El viernes llegamos en moto a Gallura, la región del norte de Cerdeña, y una vez plantadas las tiendas en la segunda de las siete playas de Valle della Luna, Marcello y yo empezamos a hablar sobre la vida, nuestras tendinitis y los hijos, que son, a menudo, como un dolor cronificado. Marcello y yo nos conocimos en 1989 en Nueva York, y desde entonces somos como hermanos, una fraternidad que hemos ido construyendo mientras intercambiábamos las vicisitudes propias de la vida. Marcelo y yo podemos discutir como perros enfurecidos y, al cabo de cinco minutos, reír como dos seres desposeídos de cordura. Su padre, Paolo Girone, fue uno de los grandes genios de la publicidad, el publicista de cabecera de Berlusconi y uno de los fundadores de la estética de Tele5, por lo que, de Il Cavaliere o el inventor de la política amarilla, sé cosas que harían caer la cara de vergüenza a sus seguidores. Cuando Il Cavaliere lo deseaba, llamaba a Sabrina Salerno para que le hiciera de azafata del avión privado y hasta aquí podemos leer. Como en el Un, dos, tres. Marcello, que estaba destinado a convertirse en uno de los publicistas más poderosos de Italia, decidió saltar del barco publicitario a los 30 años para apostar por una vida menos estridente, más existencialista y mucho más libre de imbéciles de la profesión. Y mientras disertábamos con el fondo musical de las olas, hablamos de Manolo, y de lo mucho que él se lo apreciaba, y hablamos de Paolo, un tipo al que yo admiraba por su energía e inteligencia. Paolo, un niño pobre y huérfano de Bari, llegó a Milán con los bolsillos llenos de hambre y la mente cargada de ganas de vivir.

Y en un momento dado de la conversación, Marcello me preguntó cómo era la situación política en España y me dio pereza, por falta de tiempo, explicarle las controversias de un país disfuncional. Pero recordando que una vez, hace muchos años, intercambiamos experiencias cinematográficas protagonizadas por prototipos patrios —él me hizo ver una película de Fantozzi, yo de Torrente— lo miré y le dije que “para entender la España actual, deberías ver de nuevo una película de Torrente”. Me dijo que sí con la cabeza y seguimos hablando de otras disfuncionalidades.

En España, el franquismo sociológico ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos democráticos sin perder sus esencias

Cierto es que Torrente, el comisario, es un franquista de manual, un fanfarrón xenófobo, pero no hace falta ser de derechas para ser torrentista. El ejemplo más cercano, por nuevo, es el sainete protagonizado por Santos Cerdán, Ábalos y Koldo, con comisiones y putas de por medio. Cuando escuché las conversaciones, me los imaginé con un palillo en la boca y una bragueta a punto de explotar donde el tamaño, en este caso, no importa porque paga el Estado. A los socialistas les ocurre como al Barça. Pongamos por caso que el Real Madrid es el PP y el Barça el PSOE. Para ganar las ligas, el Barça debe hacerlo todo a la perfección para no verse sometido al madridismo sociológico. La derecha, en cambio, puede ser torrentista y ganar por mayoría absoluta, a diferencia de la izquierda, más sometida al ojo de la ética. En España, el franquismo sociológico ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos democráticos sin perder sus esencias. Y una de ellas es el torrentismo, que convive a la perfección con el aznarismo, otra esencia, en este caso, neofranquista. En la primera militarían los puteros, en la segunda los proxenetas.

Un ejemplo de torrentismo cinco jotas es Santiago Abascal. Su discurso en francés delante de Marine Le Pen y los miembros del Frente Nacional fue carne de mofa de las redes sociales y no entiendo por qué. Un torrentista debe hablar así el francés para demostrar que con el español se va a todas partes sin necesidad de utilizar una lengua impura y con sonoridad de mariquitas. Lo más cachondo del discurso pronunciado por este Torrente que monta a caballo como lo hacen los bebedores de brandy Soberano, es que demostró lo que es Abascal: un caradura. Todo el mundo que ha tenido trato con él dice que Abascal es más vago que la chaqueta de un guarda, y como buen vago, le dio pereza prepararse el discurso. Para un Torrente como Abascal, la vergüenza es cosa de débiles.

Por suerte, la paridad ha llegado al torrentismo y un ejemplo es Isabel Díaz Ayuso. Y es que, cuando habla de cañitas, solo le falta pedir a Miguel Ángel Rodríguez que le haga una pajita. A diferencia de Díaz Ayuso, Feijóo tiene poco de torrentista, pero una vez sea presidente del Gobierno de España, demostrará que tiene menos de estadista que Torrente. Y en caso de hacerse una pajita, le pasaría como a Ted, el personaje protagonizado por Ben Stiller en Algo pasa con Mary: no sabría dónde ha ido a parar el semen. Algo parecido le sucedía a Rajoy.

No me gustaría estar en la situación de Sánchez. Le envidio la altura y la guapura, pero le regalo el cargo. Si resulta difícil luchar contra el franquismo sociológico crónico instalado en esta España castradora, mucho más difícil es luchar contra el torrentismo sociológico instalado en su propio partido. En el club de Ábalos y Santos Cerdán también podríamos inscribir a García-Page y Lambán. Y no me gustaría estar en la situación de Sánchez, pero soy de los que creo que debería terminar la legislatura para retrasar la llegada de la bestia de extrema derecha. A diferencia de algunos independentistas de retaguardia, no creo en esa máxima que dice que cuanto peor, mejor.

Hoy lunes, estoy muy cerca de Villa Certosa, la casa en la que Belusconi celebraba las fiestas privadas hechas con amigos, conocidos y muchas jovencitas traídas para ser utilizadas como carnaza sexual. Ahora, Villa Certosa está a la venta, pero cuesta encontrar a un comprador que tenga 500 millones de euros libres de dudas legales en el bolsillo. Si Berlusconi representaba el fantozzismo sociológico heredado por Meloni, en España, el torrentismo todavía no gobierna, pero lo hará como parte de la internacional criptofascista liderada por el gran mago de MAGA, Donald Trump. Todo ello es tan dramático como casposo.