Mao Zedong era muy aficionado a las metáforas. El libro Citas del presidente Mao, más conocido como Libro rojo de Mao, es prolijo en este sentido. Consta de 33 capítulos, que recogen 427 citas, que en muchos casos son simplemente una frase apropiada para el adoctrinamiento. En 1964, que es cuando el Ministro de Defensa chino de entonces, Lin Biao, confeccionó este pequeño libro, Twitter no existía. No obstante, la intención era la misma: simplificar en una frase o en un pequeño párrafo ideas complejas. Muchos de los viejos maoístas de aquella época se escandalizan hoy por el uso abusivo y descarado que Donald Trump hace de las redes sociales, pero el nuevo presidente de los EE. UU. simplemente reproduce las técnicas de propaganda que utilizaban los maoístas en formato papel y que ellos reproducían como loros cuando eran jóvenes. Yo mismo asistí a los “seminarios de formación” que organizaba Bandera Roja sobre este libro. Y la cuestión es que todavía recuerdo qué discutíamos.

Pensé en Mao y su libro de citas cuando leí que Lluís Llach había dicho en la radio que si no se aprueban los presupuestos se ira para su casa. Una de las metáforas formuladas por Mao y recogidas en el capítulo IV del Libro rojo, dedicado a poner luz al “tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo”, es muy adecuada en estos momentos: “Los problemas de carácter ideológico y los problemas de controversia en el seno del pueblo, hay que resolverlos únicamente por el método democrático, por medio de la discusión, de la crítica, de la persuasión y de la educación, y no por métodos coactivos o represivos”. Es verdad que Mao podía recomendar moderación y lo contrario, pero yo me quedo con la versión amable del discurso de 1957, en el que también invitaba al pueblo a saber distinguir entre lo correcto y lo erróneo. “Cualquier error tiene que ser criticado –afirmaba Mao– y las hierbas venenosas, arrancadas. Sin embargo, la crítica no tiene que ser dogmática; hay que evitar el método metafísico para esforzarse a aplicar el método dialéctico”.

¡Ay, la dialéctica! Hay marxistas que son cualquier cosa menos dialécticos. Las citas de Mao son más abigarradas y doctrinarias que los “consejos” contenidos en los trece capítulos del Arte de la guerra, el tratado de estrategia militar del pensador chino Sun-Tzu (que otros escriben Sunzi) y que periodistas y políticos de hoy en día utilizan para glosar las batallas parlamentarias. En un parlamento como el nuestro, con más marxistas por metro cuadrado que en ninguna parte del mundo democrático, nadie tiene en cuenta las recomendaciones de estos dos chinos tan distantes en el tiempo, pero unidos por una misma idea: que la esencia de todo combate descansa en dos principios muy simples. Primero, que la estrategia es superior a la violencia y la inteligencia, mejor que la brutalidad, y, segundo, que el arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar. Hay que saber lo que está bien y lo que no para no perder la iniciativa.

En el Parlamento de Catalunya abundan los diputados alfa, aunque utilicen el género femenino, y la mayoría no sabe distinguir entre el enemigo y el aliado, entre la contradicción principal que enfrenta a los independentistas con sus enemigos y la que se manifiesta en el seno de los independentistas, que en la versión maoísta de la cuestión serían las discrepancias entre los partidos independentistas (aunque Mao se refería a las tendencias del partido único) y en el seno del pueblo. Y para seguir con la doctrina maoísta, los independentistas tendrían que aprender que no todas las contradicciones que se dan en un mismo proceso se resuelven del mismo modo. Es pedir demasiado. Es por eso que los partidos independentistas siguen varados por la discusión de las minucias de un presupuesto autonómico que huele a miseria aunque todo el mundo quiera disimularlo con el perfume de su colonia preferida. Son unos presupuestos capados por el déficit fiscal, de cuya existencia ahora parece que nadie quiere acordarse. Se puede gobernar un año más con los presupuestos prorrogados, da igual; pero si ese fuera el caso –y no soy el único que lo dice–, la mayoría independentista habrá demostrado sobradamente que no está preparada para convocar a los catalanes y a las catalanas a votar y para aplicar los resultados de un referéndum. Ya pasó el 27-S, cuando la terquedad de una facción del independentismo consiguió debilitar a la mayoría absoluta existente en el Parlamento tras aquellos comicios.

Un año después de que Junts pel Sí cediese al chantaje de la CUP para sustituir a su candidato a la presidencia por otro, volvemos a estar donde estábamos, sin saber distinguir entre lo correcto y lo erróneo, entre el enemigo y el aliado, entre lo sustancial y lo secundario, entre... Puesto que todavía conservo el libro de citas de Mao, al repasarlo he constatado que cuando era joven subrayé una frase muy significativa: “Tratar a los camaradas como enemigos es pasarse a la posición del enemigo”. Claro está que también debo reconocer que mis “camaradas” de entonces me expulsaron de la organización por el mayor pecado mortal que podía cometer un militante comunista: “Ser un renegado nacionalista pequeñoburgués”. Me expulsaron de una organización antifranquista por no ser lo bastante fiel a la línea. Aquello era algo habitual entre los grupos de extrema izquierda. ¿A quién puede extrañarle que Franco muriera en la cama con actitudes como esa? Si Lluís Llach se marcha, entonces sí que quedará claro que el independentismo no habrá sabido apreciar lo que advertía Sun-Tzu sobre que en la guerra se entra en batalla con maniobras ortodoxas, pero se obtiene la victoria con maniobras inesperadas. Los independentistas llevan tiempo siendo demasiado previsibles, en especial porque la ortodoxia ha sustituido a la imaginación, que era lo mejor del maoísmo.