Bernat Dedéu ha sido condenado a pagar 18.000 euros a Lluís Bassets por un par de artículos inspiradísimos sobre el sectarismo y el arte del insulto, que publicó en su bloc el verano de 2015. En cuanto salió la sentencia, el director adjunto de El País colgó la noticia en Twitter como quien cuelga la cabeza de su enemigo en la puerta de la ciudad. Al día siguiente un acólito del diario, Juan Cruz, publicó un artículo espeso y flatulento que parecía escrito para intentar rematar la venganza.

Dedéu reaccionó como se tiene que reaccionar cuando alguien te intenta vejar o doblegar injustamente. Hizo un tuit diciendo que no callaría y volvió a colgar en su Twitter de más 40.0000 seguidores los artículos que le han costado la multa. El primero explicaba que Bassets ordenó liquidar las colaboraciones de Anna Punsoda en El Quadern por el simple hecho de haber publicado, en un medio gratuito, un artículo que criticaba un libro de Valentí Puig. El segundo era una invitación a cultivar el insulto creativo contra los encargados que practican el sectarismo ideológico o de amiguitos.

Tiene gracia que la condena haya sido dictada por una jueza que no se ha tomado la molestia de transcribir bien el nombre de Anna Punsoda, que en los papeles de la sentencia aparece como "doña Anna Punsó". Es difícil creer en la imparcialidad de una justicia que trata los apellidos del país con esta sordidez de bar Pepe, y más en un caso relacionado con la letra. Para entender las palabras de Dedéu, la jueza quizás habría tenido que ser capaz de hacerse el cargo de los amores que protegían los artículos. Pero siempre es más fácil interpretar aquello que no entendemos como una muestra de odio.

Yo no sé si Bassets llegará a cobrar los 18.000 euros, pero me da la impresión que la sentencia ayudará a convertirlo en un símbolo de la censura y el sectarismo. Si el periodismo ejercido bajo el franquismo nos hace pensar en Galinsoga, seguro que el periodismo de la etapa autonómica y del 155 nos recordará a Lluís Bassets. Tampoco me extrañaría de que algunos de los insultos proferidos en los artículos prohibidos acabaran estampados en camisetas o en las paredes de la ciudad. Hay un grupo de actitudes tóxicas ante la libertad y el talento que en este país no tenían un calificativo lo bastante preciso y pintoresco hasta que Dedéu no vino a tipificarlas.

Cuando los trabajadores de El Periódico se pregunten cómo han llegado a la situación de sufrir un ERE del 43 por ciento que piensen en los dos artículos de Dedéu prohibidos por la jueza y repasen los insultos. Los de El País también pueden ir repasándolos. Probablemente tardarán poco tiempo hasta acabar igual. La prensa española siempre ha hecho de policía. Pero mientras la cultura catalana se recuperaba de las heridas infringidas por el franquismo no se notaba tanto y era fácil colocar el producto sin resistencias y asfixiar las almas libres del país.

A medida que la lengua ha recuperado flexibilidad y que las generaciones de catalanes educados en democracia van dejando en evidencia la falta de talento de los mamporreros del Estado, los diarios de papel van perdiendo lectores y la justicia española va ganando protagonismo. Llevar a un bloguero a los tribunales por dos artículos tan bien escritos no deja de ser el resumen del trabajo de destrucción intelectual que figuras como Bassets han llevado a cabo en Catalunya. Si yo fuera Dedéu abriría un Verkami y utilizaría el dinero para escribir un libro sobre la censura y sus matices, como hizo el escritor sudafricano J.M. Coetzee.

Con cuatro anécdotas y un poco de bibliografía todo el mundo podría entender por qué Pompeu Gener escribió que si Galileo o Edison hubieran nacido en Barcelona habrían acabado con un embudo en la cabeza. Ahora que la represión es tan evidente seguro que el libro sería un éxito y, Dedéu, Guardián de la Torre de las Horas, podría utilizar los derechos de autor para pagar la multa y fumar cuatro puros a la salud de los hombres libres.