He tenido la ocasión de conocer de cerca a muchos líderes de la oposición venezolana —entre otros, al influyente núcleo de Miami—, y he podido entrevistar a algunos de ellos para “Punto Rojo”, un programa de entrevistas especiales que hago en Sudamérica. Por ejemplo, entrevisté hace poco al diputado Richard Blanco, que tuvo el siniestro honor de ser el primer preso político del chavismo y consiguió huir de su país milagrosamente, después de pasar un calvario. Y también a Elisa Trota, extraordinaria luchadora que lleva grabada la palabra exilio en la piel: su padre se exilió en Venezuela, huyendo de la dictadura argentina, y ahora ella se ha tenido que exiliar en Argentina, huyendo de la dictadura venezolana. También tuve una intensa entrevista con la actriz venezolana Rodha Torres, que está sufriendo un calvario para sacar a su hijo de la peligrosa prisión Rodeo 1, donde está encerrado sin ningún cargo, ni juicio. Su hijo, que vivía en Los Ángeles, la fue a visitar. La policía de frontera lo detuvo, le pareció que era sospechoso —demasiado moderno, acento americano, atlético— y se lo quedaron “para investigarlo”. Así pasó a ser uno más de los centenares de “desaparecidos” del país, que es como se llama a los presos que no están documentados en ningún sitio. Rodha estuvo seis meses buscándolo desesperadamente, sin saber si su hijo estaba vivo o muerto, y finalmente lo ha encontrado en la prisión. Aunque no se le conoce ninguna actividad política y no le imputan ningún cargo, le dicen que estos trámites son lentos (sic). Pronto hará un año que lo tienen encerrado.

En cada conversación que he tenido con opositores venezolanos, en cada entrevista que he hecho, he encontrado historias de vida sorprendentes, cargadas de coraje y determinación, pero también de un sufrimiento extremo. Los venezolanos están al límite, no solo por las penurias que sufren a causa del narcoestado que impera en el país. Lo están porque lo han hecho todo, no se han rendido a pesar de la brutal represión (centenares de presos políticos), han combatido democráticamente, han ganado unas elecciones masivamente, a pesar de la precariedad de sus recursos, han visto cómo le robaban los resultados impunemente, y con todo, el régimen continúa robando, reprimiendo y gobernando despóticamente. Y todo con la aquiescencia de los Petros y los Podemos y el resto de toda esta mandanga progre que se desgañita con Israel, mientras defiende a los peores tiranos del mundo.

Escuchándolos, uno tiende a creer que los venezolanos se cansarán, que el régimen no caerá, que las mafias del narco no lo permitirán, que esta dolorosa lacra durará muchos años...  Y es entonces cuando tengo el honor de tener una larga conversación con María Corina Machado y la mirada cambia. Hacemos la entrevista por Zoom, yo en Buenos Aires y ella en la clandestinidad, en algún lugar escondido del país. No se ha ido de Venezuela, ni se irá, a pesar de que ha tenido que sacar del país a toda la familia, por los riesgos que corrían; a pesar de que cada día sabe que una bala adecuadamente perdida le puede quitar la vida; a pesar de la precariedad diaria; a pesar de los compañeros perdidos, encarcelados, exiliados... A pesar de todo “no marcharé, Pilar, nunca me iré de mi país”. Y entonces me habla de su familia, del padre, que le forjó sus convicciones, de cómo organizaron las elecciones, del masivo movimiento ciudadano que les dio la victoria, de la resistencia de su gente, de la esperanza... “Vamos a conseguirlo. El régimen caerá, y lo hará pronto”, y añade: “tú y yo nos vamos a abrazar en Caracas”. Entonces me dice una frase que resume la tragedia del presente y la esperanza del futuro de su país: “Venezuela es ahora un hub criminal. Lo convertiremos en un hub energético”.

Es María Corina Machado, una mujer con un coraje y una determinación tan notables que traspasa todos los obstáculos y los peligros que el régimen le pone

Es María Corina Machado, una mujer con un coraje y una determinación tan notables que traspasa todos los obstáculos y los peligros que el régimen le pone, insobornable e infatigable. A estas alturas, es la mujer más importante de América Latina y una de las más influyentes del mundo. No tiene ninguna autoridad, pero posee la autoridad de su constancia y su dignidad humana. Acaba de recibir el Nobel de la paz. Es un Nobel a los ciudadanos de Venezuela, a los encarcelados, a los que han muerto, a los que resisten dentro del país, a los que se han exiliado, a todos los que luchan para que Venezuela vuelva a ser el gran país que fue y puede ser. Un Nobel a la cara de Maduro, de los narcos, de los Petro, de las izquierdas reaccionarias que los apoyan. Un Nobel justo para una causa extraordinaria: la de la libertad. “¡Felicidades, María Corina! ¡Nos abrazaremos en Caracas!”