Los prejuicios, estereotipos, discursos de odio y el racismo estructural son fenómenos que sufren personas de varios colectivos de nuestra sociedad. Sin embargo, los últimos acontecimientos en Piera y en Torre Pacheco marcan un punto de inflexión muy preocupante. Así empieza el comunicado de la Asociación Unesco para el Diálogo Interreligioso Audir. En Piera, el incendio en una mezquita que se tenía que inaugurar, y en Torre Pacheco grupos ultraderechistas exhortando a "cazar" inmigrantes, son gritos de alerta de una sociedad que se ha intoxicado con prejuicios. Y que se está volviendo visiblemente violenta, no solo de manera tácita o disimulada. Odiar es un verbo que se conjuga demasiado a menudo.

Quemar una mezquita es quemar la vida de personas musulmanas, no un edificio. Atacar una parroquia en Gaza no es estropear una iglesia, es cargarse una comunidad. Instigar a la caza de personas no es solo una animalada inadmisible, es un fracaso como humanidad.

Audir revela que el trasfondo de los relatos y acciones discriminatorias ha dado un "salto cualitativo en forma de violencia": la discriminación y la violencia no aparecen de manera repentina: "Se construyen a partir de actitudes y discursos que, con el tiempo, se vuelven más agresivos". Se inicia de manera banal, con pequeños comentarios ofensivos y estereotipados, que pueden acabar en graves ataques violentos, físicos o verbales. Los peldaños se van retroalimentando. El odio se tiene que cortar de cuajo, porque un odio extendido es extremadamente complejo de erradicar.

Los peldaños se van retroalimentando. El odio se tiene que cortar de cuajo, porque un odio extendido es extremadamente complejo de erradicar

Prevenir y desarticular el odio se hace desde todos lados. Desde la acción política, por descontado, que rompe ella misma a menudo líneas de respeto por el otro. La discrepancia no puede ser un sinónimo del odio visceral. También desde las aulas, los patios o los gimnasios, las playas y los bares, los buses o las casas para personas mayores. El odio se extiende demasiado fácilmente.

El Audir invita las tradiciones religiosas y convicciones no religiosas a aplicar principios como la regla de oro (no hagas los otros lo que no quieres que te hagan a ti) para generar espacios de respeto e interacción positiva. Estas tradiciones y convicciones no religiosas ofrecen valores que promueven la compasión, la justicia y la solidaridad, y se pueden convertir en motores de transformación social ante el discurso de odio. Hace falta que se activen. Y que la gente lo perciba. El alto el fuego que ha pedido el papa León XIV es un gesto, o la exhortación de los obispos catalanes sobre la inmigración. Pero no se espere usted solo intervenciones institucionales. Apliquémonos. Revisémonos. Midamos nuestras palabras.

El odio sale de cada individuo. De su casa, de sus entrañas, también. Y de formas inusitadas que a veces parecen solo opiniones, sin más. El veneno puede ser muy, muy pequeño. Y hacer un daño irreparable.