadas; de los sermones y el agua con gas, ya disfrutaremos al día siguiente".

Todo eso lo reconocemos, pero ¿por qué pasa? El alcohol del vino es mayoritariamente alcohol etílico o etanol. Algunas comidas de origen vegetal, como fruta, cereales y verduras, son ricas en azúcares y polisacáridos, los cuales pueden fermentar por las levaduras y bacterias, convirtiendo la glucosa y otros azúcares en etanol (como sucede con la uva, las maltas de avena, arroz o trigo). Los humanos estamos en contacto con pequeñas cantidades de alcohol y por eso tenemos enzimas degradativas, tanto en el estómago y epitelio intestinal (actividad alcohol deshidrogenasa), como en el hígado, el órgano principal que recibe la mayor parte del alcohol ingerido y sus metabolitos, como el acetaldehído. De aquí que el hígado exprese enzimas degradativas de aldehídos, como el aldehído deshidrogenasa. Otra parte del etanol puede ser digerida directamente por la microbiota del intestino, ya que hay bacterias que pueden usar la energía desprendida en la descomposición del alcohol. Sin embargo, si tomamos vino, cerveza o licores, las cantidades de alcohol son mucho más altas que las que hay en una fruta muy madura y, por lo tanto, llega el alcohol en sangre a cantidades elevadas y afecta al cerebro (que controla las facultades cognitivas y emocionales) y el cerebelo (encargado de controlar el movimiento). El alcohol es tóxico para las neuronas. Así que el exceso de alcohol no solo altera el sistema digestivo, sino que causa un dolor de cabeza considerable, porque las neuronas están intoxicadas y deshidratadas. El cuerpo se queja de este maltrato, y tardamos en liquidar el exceso de alcohol que se secreta vía sudor, respiración, orina y también degradación dentro de las células.

No todas las personas tienen la misma sensibilidad a los niveles de alcohol. Las personas que nunca lo han probado, tienen un incremento muy rápido de los niveles de alcohol en sangre. Eso sucede porque el cuerpo intenta adaptarse al consumo de alcohol, activando la producción de alcohol deshidrogenasa en el estómago e intestino, y activando las enzimas aldehído deshidrogenasa en el hígado. Hay diferencias entre los humanos en la capacidad de digerir el alcohol, las personas mayores, los adolescentes y las mujeres lo digieren menos que los hombres adultos, a igualdad de peso. Además, hay diferencias genéticas en la capacidad de inducir esta expresión, y ya hace años que se sabe que muchas personas de origen asiático tienen intolerancia al alcohol, es decir, se embriagan con cantidades no muy elevadas de consumo alcohólico, que a otras personas no les afectan tanto. Aproximadamente el 50% de las poblaciones orientales (como, chinos o japoneses) tienen una reacción muy rápida de sonrojo de la piel, exceso de sudoración y euforia en el alcohol. Eso se da por diferencias genéticas, ya que no pueden inducir tanto el alcohol deshidrogenasa y de las dos enzimas aldehído deshidrogenasa del hígado, uno de ellos tiene mutaciones que lo hacen muy poco activo. La cantidad de alcohol y derivados tóxicos en sangre es más elevada por una misma cantidad de bebida. Como las poblaciones amerindias comparten origen genético con las poblaciones asiáticas que estamos mencionando, también muchos indios americanos son intolerantes al alcohol. Eso explica que en la época de colonización de los Estados Unidos, muchos indios acabaran firmando tratados que no los beneficiaban bajo estado de embriaguez por el alcohol en reuniones con representantes del Estado, de origen europeo, que trataban de emborracharlos mientras ellos todavía no notaban tanto los efectos del alcohol que consumían conjuntamente.

El efecto del alcohol sobre el cuerpo es más complejo, tenemos un efecto previo al estómago, también tenemos el acetaldehído que se produce en el hígado y que tiene efectos tóxicos. Y sobre todo, hay que ser cautos, porque hay muchas diferencias individuales que no pueden ser tenidas en cuenta con tan poca gente. Mucha cuenta con las píldoras milagro, porque quizás no son tan maravillosas y efectivas como dicen...

En todo caso, imaginad qué gran cosa sería (o quizás no) si pudiéramos encontrar una píldora antiresaca, o antiefectos del alcohol. Cuántos dolores de cabeza y de barriga se ahorrarían. Eso hace tiempo que se propone, pero al final no acaba cuajando. Hace unos 15 años se hablaba de un medicamento comercializado en los Estados Unidos que contenía un compuesto denominado RU-21, que neutralizaba los efectos del acetaldehído, acompañado de vitaminas. Según la compañía que lo comercializaba, la historia del origen del compuesto era una escena sacada de una película de espías. Había sido desarrollado durante la guerra fría por el KGB, para hacer que sus espías pudieran aguantar mejor los efectos del alcohol, mientras emborrachaban a los informadores y las personas espiadas. Un arma perfecta, aunque no debió ser tan maravillosa como decían, porque si lo fuera ya nos habría llegado, ¿no creéis? De hecho, una revisión reciente de todos los trabajos publicados sobre medicamentos, compuestos naturales y sintéticos en los cuales se les supone capacidad de disminuir los efectos del alcohol, muestra que no hay nada concluyente. No se puede concluir nada porque los 21 trabajos se han realizado sobre un total de 386 participantes, es decir, ya podéis ver que el número de participantes es demasiado bajo para extraer alguna conclusión válida estadísticamente. Sin embargo, esta revisión dice, sin mucho énfasis ni convencimiento, que quizás solo valdría la pena estudiar más profundamente el extracto de clavo (la especie) y dos otros productos. Es decir, no hay resultados concluyentes.

Pues bien, seguro que todos habéis leído o escuchado esta semana que en el Reino Unido se acaba de comercializar una píldora milagro (el nombre comercial es Myrkl, que si se pronuncia en inglés, se parece a milagro). Esta píldora no es un compuesto químico, sino un probiótico, el conjunto de dos especies de bacterias que se pueden encontrar de forma natural en nuestro intestino: Bacillus subtilis y Bacillus coagulans. Estas bacterias las han hecho crecer sobre salvado de arroz fermentado, que produce alcohol, y tienen capacidad de degradar el etanol (el alcohol mayoritario de las bebidas alcohólicas). La dosis de dos píldoras, que se tienen que tomar unas cuantas horas antes de la ingesta de alcohol, permite que crezcan dentro de nuestro intestino y pasen a formar parte de nuestra microbiota intestinal. Según los resultados de la empresa que vende este producto, publicados recientemente, en media hora solo queda el 50% del alcohol consumido y en una hora, se ha degradado el 70%. La primera pregunta que nos podemos hacer, ¿es eso cierto? Bueno, no lo sabemos del todo, porque de nuevo, el experimento se ha hecho con solo 24 personas jóvenes, por lo tanto, no se puede generalizar. Sin embargo, como los probióticos no son considerados un medicamento, sino un complemento alimentario, no tienen una regulación específica que los controle. Lo que ha conseguido la empresa, que solo vende por internet, es agotar las existencias. Pero los gastroenterólogos y los nutricionistas son mucho más cautos, bordeando el escepticismo. Como os he comentado, el efecto del alcohol sobre el cuerpo es más complejo, tenemos un efecto previo al estómago, también tenemos el acetaldehído que se produce en el hígado y que tiene efectos tóxicos. Y sobre todo, hay que ser cautos, porque hay muchas diferencias individuales (debidas a diferencias en estilos de vida, dieta, deporte, sexo, hormonales y genéticas) que no pueden ser tenidas en cuenta con tan poca gente. Para acabar de arreglarlo, los periodistas del Reino Unido que se han apuntado a probarlo como primicia han comentado que quizás habrían tenido menos resaca, pero que han acabado teniendo la misma porque han bebido más alcohol, justamente porque la sensación que tenían era que no notaban los efectos. Así que mucho cuidado con las píldoras milagro, porque quizás no son tan maravillosas y efectivas como dicen...