De vez en cuando, la culturilla de nuestra tribu finge que se alarma solo para remover las glándulas lacrimales y favorecer que la gente del sector (puaj) se abrace para compartir temblores. Así ha ocurrido con la compra forzosa de la editorial Periscopi por parte de los españoles del Grupo 62 y Planeta, una operación financiera que ha encendido las alarmas de la gente que dice que lee, amedrentada por el hecho de que el ecosistema de editoriales independientes del país pueda ser absorbido por empresas que han favorecido la castellanización nacional. A servidor lo sorprende la sorpresa, pues —como explicó muy bien Josep Cots a Gemma Ventura en una entrevista reciente en Catorze— resulta delirante hablar sobre la viabilidad económica de un sector donde el 80% de las editoriales se irían a hacer puñetas sin las subvenciones del Govern. Por mucho que seamos de letras, todos tendríamos que hacer funcionar la calculadora un poco mejor.
Más allá del caso Periscopi, a mí me complacería optar por una actitud tan revolucionaria como empezar a decirnos la verdad; los hechos nos cuentan que, con el número de ejemplares en catalán que se venden hoy en día, y si prestamos atención a la dejadez absoluta de nuestra administración —¡esta y las anteriores!— con respecto a la enseñanza del catalán en la escuela, la mayoría de editoriales independientes (o dependientes de la Generalitat, para ser más exactos) tendrían que cerrar o ser absorbidas por una ballena. Escribo y pienso que hay que empezar a decirse las palabras adecuadas, pero también a poner números; todo aquello que en el ámbito de la prensa son libros que lo petan (puaj) y que están en las listas de los más vendidos quizás se tratan de volúmenes que no llegan al centenar de ejemplares vendidos cada mes. Las cifras se tienen que poner sobre la mesa; somos lectores radicalmente militantes, pero somos cuatro gatos.
Por otra parte, me sorprende que la operación 62-Periscopi haya suscitado tanta cagalera entre los compañeros de la cosa lectora, mientras todo el mundo calló como una putita cuando el eje del mal del Estado Mayor —a saber, el grupo Abacus Futur— fusionó las antiguas editoriales de Enciclopèdia y amigos bajo un macroparaguas de parecido espíritu bilingüe. Dios me libre de pensar que tal silencio fuera provocado porque la jugada en cuestión, por desgracia, era una idea de prohombres de la tribu como Oriol Soler y Jaume Roures... Pero la cosa tiene cierta gracia, porque hoy en día —lo recordaba hace muy poco el desveladísimo Bernat Reher en su isla de Mentrimentres— todavía desconocemos el coste total de aquella jugada que ha desvirtuado el espíritu de algunos sellos, convirtiéndolos también en aventuras castellanas. Hoy todo el mundo se hace el sorprendido y el dolido, pero para saber cómo van las cosas es mejor prestar atención a los silencios.
Para la próxima, tened en cuenta que —a la hora de salvar lo que amamos— no hay mejor remedio que comprar libros y rascarse el bolsillo
Como siempre pasa en nuestra secta, hemos convertido un asunto de cultura económica y editorial en una disquisición de tietes sobre si el magnífico editor Aniol Rafel —creador de Periscopi— tiene derecho a vivir más tranquilo, pagar las facturas con calma, y poder dedicar tiempo a la familia. Mientras nuestro sistema editorial corre el peligro de caerse todavía más a trozos, en definitiva, nos dedicamos a hablar de conciliación y de otras mandangas como si hacer análisis del sistema cultural fuera un reportaje del 30 Minuts. Sería oportuno hilar más fino y no solo documentar todavía mejor como el Grupo 62 pasó de ser un tótem de aspiración cultural-nacional a un juguete más del imperio Lara, sino también ver cómo podemos volver a evitar que la tercera vía de nuestros profetas de la política cultural acabe nuevamente en abrazo con las élites españolas. El esfuerzo de los editores catalanes requiere menos réquiems y más ideas.
En este sentido, para pasar de la crítica a la propuesta, visto que los editores se quejan continuamente del trabajo que les sacan los procesos para cazar subvenciones y el papeleo en general, sería oportuno que el Departament de Cultura no solo agilizara los requisitos para recibir pasta pública, sino que incluso pensara en la creación de un servicio de asesoría que ahorrara a los editores (¡y también a los autores!) este cometido insufrible. A su vez, vistos los problemas delirantes que han experimentado las editoriales con las distribuidoras, quizás sería hora de que la Generalitat pudiera crear una empresa pública de merchandising de libros en catalán para favorecer una circulación más rápida y un aligeramiento de los gastos de las editoriales en tramitación, almacenaje y liquidación de ejemplares. Si no puede poner mucha más pasta, en definitiva, que la administración ponga más recursos.
Aparte de todo eso, faltaría más, resulta absolutamente estéril hablar del mundo editorial sin mencionar la salud de la lengua en las escuelas y la nefasta educación literaria de nuestros maestros, un cáncer persistente que, por mucho que todo el mundo haga milagros y ponga muchas horas, imposibilita la compra (¡y la comprensión!) de libros a partir de su sotobosque natural. Trabajo por hacer no falta, ahora haría falta que la Generalitat se pusiera a ello seriamente, o el caso Periscopi será el primer ejemplo de una cascada insalvable. También, finalmente, habría que recordar que este es un país mucho más nacionalista que patriota, donde todo el mundo llora por las criaturas cuando ya están muertas o adoptadas. Para la próxima, tened en cuenta que —a la hora de salvar lo que amamos— no hay mejor remedio que comprar libros y rascarse el bolsillo.